Ahora que ya ambos han entrado de lleno
en la treintena y cada fecha ha dejado de ser un día más para ser uno menos, me
planteo que quizás no hemos disfrutado plenamente del duelo entre Leo Messi y
Cristiano Ronaldo entre tantas discusiones por decidir quién es mejor. Gran
parte del debate bebe de una época tensa hasta el límite como la que enfrentó a
Pep Guardiola y José Mourinho en los banquillos de Barcelona y Real Madrid. Y
es que esa rivalidad entre las iglesias guardiolista y mourinhista suele bajar tan
bajo al barro que el fútbol acaba en el plano del olvido para convertirse en
una competición por ver quién mea más lejos. Da igual lo que rodee esta pelea
de gallos. Incluso la inolvidable eliminación del archimillonario Manchester
City contra un tercera división en la FA Cup.
l Wigan Athletic, ese nombre que se les
ha pasado –o les ha dado igual– a los que han preferido meterse en estos
debates que más tienen que ver con la grada que con el rectángulo de juego, es
un club que se está recuperando de su desastroso descenso de Championship a
League One la temporada pasada. Su capacidad económica es un grano de arena en
una playa comparada con la del Manchester City. Y lo del 19 de febrero es una
gesta para el recuerdo, se mire por donde se mire. Pero qué importa el coraje
de los Latics con apenas un 17 % de posesión, su impecable resistencia en
defensa o el ímpetu de Will Grigg para marcar en el único disparo a puerta de
su equipo y convertirse en un futbolista de culto si no lo era ya por su
canción. Aquí lo importante parece ser un rifirrafe al descanso entre Guardiola
y su homólogo en el Wigan, Paul Cook.
Ni siquiera se puede tildar de pelea lo
que las imágenes
evidencian que es una discusión acalorada. Me da igual quién la empezó o lo que
se dijeron, porque sólo los saben los protagonistas. Los mismos que rechazaron después
en rueda de prensa estirar una polémica artificial. El español, descartando cualquier
problema con Cook. El inglés, instando a la prensa a hablar del partido. Ya era
tarde: en las redes se había vuelto a encender la mecha del conflicto que
empezó en La Liga y sigue latente a pesar de haberse largado a la Premier
League: “Guardiola es un falso humilde”, “si hace eso Mourinho va a la cárcel”,
“no sabéis perder”, “ahí veo una agresión”, “para agresiones las vuestras” y
demás pedradas al tejado opuesto. Da igual que hubiese pasado lo mismo con el
técnico del Manchester United, porque habría sido un proceso idéntico con
intercambio de roles entre bandos.
No soy de los que piensan que hay que
ignorar estas historias, porque el fútbol también es una discusión en el túnel
de vestuarios o un cara a cara subido de tono. Enriquece la percepción del
partido ver cómo dos entrenadores en tensión defienden sus intereses. El
problema existe cuando esto se prioriza por encima del juego hasta hacer que
sea insignificante. Para algunos parece que equipos como el Wigan son meros
actores secundarios cuya única función es entretener al grande y generar
debates en los que, por supuesto, estos clubes menores son ignorados. David
había ganado a Goliat y a varios sólo les interesaba la noticia por las
rencillas del segundo con otros poderosos de su talla. Luego nos preguntamos
por qué el fútbol se polariza y sólo los gigantes tienen derecho a un trozo del
pastel.
Si hay algo que sigue haciendo de la FA
Cup un patrimonio fundamental es su capacidad para democratizar este deporte:
no hay otro torneo mejor para recordar que el balompié también debe pertenecer
a los que están a la sombra y que no hay billetes capaces de parar a un equipo
ilusionado. Es una competición de puro fútbol con un poder igualitario latente que
tiende a extinguirse en Europa. Lo que me ha quedado claro es que había muchos espectadores
que buscaban de todo menos eso.
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