San Cristóbal y Nieves es el país más pequeño de América, albergando a tan solo 55 mil personas en un territorio de poco más de 260 km2 . Es entendible, entonces, que este grupo de islas del Caribe no tenga demasiada potencia futbolísticamente hablando, ni siquiera en su propia región, donde apenas si han disputado un puñado de Copas caribeñas y donde suelen quedarse afuera de los Mundiales o de las Gold Cups a las primeras de cambio. Sin embargo, sí que tuvieron su pequeño momento de brillo, de esos que se terminan conservando por siempre en la memoria de los aficionados. Y en gran medida se lo deben a un delantero trotamundos y con festejos sumamente extravagantes.
Keith Gumbs, mejor conocido como “Kayamba”, nació en Basseterre (la capital sancristobaleña) un 11 de septiembre de 1972 y ya desde niño se mostraba ante sus pares como un ser excepcional, ya que no solo era bueno en el deporte rey, sino que también se le daban bastante bien el cricket y el baloncesto, aunque al final se decidiría por el fútbol. Con el salto al primer equipo del Newtown United comenzaría a llamar la atención de todo el mundo, ya que había demostrado ser un goleador precoz, hecho que, por supuesto, lo posicionó para jugar con los Sugar Boyz, la selección nacional.
Este era un equipo relativamente nuevo, ya que, si bien algunos encuentros datan de la década de 1930, lo cierto es que el combinado comenzó a jugar con regularidad a partir de 1979, participando del extinto Campeonato de la CFU, torneo precursor de la Copa del Caribe, torneo que también vería su final en los últimos años, a raíz del surgimiento de la Liga de las Naciones de la CONCACAF.
Fue gracias a los gritos sagrados de Kayamba que San Cristóbal comenzó a hacerse notar, aunque fuera solo a nivel regional. Tras algunos fracasos en las tres primeras ediciones de este nuevo certamen llegó el año 1993, donde los azucarados lograron quitarse la malaria de encima al eliminar a la República Dominicana y a las Islas Vírgenes Británicas en las eliminatorias y luego dando el golpe al pasar como segunda de Jamaica en la fase de grupos, descartando de esta forma a Puerto Rico. Lucharon hasta el final ante Martinica en las semifinales, pero terminaron cayendo por penales, para luego ser derrotados por Trinidad y Tobago 3-2 en el encuentro por el tercer y cuarto puesto.
Parecía que por fin los sancristobaleños darían ese salto de calidad, pero todo pareció ser flor de un día, ya que no alcanzaron la fase final del certamen en las siguientes dos ediciones, retornando recién en 1996, solo para ser humillados en la fase de grupos (Jamaica les ganaría 4-1 y Trinidad y Tobago sumaría un tanto más a ese resultado). Pero en 1997 volvieron a dejar en claro que no eran tan mal equipo como se pensaba. Y es que en la fase de grupos lograrían vengarse de Martinica al vencerla por 2-0, resultado que los ayudó a meterse nuevamente en semifinales, pese a un 0-3 ante Trinidad y Tobago. En la penúltima instancia comenzarían perdiendo ante Granada, hecho que haría resaltar más al héroe de esta historia. Y es que Gumbs no solo marcó un empate cerca del final del encuentro (86´), sino que también anotaría otro en el suplementario (108´) para meter a los suyos en una histórica final, el pico máximo de rendimiento de San Cristóbal en toda su historia. Lamentablemente, el rival en la final (Trinidad, como siempre) no tendría piedad de la cenicienta, despertándola de golpe con un inapelable 4-0. Los isleños solo disputaron dos ediciones más (1999 y 2001), quedándose por fuera del mapa del Caribe. Sin embargo, la trayectoria de Keith no había hecho más que despegar.
Desde 1995 comenzaría a llenar su maleta de stickers pertenencientes a diferentes lugares del mundo. Vitesse (Países Bajos), Oldham Athletic y Hull City (Inglaterra), Felgueiras (Portugal), Panionios (Grecia), Strum Graz (Austria), Palmeiras (Brasil) y San Juan Jabloteh (Trinidad y Tobago) fueron sus primeros pasos en el fútbol fuera de su patria. Quizás no llegó a jugar tanto como hubiera querido, pero pudo presenciar de cerca al mejor fútbol del mundo, algo que muy pocos compatriotas han podido contar –ahora comienzan a llegar las primeras camadas con jugadores venidos del extranjero, sobre todo de Canadá e Inglaterra. Aquello lo marcaría, ya que buscaría seguir dando lo mejor, tanto por él como por su nación, una a la que ayudaba a dar a conocer.
Pese a la felicidad por vivir cosas esplendorosas, lo cierto es que un jugador se hace con minutos de juego, algo que Gumbs anhelaba con toda su alma, por lo que decidió arriesgar e irse a la otra punta del mundo. Fue por ello que sus últimos años los vivió en el continente asiático, vistiendo las camisetas del Happy Valley y Kitchee (Hong Kong), Sabah (Malasia), Sriwijaya y Arema Cronus (Indonesia). No solo el dinero comenzó a engrosar su cuenta bancaria–algo siempre necesario, sobre todo cuando se nace en un país cuyo fútbol no es profesional-, sino que también lo haría su sala de trofeos, ya que consiguió hasta 11 títulos en total, además de cosechar varios logros individuales, como ser el máximo goleador de la liga de Hong Kong en su segunda temporada allí (2002-2003) o ser escogido como el mejor jugador de la liga de Indonesia en dos oportunidades, además de conseguir la Medalla de Honor de su país en el 2010.
Pero Kayamba no solo se hizo conocido por su capacidad goleadora (la cual quedaría demostrada tanto en su selección, donde marcaría 47, como en sus últimos años en Asia), sino por sus festejos, algunos muy alocados, como el de hacer una vertical y “caminar” con las manos u otra en la que simulaba que una mano ajena lo arrastraba. Si querían ver show solo tenían que ir al estadio –o encender la televisión- para ver a ese caribeño en acción.
Pese a retirarse siendo todo un veterano (en el 2013), él mismo reconocería que “no sabía cuando parar”. El fútbol, hasta el día de hoy, sigue siendo su vida, su luz, su pasión. No importa si es siendo asistente en el Sriwijaya o jugando partidos con veteranos, a Gumbs solo hay que darle un balón para que pueda ser feliz.
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