Se ha terminado la 32ª edición de la Copa de África. En la gran final se enfrentaron Senegal y Argelia. Hacía cuatro ediciones que ningún equipo norteafricano levantaba el trofeo, después de Egipto en 2010. Argelia recogió el testigo, llevándose un triunfo a todas luces merecidos. En Argelia, las cosas andan revueltas a nivel político y social. El pueblo se ha hartado de Buteflika, el presidente del país durante veinte años teñidos de corrupción, represión de libertades y falta de derechos de las mujeres argelinas. Todo ello ha desembocado en una espiral de protestas y manifestaciones que dura ya seis meses.
El fútbol en África es un bálsamo que ayuda a sanar las heridas, y eso, la selección argelina de fútbol, los Zorros del Desierto, lo han entendido a la perfección. Han paseado por esta Copa de África con la frente alta y el puño de hierro. El antiguo internacional Djamel Belmadi ahora ocupa el banquillo y ha sabido armar un equipo compacto, maduro y letal cerca del área rival. Ha mantenido a antiguas leyendas de la selección como Raïs Mbohli bajo los palos, Sofian Feghouli en la mediapunta o Islam Slimani, que ha entrado en los tramos finales de los banquillos. Bennacer ha cogido el timón en el centro del campo, proyectando la potencia de Bellaili por un lado y el talento infinito de Mahrez por el otro.
Y arriba, el gran héroe de esta edición; Baghdad Bounedjah es uno de esos delanteros dominantes. De físico privilegiado y mentalidad insaciable, el atacante argelino escribió su nombre con letras de oro en el libro del fútbol argelino con el único gol de la final que daba el triunfo al equipo magrebí. En medio de un huracán social en Argelia, el fútbol apareció para aportar alegría a una sociedad que está llegando al límite. El fútbol convertido en la ilusión de un pueblo.
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