Sonreír

El Real Madrid estaba abatido. Hundido. Destrozado. Era un equipo a la
deriva y por mucho esfuerzo de Lopetegui, enderezar el rumbo resultaba
imposible. Nadie puede sobrevivir tras un 5-1 en el Camp Nou. Ni tras seis
pinchazos consecutivos. Del 3-0 en el Pizjuán se dijo que fue un tropezón, del
0-0 ante el Atlético de Madrid, un resultado que se puede dar. De las derrotas
ante CSKA y Levante, falta de puntería. Lo de Mendizorroza, mala suerte.

Sea como fuese, el Madrid fue incapaz de transmitir una sola sensación
positiva en los últimos partidos de la era Julen. A punto de batir el récord de
minutos sin anotar un gol en toda su historia, los blancos solo ganaron un
partido de seis posibles. Fue ante el Viktoria Plsen, en el Bernabéu, con un
sufrido 2-1. Los checos llegaban al feudo blanco como el rival más débil del
grupo y muchos predecían que encajaría una severa goleada, pagando los platos
rotos de los últimos tropiezos.

No fue así. Al Madrid le costó ganar aquel partido. Anotó dos goles y
encajó uno, pero pudieron ser más. Keylor Navas tuvo que hacer más de una
parada de mérito, y la defensa fue un estrépito. Para colmo, Marcelo se retiró
renqueante y jugó en el Camp Nou medio lesionado. Aquel triunfo dio aire a
Lopetegui, pero apenas una pequeña brisa. Le sirvió para llegar al Clásico, el
peor escenario posible para cambiar el chip.

Uno de los dichos eternos del fútbol es el de “entrenador nuevo, victoria
segura”. A veces, para sacudir la moral de una plantilla y levantar el ánimo,
la única solución que se le ocurre al club es despedir al entrenador. “El mejor
que he tenido”, decía Carvajal días después. “La mayor derrota para los
jugadores es cuando el entrenador se tiene que ir. Especialmente en este caso
porque es un gran entrenador y gran persona”, escribía Toni Kroos en redes
sociales. “Si echan a Lopetegui, nos tendrían que echar a todos”, decía Isco.

Tienen razón los tres. La culpa, en este caso, distaba mucho de ser de
Julen. Pero el club, además de despedirle, le señaló en el comunicado oficial:
«La Junta Directiva entiende que existe una gran desproporción entre la
calidad de la plantilla del Real Madrid, que cuenta con 8 jugadores nominados
al próximo Balón de Oro, algo sin precedentes en la historia del club, y los
resultados obtenidos hasta la fecha». Los jugadores, incluidos esos ocho
nominados, son conscientes de que son los mismos que ganaron tres Champions
consecutivas, y sin embargo el rendimiento de cada uno de ellos ha caído por
los suelos, con Modric (ganador de los premios de UEFA y FIFA) como caso más
terrible. Pero como es más fácil echar a uno que a 23, Julen dejó su sitio.

¿Cuál ha sido la reacción tras el despido? Tres partidos, tres victorias,
11 goles a favor, ninguno en contra. El mejor inicio de un técnico (Solari)
desde los años cincuenta. Y sí, los rivales han sido Melilla, Valladolid y
Viktoria Plsen. ¿Acaso importa? El Madrid pasó de sufrir en casa para llevarse
un 2-1 a golear con una manita en el Doosan Arena. No es casualidad. Tampoco es
seguro que tenga que ver con la dirección de Solari.  Puede que en Vigo el
castillo de naipes se venga abajo. Pero hacía tiempo que no se veía sonreír
tanto a Benzema como el pasado miércoles. O a Bale, que llevaba sin marcar desde
septiembre. O a Casemiro, que ha hecho más de portavoz en las crisis que
guardián del centro del campo.

Una cosa está clara: Lopetegui estaba apagado, como toda la plantilla. La
sala de prensa se volvía oscura a su entrada, y el clima era tenso, fúnebre.
Eso no pasaba con Zidane, que se reía si su equipo ganaba, empataba o perdía. Y
tampoco pasa con Solari, que esbozó una sonrisa el día de su presentación y
desde entonces no se le ha borrado de la cara. Y lo mejor de todo: Es
contagiosa.