En un fútbol sujeto más que nunca a las leyes de la física, a la exuberancia muscular y a ese intangible de la élite que alguien decidió bautizar como intensidad competitiva, la admiración genuina que sentimos por los finos estilistas que se imponen sobre el verde gracias a la técnica demuestra que el talento nunca pasará de moda. Si dependiese de la cantidad, no se llamaría calidad. El efecto wow balompédico pasa hoy día por los pies de aquellos futbolistas capaces de satisfacer esa necesidad tan humana de resolver cualquier adversidad con la astucia y no necesariamente a la fuerza o con ella. Los ojos en la nuca, el espacio que no existe, el golpe de chistera. La mente preclara del Numero Dieci.
Para Luis Alberto no ha sido sencillo encontrar su lugar en el mundo. Hasta recalar en la Lazio en 2016 iba casi a equipo por temporada: Sevilla, Barça B, Liverpool, Málaga o Deportivo fueron paradas de un trayecto abrupto y discontinuo. Si en la Capitale ha logrado echar raíces dentro y fuera del campo hasta mostrar su mejor versión es sobre todo mérito de Simone Inzaghi, mentor y facilitador táctico del genial mediapunta español. “El míster me ha dado continuidad y confianza, retrasando mi posición para tener más libertad y espacios con la pelota”. Una de las claves de la evolución del ‘10’ laziale es precisamente su encaje en el 3-5-2 de Inzaghi, donde es —y se siente— protagonista.
Si por una parte el fútbol de hoy parece preso de la intensidad y la halterofilia de la zona ancha, por otra se ha generado un contexto que requiere y premia jugadores técnicos capaces de capear el temporal de la presión obsesiva con cabeza y piernas. In that order. En la batalla de espacios que se libra en la zona caliente del inicio de la jugada, intérpretes del calibre de Luis Alberto son un tesoro creativo para los entrenadores. Inzaghi lo sabe y lo explota a la perfección. El Numero Dieci moderno juega 30 metros más atrás respecto a la añorada década de los 90: su cometido ahora no es la finalización sino la creación de ventajas eludiendo la presión. Ante piernas que muerden, cabezas que piensan.
El factor anímico, que puede incidir tanto como el físico en el rendimiento de un futbolista, supuso un punto de inflexión en la carrera de Luis Alberto. El trequartista ha admitido abiertamente haberse puesto en manos de un mental coach, el Doctor Campillo, con quien ha trabajado duro hasta recoger los frutos que hoy brillan sobre el campo. Detalles como llegar antes al entrenamiento, visualizar mentalmente los partidos o mejorar la concentración y evitar distracciones le han permitido dar el salto hasta convertirse en uno de los centrocampistas más productivos y determinantes de la Serie A. No en vano, el curso pasado fue el máximo asistente del campeonato italiano (15 asistencias en 36 partidos).
Alejándose de cualquier estereotipo cultural o numérico, Luis Alberto es hoy una rara avis en el fútbol europeo. Un placer para los sentidos. Un jugador vertical y a la vez pausado que lleva el 10 a la espalda mientras le grita ‘y qué’ al mundo entero. El español es un playmaker capaz de bajar a recibir donde el balón a otros les quema, un arma de creación masiva al servicio de la Lazio de Inzaghi. Su estabilidad en Roma nos ha regalado un híbrido entre el talento puro ibérico y la astucia táctica italiana, un futbolista moderno y especial que ha alcanzado la madurez necesaria para saber cuándo, dónde y cómo arriesgar en el campo. Porque si dependiese de la cantidad, no se llamaría calidad.
Imagen de cabecera: Paolo Bruno/Getty Images