Dicen que todo lo que sientes y percibes entre los 8 y los 17 años te marca de una forma especial. Los que tuvimos la suerte de disfrutar a Diego Armando Maradona en esa franja de edad, no lo hemos podido olvidar.
En mi caso le debo mi pasión por el fútbol. Con 8 años juntaba los dos módulos del sofá de casa para hacer una portería y con una pelota de tenis, recrear las jugadas y goles con los que Diego maravilló al mundo en el ya lejano verano de 1986.
En una villa nació y fue deseo de Dios, decía Rodrigo en su canción eterna. En esa desfavorecida villa gestó su indomable carácter, un carácter tan nocivo fuera del campo para él y tan abusivamente bueno dentro del 105×70.
Con Maradona se puede hacer un inventario de jugadas mágicas e irrepetibles vestido de rojo, auriazul, azulgrana, celeste, blanquirojo, rojinegro y por supuesto albiceleste. Argentinos, Boca, Barça, Napoli, Newell’s, Sevilla, y por supuesto su amada selección, disfrutaron de su fútbol único. Genial e irrepetible.
Maradona no es una persona cualquiera, es un hombre pegado a una pelota de cuero, tiene el don celestial de tratar muy bien al balón, es un guerrero, decía Calamaro, otro de los genios que conectó a Maradona eternamente con la música. Porque Maradona es eso, eterno. Sus jugadas, camisetas y goles icónicos nos acompañarán siempre. Esa eternidad de la que hablan sus compañeros del 86 con un nudo en la garganta, desde que hace ahora una semana su capitán se marchó para siempre de este mundo.
En mi inventario personal de goles y jugadas mágicas estará para siempre el pase con el exterior a Perotti ante Ferro, para conquistar el Metropolitano del 81 con Boca. El gol en Belgrado, sumergiendo el pie debajo del balón para elevarlo hasta el cielo con el Barça, en el Pequeño Marakaná. El Gol del Siglo, con el que el gran Víctor Hugo Morales se preguntó: ¿De qué planeta viniste para dejar en el camino a tanto inglés?
El tanto de cabeza a Galli, desde fuera del área, atravesando como el cuchillo la mantequilla a la defensa de aquel Milán de Sacchi, que atemorizó Europa durante casi un lustro. Sin olvidar la segunda jugada de los todos los tiempos, ante Brasil en el 90, para que su Cani de alma vacunara al eterno rival, y por supuesto su último gol en un Mundial, depositando el balón arriba en su esquina favorita de la portería, ante Grecia en el 94…
Maradona se fue, pero queda su legado en el campo y para los que le conocieron, también fuera de él. Para sus compañeros en la selección siempre será su eterno capitán, el tipo que les llevó a la gloria y les hizo eternos. No existe un compañero que haya jugado con él, que tenga una mala palabra hacia Diego.
La influencia planetaria de Maradona es imposible de resumir juntando letras, la pasión que desató y desatará su figura no la podrá igualar nadie. Por calidad, personalidad, jerarquía y contexto, Diego Armando Maradona es un personaje único.
En un potrero forjó una zurda inmortal, con experiencia, sedienta ambición de llegar. De Cebollita, soñaba jugar un Mundial y consagrarse en Primera…
Es un ángel y se le ven las alas heridas, en la Biblia junto al calefón. Tiene un guante blanco calzado en el pie, del lado del corazón…
Rodrigo y Calamaro resumieron como nadie, y con Maradona en vida, todas y cada una de las virtudes que le llevaron a ser eterno. Debe ser cosa de genios.
Gracias, Diego.
Imagen de cabecera: David Cannon/Allsport/Getty Images/Hulton Archive