‘Ya caerá’. Esa es la frase que más se ha
asociado al Red Bull Salzburg durante las últimas semanas cada vez
que pasaba una ronda de la Europa League. Primero cuando se enfrentó a la Real
Sociedad y fue capaz de arañar un empate a dos en San Sebastián ganando
posteriormente 2-1 como local. Más tarde cuando le tocó el cruce contra el
Borussia Dortmund y tras vencer a domicilio (1-2), resistió ante su público
(0-0).
Una ‘sorpresa’ podría entrar dentro de lo
factible. Dos de lo improbable. Pero tras eliminar a la Lazio lo suyo en la segunda competición
europea empieza a acercarse a lo inimaginable.
Y más por cómo se dio el último paso, remontando una eliminatoria que a los
cincuenta y cinco minutos del partido de vuelta perdía por 2-5.
Cuanto sucedió a partir de entonces podría
servir de argumento para un anuncio de la conocida marca de bebidas energéticas
que les financia. En veinte minutos de furia goleadora, como si un trago les
hubiese dado alas, los austriacos transformaron el relato hasta ponerse 6-5. De
los cuatro tantos que necesitaron, tres hicieron acto de presencia en cuatro
minutos y cuatro segundos. La Lazio se unió así a la lista de cadáveres
ilustres en un cementerio donde ya estaban un español y un alemán.
Quien temblará ahora es un francés, el
Marsella; verdugo de la filial el Leipzig. Y lo hace porque ya sabe lo que es
verse las caras con el club de Salzburgo este año. Fue en la fase de grupos y
no hubo manera de ganarles. De hecho solo un partido ha perdido en lo que va
de torneo el equipo, dato que habla muy a las claras de su capacidad para
competir y le hace pensar que su segunda final europea es un objetivo real.
Si alcanzarla en esta ocasión sería algo
inesperado no lo fue menos cuando lo hizo la primera vez, en la Copa de la UEFA
de la temporada 93-94. Fue gracias a un plantel con mayoría de jugadores austriacos
que también ganó su primera liga y donde era titular Otto Konrad,
posteriormente guardameta del
Zaragoza. Dirigidos por otro Otto, Baric, cayeron contra el Inter de Milán cuando el
nombre de la ciudad de Mozart aún iba acompañado de la palabra ‘Casino’.
Aquella peculiaridad se fraguó como
consecuencia de un acuerdo de patrocinio, situación esta que ha acompañado al club en muchos
pasajes de su historia. Con la entrada de Red Bull, eso sí, la tensión fue
evidente. Como si de un elefante en una cacharrería se tratase, la empresa
irrumpió arrasando. Más allá de cambiar los colores, trató asimismo de borrar
todo el pasado vinculado a la entidad. Solo la mediación del ente federativo
austriaca evitó el desastre pero por el camino se crearon heridas
entre los seguidores, algunos de los cuales decidieron fundar un equipo
paralelo.
Quienes siguieron apoyando incondicionalmente
pese a las circunstancias han podido disfrutar de un resurgir gracias a la
presencia de jugadores en su día mediáticos internacionalmente como Trapattoni, Zickler o Janko. También de la figura del ariete español
Jonatan Soriano, máximo goleador histórico y referente hasta que decidió poner
rumbo al fútbol chino.
Parecía que cerrada su marcha tocaba un duro
proceso de reconstrucción pero todo ha ido mejor de lo previsto.
El Red Bull Salzburgo es hoy un vestuario globalizado que ocupan nombres
procedentes de quince países distintos. Con una sólida estructura que se apoya
en el Liefering, su club de cantera, gran parte del éxito
tiene también sello alemán.
Al frente de la dirección deportiva se sitúa
Ralf Ragnick, que desde el banquillo llevó al Schalke 04 a las semifinales de la Liga de
Campeones. Y entrenando el prometedor Marco Rose, quien como defensa del Mainz
recibió durante años instrucciones de Jürgen Klopp y ya de traje trabajó cerca de Thomas Tuchel.
Su conocimiento del sistema, que le ha
llevado a pasar por las distintas inferiores en su camino a lo más alto, le ha
permitido dar ese paso hacia adelante que faltaba. Y todo sin estrellas rutilantes
pues, si nada cambia, solo el coreano Hwang Hee-Chan disfrutará del Mundial de Rusia 2018.
Como si fuese una lata, este matagigantes europeo sigue agitándose deseando ser
abierto. Si eso ocurre, nadie está a salvo de ser salpicado.
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