Es muy corto
el elenco de tenistas que, con tan poco, consiguen tanto. Y en ese grupo, en la
última década, siempre ha entrado Gilles Simon. Sin un elemento diferenciador
como sí tienen sus compatriotas Jo-Wilfried Tsonga con la derecha o Gael
Monfils con el físico, Simon ha sobrevivido en la élite de la raqueta durante
los últimos años con una gran ética de trabajo y convirtiéndose en uno de los huesos
más duros de roer del circuito ATP.
Sin embargo,
su regularidad estaba llegando a su final. Tras un extraordinario 2015, en el
que, además de levantar un trofeo en Marsella, alcanzó los cuartos de final en
Wimbledon -regresando a la antepenúltima ronda de un Grand Slam seis años
después- y ocupó plaza de top-10
durante algunas semanas, Gilou se
diluyó. Había pasado la treintena y parecía que su físico, nada explosivo pero
sí muy resistente, comenzaba a flaquear.
Fueron dos
años sin títulos y sin finales, siendo la semifinal alcanzada en Shanghai 2016
-batido por la mejor versión de Andy Murray- su mejor actuación en este difícil
periodo de tiempo para él. A finales del curso pasado, de hecho, abandonó por
primera vez en 12 años el top-50 y
acabó la temporada en la posición 89, con un 39% de victorias en partidos del
circuito ATP.
Todo parecía
indicar que, en caso de seguir una línea descendente, dejando de ser importante
en los torneos profesionales y en las convocatorias de Francia en la Copa
Davis, Simon podría optar por la retirada. Pero nada más lejos de la realidad,
el de Niza arrancó como un tiro 2018, con una brillante y sorprendente victoria
en el torneo de Pune, batiendo a jugadores como Cilic o Anderson en su camino
al que suponía su 13º título, el primero en 35 meses.
El estado de
forma mostrado en la India no tuvo continuidad en los meses venideros, con
puntuales incursiones en el circuito Challenger,
hasta que volvió a dar otra sorpresa. Fue en Lyon, en el último torneo de
arcilla previo a Roland Garros. Sin muchos alardes, se plantó en la final. Con
Thiem al otro lado de la red, Simon rozó la victoria, cediendo ante el
talentoso austriaco en tres sets.
Su verano fue positivo, llegando a la tercera ronda en
Roland Garros y a la cuarta en Wimbledon, donde tuvo que ceder en un
maratoniano partido ante Del Potro. Aunque, tras una discreta gira en Estados
Unidos, el tercer chispazo de Simon llegó en su país y en el torneo que más
veces le ha visto ganar: Metz. Perdiendo sólo un set -ante Krajinovic en
octavos-, Simon levantó su 14ª corona como profesional y regresaba al top-30 de la ATP, una posición
impensable a principios de la temporada.
Cierto es que el tenista de Niza ha perdido la regularidad
que antaño fue su sello, pero ha recuperado esa chispa que le hace activarse en
semanas que le son favorables para seguir sumando títulos. De hecho, no sumaba
dos trofeos en un mismo año desde 2011. Por no hablar de que, aprovechando el
mal momento de sus compatriotas, tiene al alcance de su mano acabar la
temporada como nº1 francés, algo que nunca antes, ni en su brillante 2008,
había ocurrido.
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