Quizás este sea un artículo que debería haber salido el lunes, después del encuentro del Real Madrid en el Villamarín, pero a la hora de encuadrar fechas era mejor hoy. Cosas del medio. Nadie, aun así, se puede dejar sorprender por el titular, después de dos choques en los que el conjunto de Santiago Solari se ha refugiado en su arco. Así, la lírica se ha dejado llevar. Este Madrid necesita acicalarse constantemente . Y, además, no solo con muchas herramientas, sino con un sinfín de almas.
El conjunto blanco saltó a Butarque con un esquema atípico, una especie de 4-2-3-1 en el que Marcelo, durante los primero 20 minutos, era el extremo. Solari insistió con un doble pivote rocoso y dejó la imaginación a Isco, que está en una época en la que la inspiración mira hacia otro costado, mientras le abraza la desconfianza. Este y Marcelo son futbolistas imperiales que siguen negando su sino, precisamente, siendo jugadores que provienen de un imperio de éxito, como lo fue Roma: la decadencia. Por ello, Solari hace ademán en ir incorporándolos poco a poco en sus conjuntos pese a la crudeza actual del propio destino que les aguarda.
Los locales no necesitaron creer demasiado para hacer daño, por la propia disposición de los merengues. Durante gran parte del primer acto Lucas hacía de sexto hombre en un 6-2-2 que, lógicamente, daba libertad a Dimitros Siovas, con conducciones de Beckenbauer. Así acabó llegando el gol de Martin Braithwaite, en una jugada en la que los anfitriones podrían haberse tirado 10 minutos más rematando ante la inadmisible pasividad blanca. Las formas eran distintas en cuanto a disposición pero el fondo seguía siendo igual de oscuro que su camiseta: el Madrid estaba muy mal. Tremendamente mal.
Por ello, en el segundo tiempo Solari introdujo a Dani Ceballos para dejar trabajar a Casemiro con nocturnidad y alevosía. El brasileño es taciturno, requiere de espacio en su propio espacio para ser él y no un simple acompañante en el centro. Estuvo colosal en las nubes, donde el Leganés guarda sus mejores armas ofensivas. Isco, como de costumbre, no acabó el encuentro tras jugar un cuarto de hora como falso nueve, totalmente desamparado por un Madrid escaso en todo. Los anfitriones pudieron poner la eliminatoria en un puño pero las paradas de Keylor y su falta de fe fueron definitorias. No acentuaron la displicencia de los blancos, que ya están en cuartos de final de la Copa jugando al estilo que siempre quisieron darle la espalda. Ahora, está delante suyo ante un Real Madrid que no puede mediar ni media palabra.
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