Temporada tras temporada, el Atlético de Madrid tiene la mejor plantilla de su historia. O eso, al menos, es lo que se nos vende desde los altavoces que son los medios y hacen las veces de verdades absolutas. Temporada tras temporada, el Atlético de Madrid ha hecho una tremenda inversión en la confección de la nueva nómina de la que dispone el entrenador, aunque se oculte que la cantidad de dinero recibida es mayor que la gastada en los traspasos prácticamente de manera sistemática. Temporada tras temporada, el Atlético tiene la obligación de pelear por todo. Y no lo hace. Y cuando lo hace, fracasa. Porque no ganar todos los títulos todos los años es un porrazo en toda la boca. Y eso se lo creen muchos.
La afición está inmersa en una guerra civil entre los del ‘Cholo sí’ y los del ‘Cholo no’ de la que se desconoce su altura. No se sabe si realmente es un problema tremendo que es acorde al escenario real, o una situación que ha generado el Gran Hermano del fútbol, esos reality shows donde lo que importa es gritar más que el tertuliano que lleva la bufanda del otro equipo y donde las polémicas, adulteradas y edulcoradas hasta el máximo punto, son el hilo conductor. Pero la verdad es que, en los últimos encuentros, el Wanda Metropolitano ha sentado cátedra con música de viento sobre el argentino. No son muchos, pero se hacen oír.
“Acordaos, cuando lleguen los malos momentos, cuando desde fuera quieran dividirnos y decir que las cosas van mal, en esos momentos que seguro llegarán, me gustaría que recordarais lo que sentís ahora, el orgullo que sentís”, proclamó Fernando Torres micrófono en mano y mejilla hecha lágrimas en su despedida. No se equivocaba. No todos le hicieron caso.
Sea como fuere, esa tensión, de un tamaño u otro, se palpa en el ambiente. Hay quien se ha creído que el Atlético, por el simple hecho de ganar una Liga hace cinco años en la que se alinearon todos los planetas y el equipo rindió a un 200% de sus posibilidades, es candidato principal a todo. A quien, sin importar el dónde y el cuándo, ve cómo el equipo ha crecido en el plano institucional, pero no tiene el mismo tino para poder apreciar que sus dos rivales por un cetro han multiplicado también sus posibilidades en cuanto a todo haciendo que el gap se abra con los de detrás, pero no con los de delante.
“Yo quiero al Cholo, pero no me gusta su forma de jugar”, dicen algunos. Que es como venir a decir que te encanta la carne pero eres vegano. Simeone, con sus cosas, tiene todos los récords habidos y por haber en el Atlético en cuanto a resultados positivos. Y hasta que no exista un baremo que nos diga claramente qué es jugar bonito y qué es jugar bien, lo que siempre mandarán serán los resultados, donde el Atlético, campaña tras campaña, supera el notable y roza el sobresaliente de manera sistemática.
Y poco importa que el Atlético, por números y títulos, esté viviendo la mejor época de su historia. Tampoco el haber sido segundo clasificado en Liga dos años consecutivos, haber jugado Champions los últimos ocho o llevar un título de media por campaña desde que Simeone se sienta en el banquillo. Tampoco que en enero haya otra minicompetición, la Supercopa de España, para ver si se puede sumar un entorchado más.
Mucho menos que en los últimos siete años, el equipo haya promediado en Liga el haber sacado más de dos puntos en cada partido —el año del Doblete, el equipo promedió 2,07— o que el equipo, con un cambio radical en la plantilla y con una falta alarmante de gol, siga arriba en Liga y haya sacado buenos resultados en Champions. Parece que haber sido subcampeón de Liga con más de 50 lesiones —un récord absoluto en una temporada— no tiene ningún mérito. “El Atleti se ha estancado”, “Cholo, vete ya”, “Simeone, los cambios”, “Así no podemos jugar”.
Y es que hay quien lleva vendiendo años el discurso de que el Atleti es diferente, que lo que importa son los valores y que somos más guapos y mejores que el resto, ‘Orgullosos de no ser como vosotros‘, pero que a la hora de la verdad demuestra ser igual o peor que el resto, porque al discurso fallido le añade una hipocresía manifiesta.
