Cuenta la mitología que existen
criaturas fantásticas de aspecto humano pero de diminuto tamaño denominadas “duendes”, con carácter entrometido y
que tienden a apoderarse de los hogares y encantarlos. Esparciendo magia y
contagiando de ella el terreno por el que transitan.
Luka Modric podría ser un exponente figurado de la representación
del duende en el fútbol. Un futbolista que atravesó por serias dificultades
personales en tiempos de guerra en su país, por el que sus padres apostaron
decididamente y que terminó respondiendo a la confianza familiar convirtiéndose en una especie futbolística
mágica, que ya deslumbró enormemente en el Dinamo de Zagreb, de tal forma
que el Tottenham se adelantó al interés de muchos para disfrutar del genio
durante cuatro temporadas en las que enamoró a la hinchada del conjunto
británico.
Durante su estancia en el club
inglés despertó el interés de numerosos equipos, que intentaron de forma
frustrada su incorporación, hasta que en
el verano de 2012 el Real Madrid consiguió hacerse con los servicios del
jugador croata. La apuesta fue decidida, aunque seguramente en el club
merengue no eran conscientes de que desde ese momento, como si de un duende se tratase, Modric se apoderaría del corazón de la
hinchada madridista y la hechizaría con sus fantásticas cualidades.
Luka Modric, menudo y de apariencia frágil, logra esconder sus
aparentes debilidades con las cualidades del duende. Escurridizo, cuidador de los detalles más minúsculos, conocedor
absoluto del juego y de las situaciones que se presentan en él, lee como nadie
las circunstancias y aprovecha dicho conocimiento cercano a lo sobrenatural
tanto para suplir sus carencias físicas en lo defensivo como para dañar con sutiles
detalles a las defensas rivales en el aspecto ofensivo. Así, se amolda a los
aspectos mitológicos que hablan del duende como excelente protector y es que
contribuye enormemente en labores defensivas aunque en ellas aparente
invisibilidad.
Una de las abundantes virtudes
del genio croata reside precisamente en lo sigilosa de su labor. Sin apenas
provocar ruido, casi sin que el rival se
percate de su presencia, maniobra con maestría, pareciendo invisible para el
rival, al que adormece los sentidos impidiendo que le detecten. Un jugador
que vuela como los espíritus sobre el
terreno de juego, aunque no es un espíritu, porque siempre termina
manifestándose y mostrando sus cualidades cuando el rival menos lo espera.
Por eso, cuando el duende no brilla, el Madrid se resiente,
el equipo sufre, el aficionado lo añora. Aunque el genio siempre vuelve.
Futbolistas como Modric son atemporales, incluso interdimensionales, aparecen esporádicamente
en el fútbol mundial y cuando lo hacen, merece la pena sentarse y disfrutar de
sus lecciones. El paso del tiempo provocará inexorablemente que Luka
desaparezca de los terrenos de juego, que llegue el momento en que su perfecta
sinfonía deje de sonar sobre el verde. Por ello, disfrutarlo cobra mayor
importancia. Aunque, por lo atemporal de la aparición de futbolistas de su
calibre, y tal y como sucede con los
duendes, el legado de Luka Modric perdurará en el recuerdo de los
aficionados de todo el planeta. Es lo que sucede con los genios, es lo que
define a los duendes.
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