El Aston Villa ha aparecido en todos los sitios. Golear al campeón de Premier League y a uno de los mejores conjuntos de Europa tiene eso: que habla de ti hasta Ana Blanco. Aunque si hay alguien que merece que nos sentemos y que disfrutemos de su obra es Jack Grealish. Franz Kafka aseguraba que “no podía pensar en lo que ya había escrito porque si lo hacía tenía que dejar de escribir”. El inglés, en plena metamorfosis en su juego desde aquel díscolo canterano que sorprendió en Birmingham, demostró que está destinado a hacernos contemplar creaciones únicas hasta su retiro. Así, desde su inapelable calidad, destrozó al cuadro de Jurgen Klopp.
La llegada de Ross Barkley, unos días antes, puede ser una declaración de intenciones por parte de Dean Smith. Los villanos dependieron mucho de su capitán y estrella el curso pasado, creándole un ecosistema en el que le daban la pelota al 10 para que él inventara. Estaba bien, disfrutábamos, pero se quedaba todo muy corto, especialmente cuando el internacional no tenía el día. Por detrás trabaja su escuadra con tesón, con un 4-1-4-1 en el que Douglas Luiz tapaba agujeros, pero arriba, especialmente con la lesión de Wesley, la famosa manta no llegaba a todos los sitios. Por ello, los de Villa Park han traído al del Chelsea en forma de cesión: porque además de completar el cupo de ingleses que pide la Premier League, el ex del Everton es un gran acompañante para el alfa y el omega de esta escuadra.
Barkley se asemeja en muchas cosas a Grealish. Sin embargo, el de Liverpool es una copia del mismo futbolista que en 2012 emergió en la Premier con fuerza, de la mano de David Moyes. Era un adolescente que conducía con elegancia, fijaba bien y que ya poseía en su largo catálogo de condiciones un potente disparo. Pero le faltaba el último pase. Normalmente, se equivocaba en su última decisión. Hoy todavía le ocurre. Ante el Liverpool, entidad a la que debe tener especial inquina, se colocó muy cerca de Ollie Watkins y tiró al capitán a la izquierda. Smith fue valiente ya que apostó por un 4-4-2 que era casi un 4-2-4, porque en las bandas no había doble lateral. Estaban dos extremos, casi mediapuntas, de grandísima calidad para echar una mano y luego tener las piernas y la mente fresca para contragolpear. Y le salió a la perfección.
Era un riesgo lo que cuajó el técnico local, pero también es cierto que cada vez confía más en esa pareja de centrales que está llamada a jugar con Inglaterra. Ezri Konsa y Tyrone Mings, pese a alguna laguna, cuajaron un gran encuentro y ya opositan para que se hable de ellos este curso. Pero si hay alguien a quien hay que hacerle homilías, charlar sobre él en los cafés o elogiarle, es Grealish. El canterano volvió loca a la zaga rival con un sinfín de grandes controles, pases y decisiones acertadas. Anotó dos y dio tres asistencias. Un escándalo. Pero su encuentro no acaba ahí: para que un conjunto con 4-4-2 sea sostenible, los extremos deben ayudar sí o sí a sus laterales. Y allí, presto a la ayuda, siempre estaba el capitán de una nave que igual debe cambiar sus objetivos. Quizás salvarse se le queda muy corto al histórico cuadro de Birmingham. Habrá que luchar por algo más. El Liverpool ya sabe de qué va esto.
Imagen de cabecera: PETER POWELL/POOL/AFP via Getty Images
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