Con la liga ganada matemáticamente hace varias jornadas y virtualmente hace varios meses, al Barça solamente le quedaba mantener su condición de invicto como motivación hasta final de temporada. Es cierto que para unos jugadores acostumbrados a pelear por todo y a ganarlo todo, es un detalle trivial, pero escribir el nombre del Barcelona en la historia nunca es baladí.
Solamente Real Madrid y Athletic lo habían logrado y fue cuando se disputaba una competición doméstica de tan solo 18 jornadas. En una liga con 20 equipo a 38 partidos, no lo había alcanzado nadie. A punto estuvo el Barça de empatar el partido en Levante después de ir perdiendo por cinco a uno, pero su esfuerzo se ahogó en la orilla.
Es perfectamente comprensible que este equipo pierda un partido después de llevar 43 consecutivos sin hacerlo, pero la sensación de que al equipo dejó de importarle lo que llevaba toda la competición haciéndolo es lo que duele a los culés. Desde el entrenador a los jugadores. ¿Por qué dejar a Messi en casa para descansar y tres días más tarde hacerlo ir a un ‘bolo’ en Sudáfrica? ¿Por qué la reacción tan tardía en lugar de desplegar el juego de la última media hora desde el principio? ¿Por qué rotar a los dos centrales cuando nunca se había hecho en toda la temporada en un partido lejos del Camp Nou?
Lo verdaderamente importante era el título, y se consiguió, ningún reproche es posible para esta plantilla en competición doméstica, pero se perdió una oportunidad de dejar huella en la historia del fútbol español y mundial. Mientras el eterno rival lo hace en Europa, el Barça desaprovechó su oportunidad de hacerlo en casa cuando lo más difícil ya se había superado. Y no solo el hecho, sino la forma, los pequeños detalles marcan la diferencia y el Barça ha perdido la oportunidad de lograr algo muy bonito que, tal vez, no se repita nunca más.
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