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Ciclismo

Una borrachera en el Tour de Francia

Con el fin del Giro de Italia se da el pistoletazo de salida a la temporada de las grandes vueltas en el ciclismo. Y los que hoy parecen héroes, todo bien uniformados, acompasados y sistemáticamente entrenados para no desfallecer, hace años habría sido impensable cuando los que ganaban estas rondas estaban a años luz de los recursos que se tienen hoy en día. Hazañas impensables de un ciclismo en ciernes. 

La 37ª edición del Tour de Francia, celebrada en 1950, ha pasado a los libros de historia como una de las que más anécdotas tiene que contar. Fue, por ejemplo, la primera en la que se instauró el fuera de control. Los equipos, entonces, no eran más que selecciones nacionales. Gino Bartali llegaba como gran favorito gracias a la ausencia de Fausto Coppi, a quien la rotura de tres costillas había dejado en casa. Jean Robic era la gran esperanza local y el devenir de la carrera iba a derivar en una batalla colosal entre Ferdinand Kübler y Stan Ockers. Pero la etapa 11 cambió todo el escenario. Robic, el ídolo local, se dio de bruces contra el suelo y el público la tomó con Bartali, a quien criticó de provocar la caída hasta el punto del linchamiento físico en varios pasos por los pueblos galos. Ante lo sucedido, Bartali, jefe de filas de Italia, ordenó la inmediata retirada de todos los compañeros, incluido la de Fiorenzo Magni, que entonces marchaba como maillot amarillo.

La etapa 13 era la inmediatamente anterior a la llegada de los Alpes, con un recorrido de 215km entre Nimes y Perpiñán. Aquel día de últimos de julio fue especialmente caluroso. Tanto, que solo un loco habría intentado dar la campanada en un día de teórico descanso antes de la batalla con la montaña. Un loco llamado Abdel Kader Zaaf, que quería pasar a la historia como el primer ciclista africano ganador de etapa en el Tour. Entonces, argelinos y marroquíes corrían representando a África del Norte. Zaaf era el jefe de filas y, a sus 33 años, era un ciclista inédito, como sus compañeros. Tras ese día se convertiría en un habitual de la ronda gala en las siguientes ediciones, en un agitador de etapas montañosas, en un kamikaze capaz de romper el pelotón al que el mismo Fausto Coppi llegó a pedir ayuda y colaboración en numerosos ataques suicidas.

Zaaf tenía entre ceja y ceja ser el primer ciclista africano exitoso en Francia, el primero en subir al podio al final del día y, sabedor de su especial resistencia al calor, en parte por haberse criado en una África Subsahariana en la que esos grados de más son costumbre, atacó al principio de la etapa. Su compañero Molines se pegó a su rueda y ambos abrieron un hueco suficiente que incluso ponía de líder de la general en ese momento a Zaaf. 

Tras casi 200 km fugados y con Zaaf como evidente ganador aquel día por su liderazgo dentro del equipo, el argelino decidió echar un trago. Entonces, el avituallamiento no estaba regulado como ahora y era costumbre que los propios aficionados se pusieran en el arcén con bebida y alimentos para sus héroes. Zaaf agarró una botella a falta de 20km para el final, le dio un largo trago que le sentó amargo y acabó escupiendo, pero ya era tarde. Se había pegado un buen lingotazo de un vino tinto de alta graduación casero. Exhausto, deshidratado, sin nada en el cuerpo durante horas, el africano rápidamente sintió el alcohol en sus venas.

De pronto, Zaaf empezó a tambalearse encima de la bicicleta, a circular haciendo eses y a aminorar el ritmo sin saber qué le pasaba hasta que acabó cayendo al asfalto. Molines, en vista que su compañero no podía seguir, tiró todo lo que pudo. Zaaf se levantó con paso zambo, agarró su bicicleta y, en unas condiciones nada agradables echó a rodar de nuevo, sin darse cuenta que estaba haciéndolo en el sentido contrario al curso de la carrera. Poco pudo recorrer, de todos modos, hasta que volvió a besar la carretera. Allí, los seguidores lo recogieron, abanicaron y resguardaron apoyándolo contra el tronco de un árbol y buscando la sombra de su copa, a 15km de meta. 

Zaaf, musulmán practicante y confeso, que solía echarse a rezar de manera pulcra y llamativa al principio y al final de cada etapa, jamás había probado una sola gota de alcohol. A su organismo, no acostumbrado a ello, le bastó un largo trago de vino para tumbarle. Acabó la noche en un hospital, del que se fugó para intentar tomar la salida al día siguiente. Molines se marchó en solitario cuando su compañero cayó y se alzó con la victoria de etapa, convirtiéndose en el primer africano en ganar una etapa del Tour de Francia. Al día siguiente, otro africano, el marroquí Custodio dos Reis, se hizo con la etapa. A Abdel Kader Zaaf el consuelo le llegó un año más tarde, cuando lo único que le quedaba para entrar en los libros de historia era ser el primer africano en acabar un Tour de Francia. Lo hizo en la posición número 66, clasificando como último de los 123 que empezaron la carrera, a casi 5 horas del vencedor, el suizo Koblet.

Zaaf se convirtió en una leyenda. Poco después de su affaire con el alcohol, las marcas de vino se lo rifaron para que fuera la imagen de su campaña de publicidad. Todavía hoy, en los bares más añejos de Nimes y en aquellos que respiran ciclismo, la historia se sigue contando entre vermut y vermut. Y raro es el día en que no entra algún cliente que grita a viva voz. “Póngame un Zaaf”. Sí, un Zaaf, en según qué bares de la zona, es un chato de vino.

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