‘Hemos hecho un buen partido con balón, moviéndolo bien hasta encontrar los espacios. Sin pelota nos ha costado más. No hemos sabido leer el juego directo de nuestro rival y no hemos ganado las segundas jugadas’. Este puede ser un discurso del entrenador de cualquier categoría después de un partido de eliminatorias de Champions League o de un derbi regional de Preferente. La ‘segunda jugada’ se refiere a la jugada automáticamente posterior a una acción de juego directo. Por ejemplo: en un saque en largo del portero, después del duelo aéreo entre el delantero y el central de turno, ese balón sale despedido hacia algún sitio. Es entonces cuando nace la segunda jugada. Muchos equipos se apoyan en esas segundas jugadas porque, si la ganan, pueden empezar su ataque mucho más cerca de la portería rival. El saque en largo de Dmitrovic a la cabeza de Kike García o el lanzamiento en largo de David Soria buscando a Jaime Mata son dos acciones que vemos cada fin de semana en repetidas ocasiones. Mendilíbar y Bordalás fantasean con salir vencedores de esas disputas aéreas para poder así ganar las segundas jugadas.
Para la mayoría de nosotros, la vida nos plantea un partido de juego directo. Nada de salir jugando desde atrás, en salida Lavolpiana con el centrocampista incrustado entre los centrales, laterales largos y extremos estirando al equipo. La vida nos propone un balón directo que tenemos que pelear primero, asumir que puedes llevarte un codazo en la ceja y salir lo más estable posible para continuar. Ganar la segunda jugada. Hace mucho tiempo que afronto así todo lo que me pasa. Con un ojo en la disputa que me viene de frente y con el otro atento a lo que viene después. Recuerdo perfectamente mi última experiencia como internacional de la selección de Guinea Ecuatorial. Fue en una eliminatoria contra Madagascar, buscando una plaza en la siguiente ronda clasificatoria para el Mundial de Brasil 2014. En el partido de vuelta que debíamos disputar en en territorio malgache con una ventaja de 2 a 0 en la ida, el viaje se convirtió en una odisea. Tardamos 36 horas en recorrer los 5.000 kilómetros que separan Malabo de Antananarivo. Esperas interminables en aeropuertos, amenazas de la CAF con descalificarnos, pequeñas siestas en sillas incomodísimas y un bocadillo sándwich club en Zambia, a medio camino. El destino nos estaba atacando con juego directo, de manera frontal con mucha agresividad. Sin embargo, mis pensamientos estaban puestos en el partido que debíamos disputar y que acabamos solventando con éxito. Conseguimos pasar la eliminatoria a pesar de las circunstancias adversas. Logramos ganar la segunda jugada.
Imagen de cabecera: Aitor Alcalde/Getty Images