Carlos Henrique Casemiro es aquel tipo de futbolista que
cualquier entrenador querría tener en su equipo. El catálogo de razones para
tal afirmación es extenso. Un jugador dotado de grandes virtudes físicas que de
partida le ofrecen las condiciones innatas para poder desarrollar las tareas
propias del mediocentro defensivo. Evidentemente, el físico es importante,
aunque no suficiente para llevar a un jugador a convertirse en fundamental.
Casemiro, al que ya se le detectaban las condiciones suficientes para
convertirse en un futbolista importante en el Real Madrid, tuvo que demostrar
su valía a través de una salida al Oporto. Allí convenció al club blanco de
que, efectivamente, lo que se vislumbraba un verano antes era una realidad.
Con el paso de los partidos, con la adquisición de
experiencia, el mediocentro se ha convertido paulatinamente en el muro blanco
del centro del campo. Capaz de abarcar extensos espacios defensivos, su
sacrificio en la medular está ya fuera de toda duda. Un alivio para los
laterales, a los que ofrece continuas ayudas defensivas y un baluarte táctico,
capaz de leer las ideas del rival para hacer de la presión y anticipación una
de sus mayores virtudes a la hora de desahogar defensivamente al equipo
merengue. Así, Casemiro ha pasado a ser un jugador indispensable para Zidane,
que vio en él todo lo necesario para convertirse en el candado defensivo de su
equipo.
Si a todas las riquezas tácticas, físicas y defensivas
adquiridas y demostradas por el internacional brasileño le sumamos la capacidad
que ha desarrollado para incorporarse al ataque y suponer una amenaza más para
el rival prácticamente indetectable, terminamos descubriendo que el peso del
futbolista en el juego y los éxitos del club se ha tornado vital.
Cuando en la rueda de prensa de su selección le preguntaron
si en caso de tener que detener una contra de un compañero de selección en un
partido de club optaría por cortar dicho avance sin contemplaciones o pensar en
el Mundial, Casemiro mostró una característica más de su juego y personalidad
que podría pasar inadvertida pero que se convierte en fundamental: el
compromiso. El brasileño no tuvo ninguna duda, demostrando que defendería los
intereses de su equipo por encima de todo, el bien de su club por encima de un
posible perjuicio a su selección. Y es que en igual proporción que sus virtudes
como futbolista se encuentra su total entrega a los colores que defiende. Por
este y por otros muchos motivos se ha convertido en indiscutible para su
entrenador, sus compañeros y también para los aficionados. Casemiro no genera
dudas. La unanimidad acerca de su incalculable valor para el equipo es total.
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