“Reíros, reíros, se llevará en España en un par de añitos”. Me reconozco pronunciando tan esnob frase entre amigos mientras se bromea (ellos) sobre alguna moda (mía) adoptada con precocidad. Porque el problema no es enseñar tobillo o lucir gafas de sol XL, sino hacerlo antes de que los demás estén preparados. O lo que es lo mismo, fuera de la península itálica. No es casualidad que los futbolistas en copropiedad o el chándal con tacones se viesen aquí primero: vivir en Italia es subirse a un columpio de belleza paradójica. Mecerse entre vanguardia y tradición.
Si por un lado il bel paese te proyecta hacia el futuro mientras te exige devoción por la etiqueta, por otro no deja de recordarte que en la tierra de las creencias arraigadas, cualquier cambio, si llega, tarda en producirse. Es de genios ir siempre por delante sin avanzar aparentemente. Leemos que 2020 será el año de los trueques. Suena innovador. Pues bien, cabe recordar que ya en 2001 Inter y Milan tuvieron la brillante idea de cambiar a Pirlo por Drazen Brncic. El virus ha sido una visita inesperada para todos, pero ¿podían los italianos dejar pasar la oportunidad de marcar tendencia?
No, ahora en serio. La Serie A fue la primera competición inmersa en las arenas movedizas de la incertidumbre. Tras el inevitable tira y afloja entre sanidad y daños de imagen, se optó por cerrar el telón hasta nuevo aviso. El último acto fue un Derby d’Italia surrealista y con eco —preludio del fútbol que nos espera— que dejó a los de Sarri en cabeza, a los de Conte cabizbajos y a la Lazio posicionada como actriz secundaria de lujo. El resto de ligas no tuvo tiempo ni para la puerta cerrada y la Champions saludó entre contradicciones: la tripletta de Iličić retumbó en el vacío de Mestalla; el doblete de Llorente silenció un Anfield efervescente.
Eran los primeros compases del teletrabajo y serán recordados con un halo de disfrute inconsciente. Irresponsable, por qué no decirlo. Desde entonces, Italia ha tenido el dudoso privilegio de intuir con precisión cuánto estaba a punto de suceder en Europa sin más bola de cristal que la experiencia. Datos, curva, medidas. Vivir aquí ha vuelto a significar, esta vez por desgracia, ir un paso por delante.
El calcio no iba a ser menos. Se viene produciendo en las últimas semanas un fenómeno que podría titularse «dime qué lugar de la clasificación ocupas y te diré qué quieres«. Se originó —no os sorprenderá— en Italia y no ha tardado en extenderse por el continente. Todo empezó con el telemático rifirrafe Lotito-Agnelli en el que el laziale habría insistido en retomar cuanto antes los entrenamientos obteniendo la ya famosa respuesta del juventino: “¿Eres virólogo?”.
La línea biancoceleste parece clara: terminar la liga como sea. Su portavoz, Diaconale, se encarga periódicamente de apuntar que, si no se consigue, la próxima temporada “estaría falseada” al llevar lo deportivo a los tribunales. Que decida el campo, exige el segundo clasificado. No opina lo mismo Giovanni Rezza, del Instituto Superior de Sanidad, quien primero se declaró contrario a la reanudación para matizar días después que la reapertura implica un riesgo y el objetivo es minimizarlo. Una curiosidad: Rezza es tifoso de la Roma.
Pero no todo está siendo oportunismo. Sorprenden gratamente —como sus 27 goles en 26 jornadas— las palabras del capocannoniere Immobile, que se desmarca con maestría también fuera del campo al subrayar que hoy los campeones no son futbolistas, sino el personal sanitario. Su mensaje a los impacientes aficionados de la Lazio desprende una inusual lucidez: “Quedaos en casa. Suframos juntos, volveremos a abrazarnos”.
Bajando puestos en la tabla encontramos declaraciones tranquilas de jugadores en zona ídem. El centrocampista viola Marco Benassi exige “un 102%” de garantías y nos regala un clásico: “El fútbol es importante, pero la salud más”. A medida que nos acercamos a la retrocessione emerge un llamativo y comprensible escepticismo como el expresado por Claudio Ranieri, para quien los futbolistas deben ser declarados totalmente sanos antes de competir: “Yo no digo qué está bien o mal, pero los médicos deben ponerse de acuerdo”.
Precisamente, el veterano técnico de la Samp mencionó una propuesta no oficial trasladada a la FIFA: permitir cinco sustituciones por partido para combatir el calor y la acumulación de encuentros. Sin duda habrá que realizar cambios; esta pausa obligada otorga la perspectiva suficiente para asimilar que la vuelta del fútbol no debe suponer un punto y seguido. Las excepciones serán necesarias durante un tiempo para recuperar la ansiada rutina. Dirigentes, futbolistas y aficionados deben ceder privilegios individuales para contribuir al bien común. Suena tan prometedor que se antoja complicado conseguirlo.
La reanudación de los entrenamientos está a tiro de piedra y es fundamental contener el anhelo de normalidad que todos albergamos. Calma. La Serie A fue pionera en apretar el botón de pausa y debe predicar con el ejemplo también ahora que se acerca el momento de darle por fin al play. Porque una vez más, lo italiano marcará tendencia. El fútbol observa expectante. Por suerte, Italia está acostumbrada a exportar modas y tiene ante sí una enorme oportunidad: extender al mundo su sabiduría local de que chi va piano, va sano e va lontano.
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