Recuerdo que cuando compramos las entradas para los octavos de final del Mundial, yo quería que en el cruce no pudiera estar España. No es por falta de apego ni mucho menos. La verdad es que siempre tuve cierto interés en ver aquellas selecciones a las que, quizá, solo viera una vez en la vida. Nunca se sabe lo que puede pasar. España lo tengo cerca. En un viaje corto pueda verla jugar en cualquier clasificatorio o amistoso durante el año, y a mí me apasionaba la idea de poder ver un Uruguay vs Egipto, por ejemplo. Quizá es por eso que, de haberlo vivido, lo de España 82 no me hubiera afectado tanto. Hubiera gozado con esa Argentina de Maradona y Kempes, con esa Brasil de Sócrates y Zico… hasta hubiera disfrutado con el dominio de esa Italia que pasó de parecer débil a invencible. En un Mundial en el que se esperaba que la selección española pudiera ser protagonista, la historia quiso ir por otros derroteros. Y ya se encargó Paolo Rossi de que así fuera.
En los meses previos, la presencia del delantero de Prato no estaba demasiado clara. Se podría decir que estaba más cerca de quedarse viendo a Italia por la RAI que de formar como ‘9’ azzurri. Paolo tenía en ese entonces 25 años. Estaba en uno de sus mejores momentos a nivel físico para destacar como futbolista y su carrera se encaminaba, por ello, a poder ser clave allá donde jugara. El problema es que el azar, y nunca mejor dicho, se iba a cruzar en su camino.
Lo cierto es que su historia comenzaba mucho antes. El joven Paolo firmó por el Vicenza en 1976 tras debutar en el Como ese mismo año. De poca estatura, pero rápido como el demonio, Rossi empezó a ganarse la confianza de los técnicos como delantero centro. Su agilidad y su olfato hacían el resto. Solo un año después, tras ascender desde la Serie B con el Vicenza, Enzo Bearzot quiso contar con él.
La relación con Bearzot siempre fue especial. El célebre entrenador italiano siempre tuvo sensibilidad por el fútbol de este menudo delantero toscano. Ídolo en Torino Catania o Inter de mediados del S. XX, su fama como técnico llegaría con la selección italiana, que pasaría a entrenar desde el 75, tras pasar por sus categorías inferiores. Es en esa etapa donde comienza a conocer a Paolo Rossi, que comienza a despuntar en la Serie B del Calcio italiano. En la convocatoria del Mundial de 1978, Bearzot tenía un sitio fijo para Rossi junto a Bettega. Su papel fue clave y lograron ser temibles, pero el summum de su relación de confianza llegaría cuatro años después.
Tras descender con el Vicenza un año más tarde, las botas de Rossi valían su peso en oro, firmando una cesión que supo a poco para jugar con el Perugia en la máxima categoría, aunque ya estaba tras sus goles la todopoderosa Juventus de Turín. Pero todo se torció. Cuando su rendimiento volvía a ser muy destacable, la policía irrumpió en los clubes italianos, en una operación contra las apuestas ilegales en el fútbol, que implicó a varios clubes y jugadores. Con Rossi apartado de la práctica deportiva por la operación ‘Totonero’ durante dos años, la carrera del de la Toscana parecía entrar caer en el ostracismo.
Tras la sanción, la Juventus logró por fin la firma de Rossi y el Vicenza se vio obligado a ceder. Un ejercicio de fe de la Vecchia Signora por un jugador del que la prensa decía que parecía “un fantasma” en el campo. Y de nuevo, llegó Bearzot. Encarando el Mundial de 1982, cuatro años después de haberse entendido a las mil maravillas en la Italia de Argentina en 1978, decidió que su delantero iba a ser Paolo. Y vaya si lo fue.
Máximo goleador del mundial de España, con seis dianas, por delante de Rummenigge y Boniek, ganó el MVP del torneo y lideró a Italia hasta su tercer título mundial desde que lo ganara Pozzo en los años 30. Su contribución fue clave y el “fantasma” se convirtió en el ‘Bambino d´Oro’. Ese año, France Football le otorgó el Balón de Oro y su carrera llegó a lo que parecían deparar sus habilidades antes de la ‘Totonero’. Años después conseguiría reconquistar la Serie A (la había ganado ya en el 82) y llevarse la Copa de Europa, todo en esa Juve que también confió en su renacer. Pasó por el Milan a sus 29 años y se retiró poco después en Verona.
Siempre mantuvo que no había apostado en su vida, pero llevó a Italia a ganar la apuesta más deseada. El Mundial de 1982 supuso un antes y un después en una Italia que empezó a ganarse su fama de rival terrible y sorprendente. Hoy, la confianza de Bearzot y la gesta de los Zoff, Gentile o Conti, liderados por Rossi, son recordadas con cariño por gente que, como yo, ha mirado con distancia ese mundial en España. Quizá desde la nostalgia de no haberlo vivido en el tiempo en el que se jugó, quizá por no haber podido vivir la evolución de una Italia renacida, con un héroe inesperado, en la que puede escribirse como una de las grandes batallas de Italia en los mundiales de fútbol.
Ese héroe inesperado, ese ‘Bambino d´Oro’, nos ha dejado a los 64 años, después de haber conquistado todo lo que se podía conquistar en el fútbol y en los aficionados. El ave fénix de un fútbol italiano que no se cansa de crear figuras a las que adorar en vida y recordar en muerte. Una de esas piezas ineludibles a la hora de entender que cuando uno se enfrenta a Italia, nunca puede esperar que sea sencillo. Juegan con la fe de haber sido testigos de que nada es imposible.
Imagen de cabecera: Imago
Valladolid, 1988. Social media. Periodismo por vocación y afición. Con el fútbol como vía para contar grandes historias. Apasionado del fútbol internacional y "vintage".
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