Hay muchos adjetivos que pueden
definir el éxito del Barcelona de Messi en la última década. Desde innovador a
vistoso pasando por único. El hambre ha sido, no obstante, lo que mejor le ha
caracterizado. El siempre querer más. El querer acapararlo todo.
El Barcelona de Messi pasará a la
historia como un equipo hegemónico en España. Desde que el argentino debutara
con la elástica azulgrana, se han ganado ocho Ligas y cinco Copas en 13
temporadas. En la actual, el equipo ya roza el noveno campeonato doméstico y la
quinta final de Copa consecutiva. Precisamente si nos fijamos en esto último,
el dato es aplastante: de clasificarse para la final, el Barcelona habría
jugado siete de las últimas ocho. Cifras
de equipo legendario.
De hecho, desde la explosión de
Messi en 2008, el Barça ha ganado seis Ligas y cinco Copas de nueve disputadas.
El Barcelona es regular y no parece cansarse nunca de ganar. A ello se le ha
sumado ahora una directiva que parece dispuesta, cueste lo que cueste, a rodear
bien al argentino. Primero llegó Dembélé, ahora ha hecho lo propio Coutinho y
en verano podría hacerlo Griezmann. Tres superclase para facilitarle la labor a
un Messi que, pese a seguir siendo el mejor, ya ha superado la treintena. Con
ellos tres, el equilibrio de Busquets/Rakitic y los últimos destellos de
Iniesta y Suárez, Valverde gozaría de un abanico de oportunidades para rodear a
su estrella como nunca antes se ha visto.
En un mercado inflacionista, en
el que los poderosos sacan la mayor tajada, la expectativa es que equipos como
Madrid, City, PSG o United mejoren, aún más, sus plantillas. Esto obliga al
Barcelona a no parar de reforzarse y a seguir haciendo esfuerzos económicos
para confeccionar y mantener una plantilla capaz de luchar por todo. Para que
cuando con el hambre no llegue, lo haga la calidad individual y el fondo de
armario.
En este nuevo contexto, la
convivencia ganará peso. Valverde deberá lidiar con el ego de unos futbolistas
que querrán ser siempre titulares y, en caso de llegar Griezmann, no podrá ser
así. Uno o dos deberán partir cada partido desde el banquillo: transmitir a los
jugadores que el colectivo es más importante que lo individual será esencial.
El ‘Txingurri’ parece el hombre ideal para conducir esta transición.
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