En plena
dictadura del clickbait, los rumores sobre fichajes están, cada vez más, a la
orden del día. “Tal jugador atado”, “tal otro en la recta final” son algunos de
los titulares más recurrentes. Pese a no haber llegado todavía el periodo
estival, las posibles llegadas y salidas ya empiezan a copar las portadas de
los diarios y las tertulias radiofónicas o televisivas. En parte, por el mero
trámite de finalizar la competición liguera –ya resuelta– para acabar la
temporada. Parece que la posibilidad de ganar una liga invictos, la quinta Bota
de Oro de Leo Messi o el primer Zamora de Marc-André Ter Stegen no son suficiente.
Se
preveía un verano algo tranquilo en Can Barça en cuanto a culebrones. El rumor
más mediático y que más fuerza ha cogido ha sido el de Antoine Griezmann. A
priori, no parecía entrañar complicación alguna. El Barcelona tan solo tenía
que abonar la friolera de 100 millones de euros: el precio de su cláusula.
Viendo las desorbitadas cifras a las que nos están acostumbrando, el precio del
francés podría considerarse una gran oportunidad de mercado.
El
problema llega cuando, ya no solo desde los medios de comunicación, sino
también desde el club se empieza a dar por hecho el fichaje. Primero fue
Guillermo Amor, el responsable de las Relaciones Institucionales y Deportivas
del Barça, quien afirmaba, en los micrófonos de Movistar Plus en diciembre, que
podría haber habido un acercamiento entre club y jugador. Hace pocos días, el
presidente Josep Maria Bartomeu confirmaba en Rac1 que en octubre se habían
reunido con el representante del galo.
Un
fichaje de una ejecución más que sencilla, ha podido complicarse debido a la
incontinencia verbal de algunos portavoces. Si club y jugador quieren llegar a
un acuerdo, se paga la cláusula y punto final. No hace falta proclamar a los
cuatro vientos que está habiendo contactos para incorporar a cierto jugador,
cuando todavía pertenece a otro club.
Parece
impensable que Griezmann no acabe vistiendo de azulgrana la próxima temporada.
Sin embargo, el enojo del Atlético de Madrid en boca de su consejero delegado,
Gil Marín, vislumbran tan solo el inicio de un nuevo culebrón. Armémonos de
paciencia.
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