No ayuda demasiado a que ya hayan pasado 10 años desde que un pequeño club del oeste de Inglaterra, sin que lo conociéramos de nada, aterrizara en la máxima categoría del fútbol inglés. Era un conjunto que nos enamoró durante unos meses, suficiente para que hoy siga teniendo espacio en un corazón que continúa sumando desengaños con el fútbol. Y todo lo ha despertado un artículo en The Athletic sobre el Barrow Association Football Club. Como si tuviera algo que ver. Parece que sí.
El Barrow es un conjunto que sobrevive en la división que está justo por debajo del fútbol profesional: Conference Premier. Allí entrena Ian Evatt, técnico que jugaba en el flanco derecho de una defensa que recibía demasiados goles: la del Blackpool del 2010-2011. Al parecer, los futbolistas que hoy dirige no daban más de tres pases seguidos en la pretemporada clásica del fútbol no profesional: la de las tripas más grandes de lo normal. Hoy ya solo saben jugar al toque y son líderes destacados. Y esto, de verdad, no es una historia de Football Manager. Es real. ¿Pases cortos y llegar con el balón hasta el área? Correcto. Enrique Ballester aseguraba que con la edad “los equipos que no defienden le ponen nervioso” y quizás fue porque era un niño o porque me gustaba ver goles, pero cada partido de los de Ian Holloway, técnico del Blackpool que desafió a la Premier League una década atrás, era una ruleta rusa. Ellos habían llegado así a lo alto: disfrutando y, sobre todo, jugando al balompié con una libertad que va a llevar al Barrow al fútbol profesional. Influencia.
Evatt jugó en un conjunto de una pobrísima infraestructura, pero que se negó a vivir en el Championship. Los tangerines tenían a Charlie Adam, que acabó marchándose al Liverpool, y a DJ Campbell, un ariete con dientes de oro, como referencias. No tenían mucho más, pero consiguieron ponerse en puestos de Europa League en la jornada 20. Soñaban con una salvación holgada, pero la realidad golpeó a un cuadro que tan solo sumó once puntos en los últimos 18 encuentros y se abocó a un descenso que, después de ese inicio, pocos podían prever. Consiguieron unas 39 unidades que, por cierto, normalmente son suficientes para mantenerse entre los grandes un año más. No valió ese curso.
Al protagonista de 1984, novela de George Orwell, le enseñaban cuatro dedos y le preguntaban que cuántos veía. Él decía que cuatro y le pegaban porque repetía que, aunque el partido político que gobernaba en aquella distopía le dijera que había cinco, seguiría diciendo cuatro. Parecía ser un disidente. No sé hasta qué punto nos pueden engañar con el pasado y con las sumas y restas, como al pobre Winston Smith. Alguno todavía se sigue acordando de aquel conjunto y de Ian Holloway, aunque hoy parezca abatido, más cercano a sacar la cajetilla de cigarros y a ponerse a escribir una autobiografía que se leería su hijo, como mucho, que a volver a estar en la élite. Entrena en la League 2, olvidado, tras llegar a estar en muchas quinielas para entrenar en mejores equipos y fracasar en sus últimas experiencias. Holloway era un entrenador con un carisma desbordante. Era capaz de reírse de su estrella, de Charlie Adam, porque le cantaban el You’ll Never Walk Alone en el vestuario. El escocés quería irse al Liverpool en el mercado invernal de aquella campaña y el Blackpool le negó su marcha. El primero que no quiso venderle y que le frustraba un camino mejor se reía con él. O quizás de él. Fue, es y será un personaje especial.
Ojalá viviéramos en una distopía, de las de Orwell, para no acordarnos de estas cosas. Creo que lo viví, hay vídeos. Y escribirlo, por lo menos, puede servir para que lo siga recordando. El Blackpool se hundió y hoy vive en la League1. El Barrow está cerca del ascenso y siempre queda la opción a que un día Holloway vuelva. Aunque a lo mejor no haya estado realmente en la Premier League. Aunque yo me lo crea. Y aunque el año que viene Evatt, seguramente, se enfrente a Holloway en la cuarta categoría del balompié inglés. «Me siento supercalifragilisticoespialidoso», explicó el ex técnico del Blackpool para The Guardian, obnubilado por su vuelta a los banquillos tras estar 18 meses parado y por el reciente visionado de Mary Poppins con sus nietos. Él siempre abogó porque el aficionado «debía disfrutar por la entrada que pagaba». Hay gente que toma nota y le va de cine.
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