En los grandes transatlánticos del fútbol europeo la impaciencia acostumbra a ser un mal endémico, por eso después de que se diluyese rápidamente el efecto de la jornada inaugural de la Serie A ante la Sampdoria, en la que la Juventus sí había mostrado con efectividad y buen juego sobre el campo muchas de las nociones teóricas que Andrea Pirlo quiere aplicar sobre su equipo, los primeros murmullos se instalaron alrededor del equipo turinés a raíz de la ausencia por positivo por COVID-19 de Cristiano Ronaldo, de un par de resultados ciertamente mejorables y de algunas prestaciones ligeramente decepcionantes. Un proceso lógico y asumible y muy breve para un equipo que está en pleno conocimiento de sí mismo. Sin embargo, el último encuentro frente al Cagliari ha vuelto a ser una muestra ideal de lo que esta dinámica y renovada Juventus pretender y empieza a ser. La mejor y más convincente hasta el momento.
Los biaconeri llevaron muy atrás a los sardos desde sus mecanismos en salida. Con un asimétrico 3-1-4-2 que a veces tomaba la forma de un 2-3-5 o un incluso de un 3-1-6 con todas sus piezas ofensivas en la misma línea de la frontal, la Juventus ejecutó construcciones muy cómodas, asiduas y profundas con las que fue capaz de otorgar un espacio muy jugoso al receptor del balón a su alrededor a pesar de tener que jugar en tan pocos metros. Con Arthur delante de los centrales en la gestión y en la organización más paciente de la maniobra y tendiendo a acercarse más al sector derecho, el cuadro de Pirlo se asentaba en la mitad opuesta con suma facilidad.
El brasileño apunta a ser un jugador decisivo en la única zona donde la Juve se permite cierta pausa para así elegir por donde encaminar sus ataques más elaborados. Con ese 3+1 ya situado en campo rival, Arthur tiene todas las opciones por delante para elegir, para avanzar unos metros y ver dónde están los resquicios o por dónde se mueven sus compañeros, para girar, para conectar, para soltar, recibir, abrir, para distribuir, pero con la intención de que una vez elija la dirección del balón, a poder ser, no tenga que volver a hacerlo hasta el siguiente ataque.
De este modo, la Juve sobrecargaba el lado derecho de la acción con Cuadrado actuando como un interior muy adelantado, con Kulusevski trazando la diagonal interior o realizando continuos movimientos de arrastre sin balón desde el carril intermedio hacia la posición del extremo a fin de que Cristiano Ronaldo, situándose muy cerca de Morata en el balcón del área, generase un 2vs2 contra Klavan y Walukiewicz o disfrutase en cambio de muchísima libertad para acudir al apoyo a esa misma zona que el sueco liberaba para darle así al luso un amplio margen de maniobra para tocar y girarse. Y luego, con el acierto mayúsculo de CR7 en esos ‘tuya-mía’ de espaldas que son caviar para activar a todas las piezas ofensivas, deshacer marcas y desarbolar a todo el entramado defensivo del oponente por medio de ese tipo de combinaciones rápidas, ágiles y los consecuentes desdoblamientos por dentro para progresar directos hacia el área.
Una rotación permanente de efectivos que movió a la defensa de los de Di Francesco, impidiendo asentar su bloque bajo y defender de cara, y que permitió a los futbolistas juventinos del lado débil rellenar los espacios vaciados, al tiempo que Morata mantenía ocupados a los centrales y amenazaba con la ruptura a su espalda hacia el área. En este sentido, Rabiot se insertaba a menudo en el teórico espacio de Cristiano evitando una basculación más efusiva por parte del Cagliari hacia la acumulación de efectivos de la Juve en su perfil derecho, mientras que Bernardeschi atacaba el segundo palo o esperaba bien abierto el cambio de juego para buscar con su pierna natural totalmente a favor de la jugada —el ex de la Fiorentina puede adaptarse muy bien a este rol y haber encontrado al fin su lugar en la Juve— el pase atrás para que todos los atacantes cargasen al unísono el área antes de dividirse en dos: los que permanecían dentro y los que se desmarcaban hacia afuera una vez que sus compañeros se habían llevado la mayor parte de las marcas hacia su propio portero, generando espacios en zonas de remate muy claras.
Este mecanismo precedió al primer tanto de Cristiano y permite al portugués participar en la construcción de la mayor parte de los ataques en un lado y luego sumarse al pico izquierdo del área para finalizarlos, su zona predilecta de remate junto a las llegadas al corazón del área. Este tipo de movimientos colectivos tan sofisticados son ya muy habituales en el equipo de Andrea Pirlo. Cada vez que un jugador sale de su teórica zona de influencia inicial, otro compensa para rellenar ese hueco liberado y hacer que la fluidez de los ataques posicionales de la Juventus sea continua y su defensa un asunto de gran complejidad para su oponente. También es sofisticado su cambio a un 4-4-2 sin balón, con Kulusevski como hombre bisagra entre las dos fases del juego, pero es en la presión tras pérdida donde más destacan los bianconeri cuando tienen que defender, especialmente ahora con el regreso al equipo titular de De Ligt después de su lesión.