Puede, simplemente, que esta nueva corriente de histeria y de ganar por encima de todo se asiente en una nueva generación que ha crecido viendo al Atlético ganar de manera constante durante la última década, que no sepa de dónde viene, que no conozca la historia reciente del club y que, sencillamente, no acierte siempre a sumar dos más dos.
Es fácil, en un país con 47 millones de seleccionadores, dar lecciones y saber más que aquellos que se han formado realmente de ello y que llevan 30 y 40 años en la materia. Porque todos sabemos que Mourinho, Valverde, Simeone y Conte no tienen ni idea. Que menos mal que se retiró Van Gaal porque ya chocheaba y que “a ver cuándo le dan la oportunidad al entrenador de los alevines del equipo de mi barrio, que ese sí que sabe, que yo un año le hice de ayudante y el tío iba con pizarra de imanes y todo”.
Y es que igual que el dinero todo lo puede, parece que los títulos también nublan la vista de una afición que hace 10 años estaba más unida que nunca para echar del palco a una directiva que, con el escudo de Simeone, lleva una década haciendo las cosas bien. Casualidades, esa gestión tan nefasta, ha tornado en un crecimiento sin igual que ha permitido al Atlético estabilizarse en la tercera plaza de una Liga de manera sistemática y mirando de igual a igual a dos titanes que aún, a día de hoy, le multiplican en presupuesto.
A quien no tiene memoria y no hace un ejercicio de empatía para saber que el Atlético, hace no tanto ni en el Top5 del país, ocupa hoy una plaza en el podio y ha puesto un universo de por medio con Sevilla, Valencia, Villarreal o Athletic, y quien no mira cuál es la situación actual de un Valencia que hace no tanto estaba en esa plaza de la discordia y a quien, la presión de querer luchar con Real Madrid y Barcelona —venida desde afición y directiva— acabó desmoronando.
“Pero el fútbol es ilusión, y yo quiero ganar la Liga, aunque sea difícil”, dice cierto sector de la afición, como si Fernando Alonso no hubiera querido ganar títulos en su vuelta con McLaren, como si Valentino Rossi no hubiera querido ser campeón con una bicicleta marca Ducati, o como si yo no quisiera cambiar mi viejo y destartalado Daewoo por un Ferrari.
“Es que no se puede empatar con el Valladolid, aquí se pierden las Ligas”, argumenta quien, sin un ejercicio de autocrítica, se olvida que ese mismo equipo sacó puntos del Bernabéu o quien no se para a pensar que un recién ascendido Granada sonrojó al Barcelona. “Es que no hay derecho, el empate contra el Real Madrid ha sido inaceptable”, sostiene aquel que olvida que el Atlético estuvo 14 años pasando vergüenzas y miedo cada vez que un derbi asomaba. Como si fuera fácil ganarle a un equipo que pierde 4-5 veces por temporada. Gracias, Diego Pablo, por convertir un empate en vergüenza cuando hace una década lo habríamos celebrado como un título.
“Simeone es muy previsible, le pillan todos los entrenadores”, comenta quien no se pone a mirar que no hay rival en Champions, ya sea entrenador o jugador, que admita sentir pavor si le toca la bolita del Atleti en un cruce y quien hace cábalas en la jornada cuatro y no a final de temporada, cuando hay que echar las cuentas.
“El equipo no ha evolucionado, no puede ser que en siete años se exija lo mismo y que cobre lo que cobra”, ataca quien ya no tiene muchos más argumentos, sin ver que la verdad es que el título de Liga hace cinco años y todo lo que ha ido viniendo después ha sido rendir muy por encima de las posibilidades, de los objetivos y de las realidades.
Cuando Simeone se despidió como jugador del Atlético, un cartel se desplegó en uno de los fondos del antiguo estadio. “Diego Pablo, el Calderón te ama”, rezaba, siempre acompañado de una gran sábana con su cara dibujada celebrando aquel gol ante el Albacete de 1996 con dos palabras definitorias: “Cholo, único”. Parece que algunas de las voces que más retumban en el Wanda Metropolitano —y en los aledaños—no piensan lo mismo.
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