Hace tiempo que la Real Sociedad se ha instalado en la zona noble de La
Liga, casi sin darnos cuenta y sin apenas hacer ruido. Desde la salida de
Antoine Griezmann en 2014 y la de Íñigo Martínez en 2018, además de la retirada
de Xabi Prieto, el club donostiarra no ha podido presumir de estrellas ni de
futbolistas bandera. En realidad, sus dos últimos años en la máxima categoría
del fútbol español han pasado sin pena de gloria por la retina del aficionado,
cada día más ambicioso.
La clasificación para la Europa League en 2017 fue la recompensa a muchos años de trabajo en Zubieta. Fue meritorio teniendo en cuenta los clubes que se quedaron sin plaza europea (Athletic y Valencia, por ejemplo) pero el botín no pareció suficiente un año después, cuando a falta de nueve jornadas Eusebio Sacristán era destituido. Había dejado al equipo más que salvado (+12 del descenso) y aunque volver a Europa ya era prácticamente imposible, los obstáculos no habían dejado de sucederse. Desde la salida al Athletic de Íñigo en pleno enero hasta la lesión de Rulli, el el equipo guipuzcoano había perdido además a Yuri y Carlos Vela rumbo a PSG y MLS respectivamente.
El equipo lo cogió entonces Imanol Alguacil, sin presión al no tener un objetivo claro y sabiendo que en verano el relevo en el banquillo era seguro. Pero era su primera experiencia en Primera División y en el primer equipo de la Real Sociedad, club en el que jugó durante siete temporadas y en el que llevaba otras siete dirigiendo en categorías inferiores. Rápidamente recuperó la moral de sus jugadores y logró ganar cinco partidos, incluyendo una goleada ante el Atlético (3-0). Alguacil había hecho los deberes, pero la necesidad de ‘ilusión’ llevó a la directiva a contratar a Asier Garitano, que había firmado una temporada heroica con el Leganés.
Los números de Garitano no fueron mejores que los de Eusebio e Imanol, y poco duró en el cargo (fue despedido el día después de Navidad). Alguacil volvía a asumir el papel de entrenador, pero esta vez sin interinidad (firmó por año y medio), con más margen de trabajo y cualquier tipo de lección aprendida. En aquel momento, la Real se encontraba 15º a solo tres puntos de los puestos de descenso. En su debut, el día de Reyes, ganó al Real Madrid en el Bernabéu (0-2) y empezó una racha de ocho jornadas sin perder que acabaría contra el Atlético de Simeone. Pasó de sufrir por no descender a pelear hasta la última jornada por entrar en Europa. Se le escapó en el duelo decisivo ante el Espanyol.
A pesar de aquel día fatídico en Cornellá, nadie tenía duda de quién tenía que ser el técnico en la 19-20. Se había ganado con derecho propio a liderar un proyecto desde el principio, sin hándicaps de entrenadores pasados. Esta campaña lo está corroborando con un fútbol que encandila a todos, sacando lo mejor de futbolistas como Oyarzabal y Odegaard (ambos ya confirmados como estrellas de la Liga), sobreponiéndose a la dura baja de Illarramendi (se operó del tobillo en octubre) y haciendo notar su espectacular trabajo con la cantera.
Los resultados están ahí. La Real durmió como líder de Primera división en
solitario 16 años después el pasado noviembre, y por primera vez desde 2013 se
ve favorito para ocupar puestos de Liga de Campeones a final de temporada. No
es una utopía. Es un sueño Real.
Alicante, 1991. Mi madre siempre me decía: "No sé por qué lloras por el fútbol, sino te da de comer". Desde entonces lucho por ser periodista deportivo, para vivir de mis pasiones (y llevarle un poco la contraria).
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