“Quel naso triste come una salita
Quegli occhi allegri da italiano in gita”
Cantaba así Paolo Conte a Gino Bartali y a esos abnegados espectadores que esperaban con ilusión que el ídolo pasara, aunque solo fuera durante unos segundos, a apenas unos metros de distancia sobre carreteras polvorientas.
Sobre los caminos en los que entrenaba Bartali, homenajeado hoy en su región como uno de esos iconos de consenso en la historia del deporte, discurría la segunda etapa del Giro d’Italia que Gino ganó en tres ocasiones. La habitual lluvia primaveral de la Toscana acompañó a los ciclistas en la ruta sin descanso por los continuos toboganes de las carreteras de los Apeninos tosco-emilianos, el importante eje que une Bologna y Firenze y las afueras de la ciudad florentina, donde tantos ciclistas tienen su residencia.
En este caso, tras la última curva del ascenso a San Baronto, patrón local del ciclismo, no aparecía Bartali, como en la canción, sino Giulio Ciccone, uno de esos competidores incansables, protagonistas del ciclismo de ataque, picante imprescindible de cualquier Giro. En la primera fuga del Giro, consolidó su maglia azzurra pasando en primer lugar por los dos pasos de montaña puntuables. Un maillot que ya estuvo a punto de ganar el año pasado, que mantendrá con probabilidad las dos próximas semanas y que ya vistió ayer tras una brillante táctica en la contrarreloj inicial: ser el peor en la parte llana para luego ser el mejor en los dos kilómetros de ascenso a San Luca.
Con Ciccone marchaban en cabeza otro sospechoso habitual de estas lides como Frapporti, además de Cima, Maestri, Clarke, Bidard y Owsian. Sin embargo, estas fugas, pese a que el tiempo gris y el terreno pestoso permitieran albergar alguna mínima esperanza, pocas veces llegan a buen puerto, especialmente dado el nivel de velocistas que se han dado cita en este Giro.
Y no decepcionó el primer sprint. A más de 72 kilómetros por hora, el brutal Pascal Ackermann, en su debut en una gran vuelta, pulverizó a Elia Viviani, Caleb Ewan y Fernando Gaviria en las calles de Fucecchio. El campeón alemán recordó al mejor Greipel para plantarse, a sus 25 años, como el nuevo proyecto de la velocidad alemana en una temporada en la que ya había ganado en Almería, Kojkside y Frankfurt y justo después de la retirada provisional de Kittel.
Solo el esfuerzo, el trabajo y el sudor eran el camino para llegar al éxito en la mentalidad de Bartali y de la Italia de la posguerra que le adoraba. Es todavía ahora el único camino para hacerse con el cariño del público local y alcanzar el éxito en este Giro. El de Ackermann, el de Roglic, el de todos solo acabó de empezar. Aún queda polvo.
“Quanta strada nei miei sandali, quanta ne avrà fatta Bartali?”.
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