La Toscana tiene gran
parte de culpa del ingenio de Leonardo da Vinci. Sus viñas, calles estrechas e
infinitos bucólicos paisajes le tuvieron que vestir de genio. Hasta el día que
no le hizo falta. Se pudo quitar el traje y cuajar miles de inventos sin mirar
por la ventana. La vista que otea Eden Hazard en el Real Madrid, si se cumple
su sonado traspaso, no es halagüeña. Los blancos se han autodestruido en los
últimos meses; impasibles ante el incendio en Chamartín. Los fuegos suelen
arreglarse con un poco de agua. Los de Zinedine Zidane, sin embargo, esperan
una borrasca, sin recordar que con la contaminación cada vez llueve menos.
El belga ha dejado un
recuerdo imborrable en la capital inglesa, donde todavía se le reclama que se
mantenga un año más. Lo del Chelsea y Hazard es como la última copa de tu amigo;
siempre es la definitiva pero el licor a los minutos se reproduce, como el
milagro de los panes y los peces. Nadie entendería que justamente este año, con
la sanción a los blues, se le permita partir. Sea por el precio que sea.
El ex del Lille siempre
ha tenido en su ADN el fútbol del conjunto blanco; es rápido, vistoso y conduce
el cuero de maravillas. En Inglaterra destacó por sus arrancadas desde el
flanco izquierdo, donde ha provocado pesadillas a los laterales. En el contexto
merengue, a Hazard le interesaría mantenerse en ese perfil a pesar que su
técnico tendría que prescindir en muchas ocasiones de su flexibilidad táctica. En
el 4-3-3 del técnico galo tendría los espacios que un mediapunta le obstruiría
en un posible 4-2-3-1. En el rombo que ha utilizado en muchas ocasiones
costaría verle más, aunque ya ha jugado de delantero en el Chelsea. El contexto
allí muchas veces era más complicado porque Maurizio Sarri le ha llegado a
emplear ahí para ganarse las habichuelas, muchas veces, encarando al mundo
entero él solo. Si se le permite pisar esa zona de influencia que le gusta, sí
podría acompañar a Karim Benzema en la delantera; renunciando, eso sí, al
argumento del centro desde un costado y remate que tantas alegrías ha provocado
en Chamartín.
Pero como todo buen
artista, su aterrizaje tiene sus defectos. El mayor recelo puede ser la pérdida
de minutos de futbolistas jóvenes y que han demostrado que ya no se les queda
pequeña la zamarra blanca. El caso más aberrante podría ser el de Vinicius, al
que se le llegó a pedir que se fuera cedido a principios de curso; un disparate
ahora mismo. A Hazard, que en su taller de Londres ha dejado obras para
disfrutar lo que nos queda de vida, se le avecinaría el mayor reto de su
carrera. Levantar a un conjunto que está en crisis cuando gana. Él no se podrá
inspirar con viñedos por la destrucción del Madrid. Pero tampoco necesita
iluminarse. Las ideas en el arte suelen emerger cuando no estás pensando en
ello.
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