Tras un inolvidable cuarto de siglo honorando la camiseta giallorossa,
alguien empujó a Totti a los despachos con leves y molestos toquecitos en la
espalda. Su adiós vestido de corto en mayo de 2018 resultó tan emotivo como
apresurado. Forzoso. A Francesco le acondicionaron entonces un cargo directivo
sin funciones claras ni poder decisional. Aguantó poco más de un año, ató cabos
y se despidió vestido de traje con su teatralidad genuina: “he sido apuñalado
desde dentro de Trigoria”.
Reconvertido ahora en ojeador, el nuevo Totti se distancia del fútbol como quien aleja un libro de su vista cansada. Mezclando espontaneidad y experiencia como sólo él podría, confiesa que los jugadores le parecen nómadas cuya brújula se orienta más con el dinero que con el corazón. Francesco lo entiende, pero no lo comparte. Se ha propuesto que sus representados recorran un camino distinto: “Lo lograré. Cuando me fijo un objetivo, tengo la determinación necesaria para alcanzarlo”.
Su recién estrenada faceta parece hecha a medida después de aquellos meses
en los que la corbata le molestaba. Por fin está cómodo. No sería justo ni
inteligente exigir o esperar una trayectoria en el complejo universo del scouting
a la altura de su carrera como futbolista: respetemos su felicidad y
hagámosla nuestra asumiendo que Totti no encontrará al nuevo Totti. Es
posible que ya no los fabriquen. Le vaya como le vaya, reconforta saber que se
siente libre de decidir, “algo que hasta ahora no había hecho”.
A propósito de decisiones, una de las más sufridas que tomó Il Capitano fue rechazar el glamour del Madrid los galácticos. Cuando cicatrizaron las calabazas, Florentino Pérez quiso su camiseta con una dedicatoria especial: “Me pidió que escribiera que soy el único que le ha dicho que no”. Francesco fue valiente y el tiempo ha demostrado que aquella elección basada en el instinto —el amor sincero a unos colores, a una ciudad— resultó tan acertada como el juicio más sopesado y mejor razonado del mundo. Tomemos nota.
Además de las comprensibles tentaciones a lo largo de su carrera, en 2018 Er
Pupone tuvo sobre la mesa propuestas apetecibles para seguir compitiendo en
Italia o en otra liga, pero consideró que “aceptarlas hubiera borrado los
valores en los que siempre he creído”. Otra decisión fácil de aplaudir
desde la barrera, pero enormemente compleja. Sólo los elegidos saben cuándo,
dónde y cómo colgar las botas. Si eternidad rima con personalidad, ser una bandiera
implica hacer las cosas a su manera.
Ahora que cambiamos de ciudad o trabajo cada poco tiempo y hemos interiorizado
los ciclos vitales y futbolísticos, los one-club men adquieren un valor
incalculable. Son casi inconcebibles. En 785 partidos de giallorosso, Totti
anotó 307 goles, repartió 198 asistencias y ganó un épico Scudetto que,
en sus propias palabras, “equivale a 10 títulos fuera de la Roma”. Aunque
no es quien más trofeos tiene en el salón, nadie le supera en respeto. Urge
inventar una métrica que indique la lealtad de vestir una sola camiseta.
De color azzurro tampoco le fue mal. Conquistó el Mundial en 2006
como protagonista y su figura trasciende a lo deportivo tanto en Italia como en
el resto del planeta. Pero el epicentro de su imperio siempre estuvo y estará
situado en Roma. Como explicó Ismael Monzón tras la
triste dimisión de Totti como directivo, Francesco ha
vivido “un idilio con la ciudad que se convirtió casi en enfermizo, hasta el
punto de que la capital italiana y el futbolista llegaron a confundirse”.
Pasión recolectada en respuesta a la pasión sembrada.
Leí hace poco una anécdota que ilustra la magnitud de Totti en la città
eterna. Meses después de la victoria mundialista, varios campeones
acudieron al centro penitenciario de Rebibbia, barrio de la capital. Había entre
los presos un admirador de Totti que hubiera obtenido la libertad pocos días
antes de la visita. Escribió una carta al alcaide de la prisión implorando permanecer
internado hasta que su ídolo pasase por allí. En efecto, locos de encerrar
no es una frase hecha para definir el amor de los romanistas por su capitán.
La vida después de ser eterno tiene ventajas e inconvenientes. Tarde o temprano,
todo niño acaba haciéndose mayor. Si por un lado sigue clavando faltas
en sus partidos semanales de calciotto en los que se siente vivo como
cuando celebraba sotto la curva, por otro el nuevo Totti admite que “como
mánager debes tener cuidado con lo que dices”. Francesco está aprendiendo a
ser grande, a no apretar demasiado el nudo de la corbata, a llevar siempre un
par de botas de fútbol en el maletero del coche.
En la carta que a duras penas pudo leer ante la desconsolada afición romanista el día de su despedida en el Olímpico, Il Capitano lanzó una pregunta y quién sabe si la respuesta a sus nuevas dudas existenciales: “¿Recordáis cuando siendo niños vuestra madre os despertaba mientras soñabais algo bonito? Intentabais recuperar el sueño y retomar el hilo, pero nunca podíais. Esta vez no es un sueño. Es la realidad”. Disfruta de laeternidad, Francesco. Sé lo que tú quieras ser. Te lo has ganado.
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