Cada temporada de MotoGP desde el año 2013 es como una peli mala de domingo. Deseas su estreno con ilusión, todas repiten un guion que conoces de memoria y el final siempre es el mismo. Tan solo puedes elegir cómo pasar el domingo. Si preparar palomitas e hibernar hasta que la manta y el sofá se conviertan en prolongaciones de tu cuerpo, si invitar a los colegas y recordar la noche del día anterior mientras vacían tu nevera, o por el contrario verla con tu pareja y pasar de la película, directamente.
Derrotar a Marc Márquez parece misión imposible. Desde que el piloto de Cervera ascendiese a la categoría reina (2013) ha ganado todos los campeonatos a excepción de uno, el de la temporada 2015. Un inicio de temporada demasiado frenético por parte del ‘93’ provocó que sufriese varias caídas en las primeras carreras y se quedó fuera de la lucha por el título muy pronto. Ese año, además, la Yamaha era una moto capaz de competir de tú a tú con la Honda y Jorge Lorenzo se coronó en Valencia.
La temporada 2020 está a escasos diez días de comenzar y promete ser una de las más igualadas de los últimos años. Yamaha ha trabajado muy duro para volver a ser competitivos después de una de las peores temporadas de su historia reciente, ha reunido a Rossi, Viñales, Lorenzo y Quartararo; nunca una marca aglutinó tanto talento para frenar a un solo hombre, y los tests de pretemporada son esperanzadores. Ducati seguirá siendo una moto peligrosamente rápida, y que podrá luchar si Dovizioso tiene el control necesario para dominar a la bestia. Entre todos esos nombres, Viñales y Quartararo son el futuro. La esperanza, la juventud y el clavo ardiendo al que Yamaha se agarra para derrocar a Márquez, sin olvidar al ‘Doctor’, que seguirá impartiendo clases a sus 41 años, y el trabajo de Lorenzo desde el box, el único que conoce el sabor de la victoria frente al ‘93’.
Pero toda película, incluso la más predecible, se guarda un cliffhanger. Un recurso narrativo que consiste en colocar a uno de los personajes principales de la historia en una situación extrema al final de un capítulo, generando con ello una tensión psicológica en el espectador que aumenta su deseo de avanzar en la misma. Y ese momento clave de la película, que no te esperas, el que te hace volcar el cubo de palomitas, tiene nombre y apellidos: Álex Rins.
Álex Rins es uno de los mayores talentos que han llegado a la categoría reina, incomprensiblemente, sin ser campeón del mundo. Tanto en Moto3 como en Moto2 se le escaparon mundiales donde, a priori, era el favorito, pero su deseo de dar el salto a MotoGP demuestra su ambición y ganas de ser el mejor, en el mejor escenario. Llegó en 2017, una temporada de adaptación, con una moto poco competitiva, la Suzuki. Pero en la última carrera del año, en Valencia, ya rozó el podio y demostró que estaba preparado para comandar la revolución de una marca mítica que necesitaba volver a ganar. En 2018 firmó cuatro podios, tres de ellos en las cuatro últimas carreras del año, y en 2019 ha ganó dos carreras y fue 4º en la clasificación final.
Rins ha demostrado ser rápido, regular, capaz de desarrollar y evolucionar una moto, un trabajador en silencio, detrás de las cámaras. En los tests de pretemporada está entre los más rápidos y llegará a Qatar en un estado de forma óptimo. No es el protagonista de la película, ni entra en las quinielas de los favoritos al título, tal vez no tenga una moto suficientemente rápida para ganarlo este año, pero ha demostrado ser capaz de cambiar una peli mala de domingo.
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