Fueron 77 días al cargo, pero seguramente aquellas semanas tuvieron más jugo que otras historias que duran años. Porque para eso están las narraciones, para explicarlas como nosotros queramos. Algunas series hacen flashbacks e improvisan sobre la marcha. A Frank de Boer no le hizo falta o no tuvo demasiado tiempo para mirar atrás. No tuvo que ser demasiado normal que un día se le ocurriera a Steve Parish, propietario del Crystal Palace, que era muy buena idea contratar a uno de los técnicos que mamaron eso que hoy denominamos cruyffismo. Nos peleamos y vociferamos con la dicotomía eterna del fútbol bonito o sencillo y efectivo; nombrando a Mourinho, Bilardo, Bielsa o Guardiola como si de Fitzgerald o Hemingway se tratara. Como si solo pudiera quedar uno. Como si solo uno tuviera la pócima de la verdad.
El neerlandés -era holandés en aquella época- aterrizó en un conjunto que había ido entonando odas al patadón y tentetieso durante los cursos que sobrevivía en la Premier League. Sam Allardyce, Neil Warnock y Tony Pullis habían logrado salvaciones con muchos bemoles y pocas salidas lavolpianas. Eran entrenadores británicos de toda la vida: los de paella en verano, rojos como un tomate, 4-4-2 y seguramente afiliados a las ideas de Nigel Farage. Pero aquella sempiterna historia no convencía a Parish y decidió dar un giro de 360 grados: primero viró toda su filosofía para contratar a de Boer y, tras caer derrotado cuatro partidos consecutivos, volvió a su posición de siempre fichando a Roy Hodgson. Debió marearse. Otro inglés de los de toda la vida. Aunque, primero, volvamos al inicio de aquel curso 17-18. Vayamos por partes.
Los londinenses se habían ilusionado de lo lindo con aquel técnico romántico y con discurso rompedor. No solo valía con salvarse, el club quería ir progresando en la tabla con un fútbol distinto. Pero no todo eran palabras, también había hechos: los de Selhurst Park, con sus fichajes, mostraban que sus formas iban a cambiar para siempre. O, por lo menos, lo que durara su flamante entrenador. El Palace arrancó la Premier ante un recién ascendido: el Huddersfield Town. Como dice la canción, uno no va cumpliendo años, sino que va cumpliendo temporadas, y así se vislumbró en el vetusto estadio capitalino. La grada de animación del equipo radiaba a la par que el sol de agosto de Londres. El primer partido del curso es muy especial en las islas. Y no podían fallar ante un cuadro que iba a quedar último según los expertos.
El Crystal Place, como mandaban los cánones de Frank de Boer, salió al verde con un 3-4-3 en el que Wilfried Zaha bailaba en tres cuartos de campo. El objetivo era hacerle llegar el cuero filtrando buenos pases desde atrás, una habilidad que nadie tenía en aquel equipo. El resultado acabó siendo desastroso. Ni Joel Ward ni Patrick van Aanholt, carrileros, entendieron lo que su equipo le pedía y la zaga de tres, simplemente, estuvo desastrosa. Steve Mounié, que debutaba en la máxima categoría, se merendó a aquella defensa de plastilina y los visitantes asaltaron al Palace con un durísimo 0-3. “Tácticamente no hicimos lo que habíamos hablado y lo hemos pagado muy caro”, aseguró el neerlandés en rueda de prensa. Había jugado un encuentro, pero ya había murmullos sobre el dichoso estilo.
Las derrotas en las siguientes semanas ante Liverpool y Swansea colocaron al técnico del Palace en la picota. Un tropiezo en Burnley le podía costar el puesto. Frank de Boer trató de cambiar el esquema, salió con un 4-3-3, pero la falta de acierto le condenó. Cayó 1-0 y fue llamado al despacho del propietario. Cuando quiso darse cuenta tenía una carta de despido. Se marchaba con cero puntos y ningún gol a favor. El Palace sacó de la hamaca de Marbella a Hodgson, que se tiró tres semanas más cayendo por todos los campos de Inglaterra. Hasta que un día ganó y, poco a poco, ayudó al conjunto londinense a sacar la cabeza de abajo. Don Draper hizo de todo por cambiar y siempre acabó siendo ese mamarracho adorable que hacía lo que quería por ser un genio. Las personas no mutan, quizás solo cambian las cosas. Y aquella salvación demostró al Crystal Palace que las metamorfosis, cuando no estás preparado, son demoledoras.
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