Nadie lo ha sabido hasta hace unos años. El Dream Team, el equipo que conquistó los corazones del deporte mundial, ese irrepetible grupo de jugadores que habrían podido liderar todos y cada uno de los miembros si no fuera porque ahí estaba Michael Jordan, también perdió. Casi como secreto de estado, las estrellas de la NBA, aquellas que ganaron todos los partidos por más de 30 puntos (más de 43 puntos de diferencia de media) en los Juegos Olímpicos en Barcelona en 1992, cayeron con estrépito ante un grupo de ocho jugones universitarios entre los que destacaban Chris Webber y Grant Hill y que dirigía el entonces ayudante Mike Krzyzewski. Chuck Daly, el seleccionador, se encargó de que nadie se enterara de lo que acababa de pasar en la sede de La Jolla, en California, y rápido ordenó poner 0-0 un marcador que había terminado 54-62.
La historia, que ya había sido fruto de rumores durante años, fue revelada en un documental que se estrenó en 2012 y que rodó la propia federación estadounidense para conmemorar el 20 aniversario de tan histórico equipo. Aquella derrota fue un plan perfectamente orquestado por Daly, sabedor de que el único rival que tenía aquel Dream Team estaba en ellos mismos, en la relajación que pudieran tener ante los rivales en competición oficial. Bajo la premisa de que esto es deporte y cualquier cosa puede pasar, aquella tarde Daly gestionó de una manera extraña los cambios y las marcas y de alguna manera permitió que los universitarios se acabaran imponiendo en el primer partido de los seis que jugarían preparación al torneo de Barcelona.
Aquel duelo frustró de alguna manera la moral de los jugadores, empezando por un Michael Jordan poco amigo de las derrotas que entonces exigió entrenamientos más duros y nivel de relajación cero. Ya en Mónaco y quizás fruto de ese nerviosismo general, donde los norteamericanos siguieron su preparación antes de viajar a España, tuvo lugar el mejor partido que solo unos pocos pudieron ver. O al menos así lo llamó el prestigioso periodista David Halberstam (ganador del Pullitzer) en su libro The Breaks of the Game. Halberstam fue uno de los pocos testigos de semejante partido, que según dicen superó con creces en intensidad y calidad a cualquier final jugada hasta la fecha de cualquier competición.
Magic Johnson se encargó de picar a Michael Jordan y con el beneplácito de Daly se acabó formando un partidillo en el que las estrellas de Lakers y Bulls ejercieron de capitanes. Al lado de Magic formaron Mullin, Barkley, Drexler y Robinson. Junto a Jordan lo hicieron Pippen, Bird, Malone y Ewing. Laettner, el universitario que formó parte del equipo, fue entrando con el Magic Team, mientras Stockton lo vio desde fuera, pues el base estaba tocado.
Los de Magic se pusieron por delante por más de 10 puntos de diferencia nada más arrancar. Al partido se le unió toda serie de improperios y de trash talking, lo que encolerizó aun más a Jordan, que cogió las riendas del asunto. Daly, que vio que aquello iba en serio, ejerció de árbitro y fue de lo más estricto. Señaló faltas, los jugadores fueron a la línea de tiros libres, y a aquello solo le faltaban 20.000 personas con dedos gigantes y tipos vendiendo palomitas. El pique entre los dos capitanes fue colosal y su duelo individual alcanzó un nivel altísimo. Entonces, con 36-30 a favor del equipo de Jordan, Daly dio por concluido el partido. Todos los jugadores, incluido Stockton, rogaron al entrenador seguir jugando, pero el técnico no aceptó.
Dicen aquellos pocos afortunados que lo presenciaron que nunca se había visto nada siquiera parecido. Aquel nivel de penetraciones, de defensas, de bloqueos y de unos contra uno. El pique era real, los propios jugadores notaban la calidad de aquella pachanga improvisada en final y sentían la necesidad de ejecutar cada movimiento a la perfección. Las once mejores estrellas del momento (con permiso de Isiah Thomas) jugando entre sí con la intensidad de un título en juego. En los JJOO, Estados Unidos nunca tuvo rival. La desmembración de Yugoslavia degeneró en pequeñas naciones de talento pero incompletas. A todas les faltaba algo.
Aquel fue, más allá de esa derrota ante los chicos de la Universidad, el partido más difícil y disputado que tuvo el Dream Team. Entre ellos. No estaba planeado y salvo un puñado de periodistas acreditados, no había nadie en el graderío. Porque el mejor partido de la historia del baloncesto no se jugó en Chicago, ni tampoco en el Madison. Tuvo lugar una tarde cualquiera en un pabellón perdido de Mónaco.
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