Solemos visualizar los grandes retos rozando los imposibles, en las grandes alturas, donde resulta inviable llegar por el propio pie. Ponerse de puntillas es un acto en vano. Sin embargo, las mentes insaciables son capaces de crear extensas escalinatas para llegar a la cima deseada. El caso de N’Golo Kanté es la muestra del jugador que, tras avanzar en cada peldaño, ha sido capaz de cumplir un sueño impensable en el fútbol moderno y evolucionar como jugador, adaptándose ahora al perfil que le exige el sistema de Maurizio Sarri.
Tras sus pasos en el Boulogne y el Caen, el francés se convirtió en un fijo del romántico Leicester de Rainieri y el idílico Chelsea del primer año de Conte al frente de los blues. Con Sarri las cosas no son distintas, Kanté sigue siendo uno de los intocables del once que dibuja el técnico napolitano. Sin embargo, es en la presente campaña cuando el siete del Chelsea está mutando en otras zonas del verde. Las pasadas temporadas han sido la muestra de un jugador de batería inagotable, capaz de apoyar hasta donde lleguen sus zancadas y con la anticipación por bandera. Si bien Kanté ha sido siempre el pulmón que gestiona la respiración del colectivo, liberando al resto de centrocampistas, ahora, más alejado de los primeros pases, es más partícipe en la fase ofensiva. No ha terminado siendo una casualidad que el parisino fuera el protagonista del primer tanto del Chelsea y de la Premier League, sino toda una declaración de intenciones de su coqueteo en el área rival, aprovechando su movilidad.
Con Jorginho más atrasado, potenciar a Kanté como interior permite que el Chelsea trabaje la presión en campo rival con un líder inagotable, experto en la recuperación, sin dejar de exprimir – aunque con diferencias – la gran cualidad defensiva del francés que, tras ese aspecto aniñado que define su rostro, con una sonrisa que resalta sobre su tez oscura, se asemeja a un ladrón que aparenta haber tramado con cada hurto de esférico un robo metódico. Con toda la disimilitud, pisando sectores diversos, la semejanza de su mono de trabajo y sus zapatillas con cámara de aire.
Sentirse seducido por Kanté no es tarea compleja. A no ser que seas uno de esos centrales que ahora puedan verse atacados por su omnipresencia, bajo ese efecto que aparenta duplicarle en el terreno de juego, digno de ser representado en cualquier película de superhéroes. De los de ahora, que ya no llevan la clásica capa, y poseen fascinantes trucos que van más allá de volar o trepar por las paredes. En tres años ha logrado dos Premier League, debutar con Francia, una FA Cup, ser nombrado jugador del año y en el once ideal de la FIFA, y convertirse en campeón del Mundo. Un extenso palmarés reducido en un corto período de tiempo. Como si también tuviera poderes para acortar los escalones de su carrera futbolística. A pesar de ello, la humildad del chaval que asistía a los entrenos arrastrando un patinete sigue caracterizando al discreto y tímido centrocampista, y éste es otro motivo por el cual la atmósfera del fútbol está rendida a sus pies.
La Premier League lograda con los foxes, algo histórico que ha quedado escrito en mayúsculas en la historia del fútbol, no fue un año de gloria con fecha de caducidad para Kanté. El menudo futbolista, lejos de lo mediático, se ha hecho tan gigante como la altura de sus retos. Que Sarri sea uno de esos entrenadores que proyecta su estilo e idea de juego allí donde va, influye en la nueva versión del francés que, a pesar de gustar más o menos a los aficionados, no deja de ser una evolución para convertirle en un jugador más completo, perfeccionándose con y sin balón, y consagrando su seguridad y movimientos. Frente a la escalinata de N’Golo, Maurizio trata de afinar su violín para que la música suene sin agravios, sin que los graves sean duros en exceso y los agudos no pierdan el control, plácida y dulce para cualquier oído.
Kanté seguirá componiendo sus peldaños, llegando tan lejos sin hacer el mínimo ruido, como el que vuelve de noche de puntillas, ante un futuro que no evidencia el techo ni el final del trayecto de su interminable y cautivadora escalinata.
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