Corría
septiembre de 2006. La selección española de fútbol venía de caer antes
de lo previsto en el Mundial de Alemania, Luis Aragonés empezaba a estar
muy cuestionado en su puesto, el equipo no parecía carburar con
jugadores incapaces de llegar a su máximo nivel. Por si fuera poco el fracaso
del quiero y no puedo que era el pan de cada día hace una década, el termómetro
comparador ardía incandescente con otras disciplinas. La España de Pepu
Hernández se acababa de proclamar campeona del mundo en Japón en uno
de los ejercicios más emotivos de unión, solidaridad, trabajo y talento que se
recuerda.
Y era inexplicable para muchos cómo, el fútbol, el primer deporte nacional, no dejaba de dar disgusto tras disgusto con aquel maleficio de cuartos. Luis Aragonés y los suyos iban a un partido trampa en Belfast, donde una derrota impensable les iba a condicionar incluso la clasificación para la Eurocopa 2008. Aquella noche, un desconocido para la mayoría, David Healy, se vistió de héroe para unos y de villano para otros. Xavi dio ventaja a la Roja en la primera parte, pero un error de prebenjamín de Xabi Alonso hizo que el punta norirlandés igualara el marcador.
Ya en
la segunda parte, Villa adelantó a España en lo que pareció ser la sentencia,
pero Healy volvió a poner las tablas en el marcador ejecutando la jugada
ensayada de una falta lateral que todo el mundo sabía que se iba a hacer, pero
nadie pudo frenar. Los locales no se creían la hazaña. Meterle dos goles a
España y sacar un punto impensado. Irlanda del Norte estaba cuajando una
actuación soberbia impensable. Por eso, cuando a falta de 10 minutos para el
final, Healy hizo el tercero, Belfast entera se sumió en un huracán de
fiesta. Aprovechando un error de Salgado y una media salida de Casillas, el
punta, entonces jugador del Leeds, solo tuvo que tocar suavemente la
pelota por encima del hoy meta del Oporto para lograr una de las victorias
más importantes del país. La más importante, quizás, había llegado un año
antes, contra Inglaterra y también con Healy como héroe.
Hoy
retirado del fútbol como jugador, Healy es entrenador del Linfield FC de su
país desde 2015, al que llevó al título doméstico el curso pasado. Formado
en las categorías inferiores del Manchester United, con los que llegó a
debutar con 21 años, se granjeó un amplio currículum por equipos de segundo y
tercer nivel como el Preston North End, el Fulham, el Norwich City o el
Sunderland. Quizás su mejor servicio lo hizo con los de Preston y su equipo de más caché fue el
Rangers, donde llegó ya pasada la treintena. Tiene en su haber el récord de ser
el jugador con más goles en una fase de clasificación para una Eurocopa,
pues en aquella que filtraba equipos para la cita de 2008 hizo 13 tantos en 12
duelos. Es el máximo goleador de la historia del país (35 goles en 74
partidos) y su nombre se escribe con letras de oro entre las leyendas junto a George
Best. Por todo esto, fue nombrado Miembro de la Orden del Imperio
Británico.
Pero
sin siquiera saberlo, Healy cambió la historia de España aquella noche
de gusto amargo. Fue la noche que Raúl jugó su último partido con la selección,
el momento que España entera se echó encima del seleccionador pidiendo
su cabeza. Pero lejos de los focos y de centrarse solo en el 7, Aragonés fue
formando un grupo pensado para ganar, una revolución tanto táctica como
grupal para asaltar el trofeo continental dos años más tarde. Así, jugadores
como Salgado, Albelda, Joaquín o Cañizares empezaron a dejar su sitio a otros
que podían aportar frescura. España, por petición del técnico, empezó a ser
conocida como La Roja. Fue cuando el equipo se empezó a quitar la
presión, los resultados acompañaban y la clasificación, que se había puesto
adversa, se acabó logrando por merecimiento. Antes de esa reconversión inicial
y justo después de Irlanda, España cayó con Suecia, para estar posteriormente
tres años sin conocer la derrota.
Luego
llegaron Italia, los cuartos y los penaltis. El escenario perfecto para
volver a casa con otro fracaso en el palmarés. Pero no. Aquella selección ya
tenía el gen ganador tan necesario que luego le haría encadenar tres
torneos seguidos. Porque si España hubiera ganado aquella noche en Belfast,
aunque fuera jugando mal, el resultadismo habría hecho pasar todo por
alto, se habría escondido la mierda bajo la alfombra y la autocrítica
probablemente hubiera brillado por su ausencia.
Pero
aquella noche, David Healy abrió los ojos del seleccionador, que dio los pasos
precisos y adecuados para cambiarlo todo, para desde el fútbol como premisa
y el grupo como contexto crear un equipo y un país ganador, un país que
creía que podía, que no se las daba de favorito sin serlo sino de candidato de
tronío por merecimiento propio. Tocar el fondo del pozo para luego subir al
cielo. Dos Eurocopas y un Mundial seguidos le acabaron dando la razón. Gracias,
David.
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