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Darius Miles, del barrio a YouTube pasando por la NBA

Una de esas personas capaces de verificar la famosa máxima que dice que “la vida da muchas vueltas” es Darius Miles, exjugador de la NBA. Desde que llegó al mundo en el otoño de 1981, no ha parado de comprobarlo. Miles es uno de esos personajes públicos a los que le imaginas una biografía de ritmo frenético, giros constantes e intensidad desmesurada. Todo antes de llegar a los cuarenta años de edad.

Como él mismo afirma, nacer en East St. Louis (Illinois) le marcó como a cualquiera que se hubiese criado allí en los años 80, en donde las armas y las drogas estaban al alcance de cualquiera. Su padre no se interesó por su vida y su madre, conductora de autobús, lo crió prácticamente sola. Al igual que muchas estrellas de la NBA, el joven Darius reconoció rápidamente que solo el baloncesto podría sacarle del barrio y su oportunidad no tardó en llegar: con solo 18 años y tras brillar en el instituto llegaba a la mejor liga del mundo sin pasar por la universidad.

Los Clippers, que se acababan de mudar al Staples Center, se apoyaron en el draft del año 2000 para confeccionar un equipo en base a jóvenes talentos. Para acompañar a un recién llegado como Lamar Odom, seleccionaron a Darius Miles en el número 3 como una de sus grandes apuestas. Pero la cosa no quedó ahí, también se hicieron con los servicios de otro joven de Illinois al que Miles ya conocía y con el que forjaría una estrecha amistad: Quentin Richardson.

Llegar a una ciudad como LA supuso el primer gran cambio en la vida de Darius. En tan solo unas semanas había pasado del transporte público a viajar en avión privado. De cruzarse a gente que va armada por la calle a que le esperasen en el aeropuerto con su nombre en un cartel para llevarle al hotel.

Todavía no tenían edad para entrar en la mayoría de las discotecas, pero Quentin y Darius moldearon una gran amistad a base de horas juntos en entrenamientos, centros comerciales o yendo a ver a las animadoras de los partidos del instituto Westchester High de Los Angeles. Eran dos adolescentes millonarios que jugaban en la NBA y acababan de llegar a una nueva ciudad. La vida les sonreía. Hasta el propio Jordan se había interesado en firmarles un contrato con su línea de zapatillas de Nike.

Formaron una de las parejas de moda de la liga. Los Clippers no ganaban a menudo, solo ganaron 32 partidos esa temporada, pero toda la NBA amaba a ese grupo de jóvenes jugadores. Desde el banquillo, Darius y Quentin entraban al más puro estilo gamechanger y aportaban sus highlights de cada semana. Para el recuerdo queda su viral celebración “Knuckleheads” en la que chocaban los puños contra sus cabezas. Fueron años felices.

Pero como todo lo bueno acaba, los Knuckleheads se separaron y, tristemente para los aficionados, demasiado pronto. En el verano de 2002, los Clippers traspasaron a Miles a los Cavs por Andre Miller y una etapa terminó. Mientras Richardson se quedaba solo en los Clipper, Miles prolongaba su carrera varios años más hasta lograr un par de temporadas respetables con los Blazers antes de que una lesión en la rodilla acabase definitivamente con su carrera. Solo quedaba el recuerdo de ese equipo de culto para los más puretas.

Al ser un joven que ganaba una gran suma de dinero, era fácil suponer que estaba destinado de por vida a ser millonario. Jugó ocho temporadas en la mejor liga del mundo, en cuatro equipos diferentes y ganando más de 60 millones de dólares. Sin embargo, Darius nunca cumplió con las expectativas que el mundo del baloncesto tenía para él cuando era adolescente.

La lesión le apartó de las pistas y, al igual que muchos otros jugadores de esa época, acabó arruinado y en bancarrota. Darius nunca achacó los problemas a lujos ni compras excéntricas, sino a negocios ruinosos. “Tardas mucho tiempo en llegar a la quiebra comprando Ferraris”, dice Miles. “Lo que realmente te arruina son los negocios turbios. Hacen que el dinero desaparezca rápidamente”.

Obligado a volver a Illinois, Darius estaba conociendo una nueva realidad. Volvía al barrio pero para él ya no existía el baloncesto ni la esperanza de triunfar y, lo más importante, ya no estaba su madre. Había perdido a mucha gente querida en East St. Louis pero nada le afectó más que la muerte de su madre. Pasaba los días sin salir del barrio. Dormía durante el día y se quedaba despierto toda la noche bebiendo vino y fumando hierba, solo para tratar de sacar la depresión de su cabeza.

Había trabajado toda su vida para salir de allí y ahora volvía al punto de partida y peor que nunca.

En 2016, Miles se vio obligado a subastar muchas de sus pertenencias con el fin de recaudar dinero para pagar sus deudas. La subasta incluyó artículos deportivos que había conseguido durante su carrera como una camiseta firmada por LeBron James que se vendió por 1.500 dólares, así como miles de DVD, videojuegos e incluso armas de fuego.

Cuando tocó fondo, después de años de quiebra y depresión, un viejo amigo le esperaba al final del oscuro viaje para ayudarle a salir del túnel. Otra vez él: Quentin Robinson. Una noche Miles reunió el coraje suficiente para llamarle y Robinson, que nunca había olvidado los años felices, le abrió las puertas de su vida en Florida.

Allí, Miles ha conseguido recuperarse y ahora, años después, producen juntos Knuckleheads, un programa y podcast de The Players Tribune que se emite a través de YouTube en el que hablan con antiguas y actuales estrellas de la liga. Ofrecen un nivel de comodidad con los invitados que se aleja del periodismo convencional. No intentan que su contenido se vuelva viral. Solo una conversación fresca y fácil, bromear, reír y buenas vibraciones. En definitiva, hablar sobre las cosas que sucedieron en su vida. Una vida que a Darius Miles le ha llevado por muchos caminos y en la que por fin parece haber encontrado su sitio oportuno y definitivo.

Imagen de cabecera: Stephen Dunn /Allsport

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