José Antonio Camacho, leyenda como futbolista del Real Madrid, fue presentado dos veces como entrenador blanco. En 1998 duró 22 días: dimitió tras una discusión con Lorenzo Sanz por los contratos de sus ayudantes. En 2004, ya con Florentino Pérez en la presidencia, aguantó un poco más, se marchó tras la tercera jornada de Liga. El entrenador murciano se vio incapaz de evitar el fracaso del proyecto galáctico, que ya había puesto unos sólidos cimientos tras la temporada de Queiroz.
El epílogo de aquella época lo firmó Florentino con su dimisión en febrero y la posterior convocatoria de elecciones en verano. Mientras el Barça celebraba la segunda Champions de su historia, el Madrid se enzarzaba en una campaña electoral que si la coge un buen guionista te saca al menos una temporada en Netflix: denuncias de bolsas de basura llenas de votos por correo conseguidos de manera irregular acabaron con un juez decidiendo que sólo se podía votar presencialmente. Al final, por 246 votos ganó Ramón Calderón a Juan Palacios, el candidato que llevaba a José Antonio Camacho como director deportivo.
Camacho se había propuesto españolizar la plantilla y, como el resto de candidaturas, se aventuró a dar algunos nombres de fichajes que acabarían en el Madrid si ganaban las elecciones: Pablo Ibáñez, Reyes y Joaquín fueron sus reclamos durante toda la campaña, pero el día anterior a las votaciones anunció un acuerdo con un «centrocampista español muy bueno». Unas horas después se filtró el nombre: Andrés Iniesta.
Por aquel entonces, el manchego no era titular en el Barça, como tampoco lo era Xavi. Por tanto, parece razonable pensar que quizás sí se llegó a ese preacuerdo y que 246 votos impidieron que Iniesta fichara por el Madrid, equipo del que se confesó aficionado «a todo poder» después de maravillar con el Albacete en un torneo de alevines.
De todos los jugadores que han estado cerca de fichar por el Madrid (y hay miles), es el que más me hubiese gustado verlo de blanco. Por la tranquilidad de saber que no perderá el balón, que mejorará siempre la jugada, que en cualquier momento inventará algo artístico y por cómo es, y además lo parece, fuera. Siguió siendo uno de los suyos pero, al menos, nos dejó el gol de Sudáfrica, el gol de todos. Si finalmente deja la Selección tras el Mundial y se retira (irse a China no tiene otro nombre), nos pondremos en pie para aplaudir lo que fue y soltar un suspiro pensando en que pudo haber sido en otro sitio.
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