El miedo es libre, por eso existen miedos contrarios. Un madridista teme que el PSG rompa el marcador del Bernabéu. Los demás temen que el Madrid haga de campeón. Hay más optimismo con el pase de los blancos a cuartos entre los aficionados de otros equipos que en todos los millones de madridistas que habitan en el mundo. Nadie conoce sus debilidades como uno mismo, pero ningún rival se cree la derrota del Madrid hasta que se reparten su testamento.
La grandiosidad del club blanco se fundamenta en ser capaz de ganar la Champions en mayo después de pasar varias crisis a lo largo de una misma temporada. Los rivales ven esos apocalipsis como piedras que dan pistas sobre dónde acaba el camino: en Cibeles.
Hay una excepción al catastrofismo en las filas madridistas, el entrenador. Una persona que piensa que la Liga no está perdida es porque aspira a trabajar en Mr. Wonderful haciendo frases para tazas: «No pasa nada, la Liga no está acabada». «No te preocupes, sólo es mala suerte, ya entrará».
Decía Cruyff sobre la influencia de Dios en el fútbol que «los 22 jugadores hacen la señal de la cruz al entrar en el campo; si eso funcionara, siempre daría empate». Lo mismo se puede aplicar a la filosofía barata impresa en tazas y camisetas: si algo va mal, no va a ir mejor por sonreír. Esta corriente de optimismo desmesurado provoca daños mayores al no querer aceptar la realidad. Puedes entrenar la relativización y analizar cuán importante es lo que te pasa, pero una frase en una taza no cambiará el mundo, sólo te dará falsas esperanzas por un segundo. Zidane, cambia a vaso de cristal y lo verás más claro.
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