Resiliencia. Aceptación. Superación. La historia de los porteros de por sí es bastante dura, ya que son como un Llanero Solitario en medio de un deporte de equipo. Tienen prensa, por lo general, cuando se encuentran en los extremos: bien cuando son claves en un triunfo –sea porque fueron figuras en una tanda de penales o atajaron 35 disparos y su equipo consiguió irse con la valla en cero- o bien cuando un maldito balón se les coló entre las manos o si dieron un mal pase que terminó en un gol rival, sin importar si antes habían descolgado cinco balones del ángulo. Cuando son venerados no pasa nada, allí ese vaquero del western puede sentarse en su casa, sacarse la ropa llena de polvo y tomarse un buen trago para celebrar el buen pasar. Pero ay del que le fue mal: mejor que desenfunde su pistola si no quiere perecer en el proceso.
Por lo general, son muy pocos los arqueros que logran, al final de sus carreras, terminar con un registro que diga que han disputado más partidos que goles en contra. Para muchos, la diferencia no será tan importante si el número se pasa. ¿Pero alguien se ha puesto a pensar en los defensores de las porterías de las selecciones como Samoa Americana, San Marino o Anguila, que suelen recibir 3, 5 o hasta 10 goles por encuentro? ¿Nos hemos tomado el trabajo de ponernos en sus guantes y sentir ese dolor tan profundo por tener que sacar seguido el balón de la red, su red?
Para la gran mayoría de los mortales, la presión psicológica de tener que defender arcos que parecen tan gigantes es enorme, asusta. Ni el mítico Can Cerbero entraría en aquellos tres palos para tapar los misiles provenientes de prácticamente todo el campo de juego. Es por ello que los que resisten esta prueba son, al final, seres especiales. Son John Wayne recibiendo disparos en el pecho, pero levantándose una y otra vez al grito de “¡dispara otra vez, maldito animal!”.
Particularmente, a mí me fascinan las historias de este tipo de jugadores. Quizás sea porque, de adolescente y debido a mi poco nivel, terminaba jugando allí en los partiditos entre amigos, o quizás sea simplemente porque algo me llama la atención de esos muchachos solitarios, que le sonríen a la vida en medio de las desgracias. Si yo me iba sumamente enojado por recibir varios goles en encuentros sin relevancia… ¿cómo se sentirá marcharse a casa tras perder una y otra y otra vez, recibiendo montones de goles?
A Kelvin Ryan Liddie todo esto le viene a cuento. Nacido un 15 de octubre de 1981 es, desde hace veinte años, el portero de la selección de Anguila. De hecho, con él bajo palos los caribeños debutaron por primera vez en una eliminatoria mundialista, el 05 de marzo del 2000 ante Bahamas, cayendo como locales en el James Ronald Webster Park por 1-3, siendo Anton Haven el encargado de comenzar una tradición: marcarle al menos un gol al bueno de Ryan. Casi todas han sido pálidas para él, pero eso no le ha quitado su orgullo por vestir la casaca del territorio de ultramar británico. Con 31 partidos es el hombre que más veces ha vestido la camiseta naranja y azul de los delfines del Caribe.
Es lógico pensar que no le vaya tan bien a Liddie a pesar de su esfuerzo bajo palos. Y es que Anguila es la peor selección a nivel mundial, o al menos una de las más constantes allí abajo. Las derrotas son una constante, aunque también es cierto que, como muchas selecciones de la región, apenas si jugaban partidos durante los ciclos mundialistas, algo que está cambiando con la CONCACAF Nations League.
Ryan ha sufrido golpes durísimos, como caer 10-0 ante Trinidad y Tobago, República Dominicana o Guatemala, o incluso 15-0 ante los trinidenses (hace no mucho, el 10 de noviembre del 2019). Pero también ha sabido disfrutar de las mieles de la victoria, cuando estas han aparecido: ha sido el uno en el histórico triunfo ante Saint-Martin (2-1) y ha defendido como nadie los puntos conseguidos ante Sint Maarten, Bahamas (ambos 1-1) o el que seguramente más disfrutó: un 0-0 ante las Islas Vírgenes Americanas en el 2011. ¡Cómo no se va a celebrar un empate sin goles, con lo difícil que es!
La selección de Anguila espera crecer en el futuro, gracias a tener más partidos encima y al poder empezar a convocar a jugadores que juegan en el extranjero (sobre todo a los que se encuentran en el fútbol underground de Inglaterra), tal como hizo Montserrat, equipo que otrora fuese la peor selección del globo y que ahora optan, por ejemplo, por entrar en su primera Copa Oro. Seguramente Ryan no llegue a disfrutar de las mieles del éxito, pero su resiliencia y búsqueda por ser parte del seleccionado a pesar de todo serán el ejemplo perfecto para las generaciones futuras. Al fin y al cabo, llegamos a este mundo para superar a nuestros antepasados. O al menos intentarlo.
Imagen de cabecera: JOHAN ORDONEZ/AFP via Getty Images
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