Cada vez que se juega un Mundial Sub20, no puedo dejar de
mirar con entusiasmo a un jugador en particular: el que lleva la ‘10’ de
Argentina. Esa camiseta, desde Maradona, es la más especial de la historia del
fútbol. Esa que no puede llevar cualquiera, sino que se tiene uno que ganar por
tener algo especial en sus botas. Es la camiseta que llevó El Diego en el
Mundial Sub20 de 1979, y que luego portaron Ibagaza en el 95, Aimar en el 97
(disputada con Riquelme, que acabó con el 8), Tevez en 2003 y Agüero en 2007.
Es la que no pudo llevar Messi en 2005 por edad y galones, porque a sus 17 años
era de los más chiquitos de un torneo en el que jugaba contra gigantes, y la
que se puso Leandro ‘Pipi’ Romagnoli en 2001, liderando a una generación de
gran talento en la que destacaban D’Alessandro, Saviola, Maxi Rodríguez, Mauro
Rosales o Coloccini.
El sábado se despidió del fútbol a los 37 años Leandro
Romagnoli, ídolo de San Lorenzo por méritos propios. El argentino ya había
colgado las botas hacía seis meses, pero necesitaba decir adiós desde el césped
a una afición que le idolatra y lo hará por siempre. Y es que cuando el Pipi
jugó su último partido con los Cuervos, realmente no sabía que estaba siendo el
último. Tomó la decisión días después de haberlo jugado y para agradecer un
amor recíproco a unos colores necesitó montar un partido en el Nuevo Gasómetro
entre viejas leyendas del club argentino en las que incluso su padre, ex
futbolista de Huracán, se vistió con la camiseta de San Lorenzo. Una enemistad
que solo puede vencer el amor por un hijo.
Para entender la magnitud de lo que significa El Tatuado
Romagnoli (apodo que le pusieron los comentaristas argentinos por la cantidad
de tinta que asoma su piel) hay que saber que, por ejemplo, murales enteros con
su figura pintada a grafitis adornan varios de los costados del nuevo estadio
de San Lorenzo. Que es el jugador con más títulos en la historia de la
institución y que solo hay dos futbolistas que hayan jugado más partidos que él
en la vida del club. Que Maradona, casado con muy pocos, gastó parte de su
tiempo en decir adiós a uno de esos muchachos que honraron la 10 de un equipo
argentino. «Espero que hayas tenido un homenaje soñado, a la altura de tu
fútbol. Gracias por la magia, lo mejor para vos», le homenajeó el Pelusa
en las redes.
Romagnoli nació con el fútbol en la sangre. Su madre, hincha
de San Lorenzo. Su padre, ex futbolista de Huracán, el rival eterno e histórico
de los Cuervos. Prácticamente toda su familia era del Globo (apodo que recibe
Huracán), donde también probó su tío. Pero el Pipi salió a su madre, rebelde y
cuervo. A los cinco años, la decisión de su padre fue la de llevarle a probar
con Huracán. Duró apenas unos días y empezó a jugar como los niños, en el
barrio, en la calle, donde se aprende el fútbol de verdad. A los 8 ya estaba en
San Lorenzo, donde pasaría casi toda su vida. San Lorenzo, en Boedo, una zona
de la clase trabajadora conocida nacionalmente por su influencia en el tango.
Aunque las cosas se le complicaron cuando en la novena (con 14 años), los
técnicos no le veían válido para el fútbol y él, cansado de estar en el
banquillo, estuvo cerca de renunciar a lo que estaba empezando como una carrera
de futbolista.
A los 17 le llegó el debut en el primer equipo de la mano de
Óscar Ruggeri casi de rebote, pues San Lorenzo tuvo que tirar de una plantilla
entera de canteranos cuando los titulares, con todo el pescado vendido y sin
jugarse nada en Liga, se fueron de vacaciones antes de tiempo con el permiso y
la mala planificación del club como pretexto. Pero rápido se vio que ese joven
de piernas finas y enrolladizas que no hacía más que pedir el balón tenía algo
más que el resto en su diestra.
Sus primeros pasos no pudieron ser más acertados y 2001 fue
el año que lo consagró. Lideró a Argentina a salir campeona del Mundial Sub20 y
cuando volvió de aquel torneo, Manuel Pellegrini llegó al banquillo del Ciclón.
Pronto le dio plenos poderes al Pipi y el matrimonio salió exitoso. Se alzaron
campeones del Clausura y ganaron la Copa Mercosur, un invento de Conmebol que
era una especie de Mini Copa Libertadores en la que participaban los mejores
equipos de Argentina, Uruguay, Brasil, Chile y Paraguay y que sirvió como
antesala de la Copa Sudamericana (que también ganaría San Lorenzo en 2002 en su
primera edición). Parecía que todo iba sobre ruedas pero de repente, nada más
arrancar 2002, se rompió el cruzado y se pasó medio año en el dique seco.
