Cuatro torneos de Grand Slam y cuatro soluciones diferentes. Los cuatro grandes escenarios del circuito tenístico son los únicos que, en sus cuadros individuales masculinos, se van al mejor del cinco sets. Más exigencia física y mental que unidos a la necesidad de ganar siete partidos para el título hacen de ganar un Grand Slam el éxito que conlleva.
Los cuatro torneos siguen el mismo patrón general, pero con diferencias sorprendentes entre ellos. Una de las diferencias que más influye en el juego y el resultado es la forma en que cada torneo de los cuatro resuelve los casos de igualdad en el quinto set. Cada uno por sus motivos, los cuatro siguen su propio patrón.
No parece muy lógico, pero desde
la pasada temporada, cada torneo tira para su lado. Y de cara al espectador no
ayuda a aclararse qué esperar en cada torneo. Así están (ahora) las cosas.
Nadie puede garantizar que no cambien en cualquier momento, igual que lo
hicieron en 2019.
El Abierto de Australia, para buena parte del circuito el mejor Grand Slam, es uno de los torneos que anunció modificaciones para la edición de 2019. Con el objetivo de evitar partidos eternos, el primer Grand Slam de la temporada ha implantado un súper-desempate al mejor de 10 puntos y con diferencia de dos en el momento en que un quinto set llega al empate a seis juegos. Se consiguen dos cosas: se emplea una herramienta para decidir un partido que seguramente lleve más de tres horas disputándose y se da un toque diferente con el desempate a 10 puntos.
En Roland Garros no quieren oír hablar de cambios. Llegados al quinto set, hasta que uno de los tenistas consiga ganar seis juegos con ventaja de dos no se acaba el partido. La fórmula es la más respetuosa con la tradición y la historia tenística pero la que más riesgos toma. La opción de que un partido se alargue de forma innecesaria es alta. Cuando dos tenistas llegan a un quinto set y a un 6-6 ya llevan suficiente carga encima como para poder decidir el ganador en un desempate. La inercia invita a pensar que llegará el desempate a París, pero todavía no ha llegado.
Wimbledon. Londres. El All England Tennis Club y su tan respetada tradición. En 2019, para sorpresa de muchos, el club anunciaba un cambio importante. Introducía un desempate en el quinto set. La historia mira a Londres para escribir la historia del partido más largo. En 2010 en primera ronda, el estadounidense John Isner y el francés Nicolas Mahut llevaron el quinto set hasta un casi absurdo 70-68. 11 horas, seis minutos, 23 segundos y 183 juegos fueron necesarios para definir al ganador. El partido se alargó durante tres jornadas.
Tuvieron que pasar nueve años hasta que el torneo con más tradición del circuito tomase cartas en el asunto. Y lo hizo el año pasado con una solución a medias. Introducen un desempate al mejor de siete puntos (con diferencia de dos) pero lo hacen si el quinto set llega al 12 iguales. La sensación que se queda es que han querido meter mano, pero dejando margen. No hay desempate hasta que se disputan 24 juegos del quinto set. Es un avance.
En el Abierto de EEUU la situación es la que se podría considerar normal. Y no tiene pinta (ni necesidad) de cambiar. Con un empate a seis juegos en el quinto set, desempate al mejor de siete puntos con ventaja de dos. Fácil y habitual para recordarlo. Perfecto. Lo lógico sería una unificación de criterios. Por el bien del espectáculo y del interés del espectador. Y por pedir, en un quinto set debe haber un desempate. No tenerlo es un riesgo. El ejemplo de Isner y Mahut en Wimbledon es extremo, pero un quinto set que se vaya a un número elevado de juegos para el ganador no tiene sentido. Un desempate es justo para resolver el partido y garantiza un final sencillo tras un partido largo. La inercia llevará al desempate en los cuatro escenarios. Esperemos también que traiga la unificación de criterios.
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