Ser un equipo cuanto más corto mejor resulta fundamental para las intenciones de la Juventus de Pirlo y le otorga al equipo muchísima más continuidad ofensiva. El regreso del neerlandés, junto a la presencia de un Demiral que es un central que suele jugar con el extintor bajo el brazo para corregir, ir al suelo o correr hacia atrás si es necesario, le permiten y le van a permitir al cuadro turinés defender hombre a hombre ante los atacantes rivales en un primer momento si el equipo oponente logra superar la contrapresión y también recuperar la pelota mucho más arriba debido a su agresividad, a su fortaleza al choque y aérea y a su mayor adaptabilidad ante situaciones de un mayor estrés táctico y posicional, gestionando muchos metros a su espalda.
Son piezas clave, por lo tanto, para propiciar reinicios muy arriba y para constreñir al rival contra su propia portería. No solo en su propia mitad, sino en sus primeros treinta metros, si es posible, como sucedió frente al Cagliari. En definitiva, para dominar y para someter. Para tal fin, ganar los duelos individuales en situaciones de hombre a hombre, anticipar la salida directa del adversario y estar muy concienciado en cuanto a predisposición y muy bien colocado como bloque tras producirse la pérdida es absolutamente crucial para que el estilo que Pirlo pretende siga desarrollándose y creciendo, ya que sin esa actitud colectiva en la contrapresión el equipo no podría lanzarse inmediatamente después hacia el área de manera tan vertical.
Cuando la Juventus —que es un equipo, por cierto, que está entendiendo a la perfección lo importante que es moverse sin balón, un cometido para el que Kulusevski es seguramente su mejor intérprete— recupera en los siguientes cinco o seis segundos tras producirse la pérdida, el objetivo no es reorganizar el ataque pausadamente para seguir asentada en tres cuartos, sino generar una ocasión de peligro de manera inmediata e imprimir para ello un ritmo muy alto en acciones cortas a través de rupturas y pases filtrados que, como meta más global, también lleven a la Juve a competir con armas similares a las que manejan los mejores equipos de Europa actualmente (Liverpool, Bayern…) y que el fútbol contemporáneo exige tener y saber emplear.
Con solo una docena de partidos como bagaje, la Juventus de Pirlo resulta cada día más estimulante en su propuesta efectiva. Su fondo, es decir, las intenciones iniciales de su célebre pero novel entrenador, comienza a asemejarse cada vez en mayor medida a su forma real sobre el terreno de juego. La forma de un equipo nonacampeón en plena renovación de estilo y que ha tenido muy poco tiempo para conocerse a sí mismo por la necesidad imperiosa de seguir ganando y por las estrecheces del calendario actual, por lo que su mérito es doble. Un equipo capaz de colocar hasta seis futbolistas al unísono en zonas claras de finalización, de atosigar a sus rivales con sus rasas y ágiles progresiones desde atrás y también de dominar con puño de hierro a través de su óptima presión tras pérdida, la primera y gran obsesión de Pirlo.
Una Juventus ideada y construida para exaltar a Cristiano Ronaldo e ideada y construida asimismo para que Cristiano Ronaldo la exalte a ella con su exquisito entendimiento futbolístico y su poderío rematador de época. No en vano, el portugués es el máximo goleador en las cinco grandes ligas en lo que llevamos de 2020 (29), está marcando en el presente campeonato un gol cada 47 minutos, lo que viene siendo un tanto cada medio tiempo, y es el dueño del mejor promedio anotador de la historia de la Serie A con 0.87 goles por encuentro, mientras que, por ponerlo en perspectiva, la media más alta entre los cien máximos goleadores de la élite del Calcio es de 0.77 y pertenece a Gunnar Nordahl, retirado en 1958. Unas cifras de auténtica locura que hablan a las claras de quién es Cristiano Ronaldo y de quién debe marcar las diferencias.
El reto ahora es mantener la sostenibilidad de la estructura y ahondar en sus automatismos también contra rivales de enjundia, aunque como ya ha demostrado esta Juve, que en absoluto desprecia el hecho de contraatacar desde un bloque más bajo si el contexto ofrece esta alternativa, su piel nunca va a dejar de mudar en función de su rival. Eso sí, hay una serie de principios muy claros y muy definidos que, antes que nada, pretenden dominar y someter al contrario a través de la posesión, la progresión y la presión. Y su fondo teórico, ese que aparece negro sobre blanco en la ya famosa tesis de Pirlo, está empezando a tomar forma sobre el campo con seriedad, con contundencia, con brillo y con unos resultados puramente numéricos, futbolísticos y también estéticos —ahora sí — a la altura de todo un nonacampeón de Italia.
Imagen de cabecera: VINCENZO PINTO/AFP via Getty Images
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