Dice
el tango de Gardel que veinte años no es nada. Pero nadie tiene
la razón absoluta a la hora de valorar el tiempo. Subjetivo como es,
un periodo que para muchos resulta breve e insignificante para otros
puede llegar a ser eterno. Más cuando se habla de fútbol,
donde se pasa de la gloria al fracaso o se sigue el camino
inverso sin apenas solución de continuidad.
Bien
lo sabe el Kaiserslautern, un clásico de Alemania que atraviesa
el que probablemente sea el momento deportivo más delicado de su
trayectoria como club solo dos décadas después de haberse
alzado con la Bundesliga por última vez. Aquello, por cómo se
produjo, fue inexplicable para muchos. Lo que sucede ahora tiene
menos misterio.
La
gesta lograda por el conjunto de Renania-Palatinado en la 97-98 es
considerada como uno de los grandes milagros del balompié
europeo. De la mano de Otto Rehhagel,
quien años más tarde volvería a ganarse el respeto universal
llevando a Grecia a la conquista de la Eurocopa, encadenó un ascenso
con el título en la máxima categoría.
Aquel
entorchado fue el cuarto de su historia y le
convirtió en uno de los cinco equipos capaces de
robarle una liga al Bayern en los últimos veinticinco años
junto al Borussia Dortmund, el Werder Bremen,
el Wolfsburgo y
el Stuttgart. Parecía entonces que los ‘diablos rojos’ volvían
a ser una amenaza para el resto de rivales con una plantilla en la
que destacaba un joven y talentoso centrocampista llamado
Michael Ballack.
Pero
el éxito tornó en pasajero. La siguiente temporada se saldó
con un quinto puesto y la eliminación en cuartos de final de la Liga
de Campeones ante el Bayern. Idéntica posición en el campeonato
nacional repetirían en la 99-00. Dando pasos hacia atrás de manera
progresiva, el Kaiserslautern apuntaba en los primeros
compases del nuevo siglo a la insatisfactoria la
zona media. Pese a ello daba la sensación de que un
mal movimiento podía conducirlo hacia el fracaso. Este se produjo y,
paradójicamente, quedó asociado al nombre de su futbolista más
ilustre.
Natural de
allí e hijo de la familia que atendía el restaurante del club,
Friedrich ‘Fritz’ Walter decidió no cambiar de camiseta durante toda
su carrera profesional salvo para enfundarse la de un combinado
nacional al que capitaneó durante la Copa del Mundo ganada en
1954. La herencia dejada tras de sí hizo que la ciudad que le vio
nacer hiciera un esfuerzo para convertirse en sede de otra Copa del
Mundo, la del 2006, llevando partidos a un estadio con su nombre. Las
obras necesarias para atender a las exigencias de la cita acabaron
siendo un lastre importante al que se sumaron otras situaciones
adversas.
Fue
el caso de la quiebra de KirchMedia,
plataforma que tenía sus derechos de emisión, o de la
investigación abierta por el fisco sobre los supuestos
fraudes fiscales a la hora de pagar a jugadores como Youri Djorkaeff.
El importante agujero económico logró taparse finalmente vendiendo
activos importantes como el propio estadio o el
delantero Miroslav Klose.
Pese
a ello la herida no consiguió cicatrizar del todo y desde entonces
el equipo ha vivido coqueteando con el definitivo derrumbe monetario, paseándose a
veces por el borde del precipicio. Solo la capacidad para
sobrevivir deportivamente, que le regaló incluso un breve retorno a
la Bundesliga, ha servido para atenuar el calvario.
Por
desgracia ahora tampoco entran los goles y la preocupación de
caer hasta el tercer peldaño es mayor que nunca. Con solo dos
triunfos en la primera vuelta encaran el tramo final de la
temporada en el farolillo rojo, viendo como quienes les preceden se
alejan con lentitud. El margen de reacción es cada vez menor
mientras aumentan las posibilidades de que todo salte por
los aires. ¡Quién lo iba a decir hace dos décadas!
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