Sin saber cómo recuperaría a una edad a la que uno necesita
jugar, Romagnoli volvió como si nada hubiera pasado para asombro de todos. Solo
seis meses después, cuando no parecía que nada le pudiera frenar, volvió a
sufrir la misma lesión. En 2004 quiso cambiar de aires y se marchó a México y,
cuando vio que estaba preparado, emigró al Sporting de Portugal para probar
suerte en Europa.
Y es que al Pipi le faltaba escaparate. Siempre superado por
el gran hacer de futbolistas con los que compartía posición y que mostraban un
gran nivel en Europa como Riquelme, Aimar o D’Alessandro, entendió que si
quería tener alguna oportunidad con Argentina debía probar suerte en el
exterior. Sus inicios en Portugal fueron bastante pobres, pocos apostaban tras
sus primeros meses que fuera capaz de adaptarse al ritmo europeo, pero
Romagnoli acabó demostrando de qué pasta estaba hecho. En cuatro años, ganó dos
Copas de Portugal, dos Supercopas y fue cuatro veces subcampeón en un torneo
que tenía al Oporto como dueño y en el que se impusieron siempre a un Benfica
que estaba loquito por el argentino. En 2009, con 28 años, varios equipos europeos
se interesaron por él, pero prefirió volver a casa, aunque le ofrecían más
dinero de todas partes del mundo.
San Lorenzo no vivía los mejores años de su vida entonces y
Romagnoli empezó a sufrir un episodio de lesiones musculares y de rodilla que le
acompañaría hasta el resto de sus días. Clave en el presente de San Lorenzo fue
el partido contra Newell’s en el Clausura 2012. San Lorenzo lo tenía todo para
perder la categoría. Una derrota haría al equipo descender con varios partidos
todavía por jugarse. El partido se puso 0-2 en contra al descanso. Romagnoli, tocado todo
el Clausura, no había sido de la partida inicial, pero quería estar en el
banquillo por si podía ayudar. Ingresó en la segunda parte en un todo o nada, y
salió todo. Porque primero asistió de córner para recortar distancias, luego el
partido se puso 2-2 y un minuto antes del final, el Pipi agarró el balón,
gambeteó entre dos defensas y puso un centro con su pierna mala para que
Gigliotti reventara las gargantas del Nuevo Gasómetro. Al final, San Lorenzo sumó
sus buenos resultados a los malos de los que iban por delante y acabó salvando
el pellejo en la promoción ante Instituto.
Romagnoli dejó de jugar varias semanas, sanó bien su rodilla
y arrancó una segunda juventud maravillosa. Ya tenía 32 años cuando comenzó la
etapa más exitosa de su vida y del club. En apenas unos meses, jugó su partido
300 con el equipo, ganó la Copa Argentina y el Apertura 2013. 2014 fue un año
de emociones encontradas. San Lorenzo descubrió una perla en su cantera llamada
Ángel Correa y el Pipi y él formaron una sociedad terrible. Se dejó ir en Liga
centrándose en la Copa Libertadores. Y es que, el mayor torneo a nivel de
clubes de toda Sudamérica acabó en posesión de los Cuervos aquel año, con
Romagnoli levantando la Copa al cielo, inscribiendo su nombre en las leyendas
de la institución y retando al Real Madrid en el Mundial de clubes.
A partir de 2016 y con los 35 años ya cumplidos, Romagnoli
dijo basta. Su carrera había estado consumida por la exigencia de liderar a un
equipo con una hinchada apasionada. Su físico, desgastado por la violencia
continua con la que su fútbol de ensueño era frenado. Su rodilla, maltrecha,
dos veces lesionada de gravedad y muchas más con molestias que llamaban a
fantasmas del pasado, no aguantaba la demanda continua del fútbol del primer
nivel. Sus apariciones comenzaron a ser con cuentagotas. Se cuidó para que su
magia apareciera en pequeñas dosis cuando las grandes plazas así lo quisieran.
No en vano, está entre los 30 jugadores con más asistencias de gol de la
historia. El Pipi pasó tres años debatiéndose entre seguir y no seguir y fue
este junio cuando tomó la decisión.
Nada más colgar las botas, a Romagnoli le dieron la opción
de seguir siendo ídolo del Ciclón. Se acostó un día como jugador y se levantó
al siguiente como técnico. Dejó el chándal por el traje. Leandro Romagnoli
escribió las páginas más bonitas de la historia del club de Boedo con las botas
calzadas y hoy puede seguir haciéndolo desde la banda, en su nueva función de
técnico. Nunca volverá a tener San Lorenzo un 10 como él. ¡Hasta siempre, Pipi!
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