Jorge Francisco Isidoro Luis Borges Acevedo marcó una época entre el siglo XIX y el XX en las artes de la escritura, concibiendo una obra cuya mejor definición queda integrada en la imposibilidad de ser clasificada. Sus escritos acabaron por universalizar una lengua hoy dominante, junto al inglés, en el mundo,
Poca gente, sin embargo, conoció al Borges amante de la música. Quizá sí fue patente, y hasta pública, su relación con el tango (del que afirmaba que Gardel había arruinado). Algo menos su gusto por los clásicos como Brahms y Bach. Pero en el velo de la intimidad quedó, en muy pocas crónicas, reflejada su afición a los Beatles, los Rolling Stones y en especial al tema ‘The wall’ de Pink Floyd.
El punk y el rock, curiosamente, también han marcado de manera secundaria a un protagonista social del siglo XXI. Nacido en Costa Rica, con más de 100 internacionalizadas a sus espaldas y capitán del Deportivo de La Coruña, Celso Borges no esconde su admiración por la música de guitarra y batería. Un instrumento, por cierto, con el que ensaya semanalmente para alcanzar cotas de excelencia similares a las que ya ejerce con el balón en los pies.
Quizá por su aspecto serio, profesional y responsable, pocos pueden atisbar la pasión musical del ‘Tico’, pero el veneno que le inoculó su hermano mayor cuando contaba con 10 años nunca quiso extirpárselo. Y es más, va tomando cada vez más partes de su cuerpo a medida que pasa el tiempo.
(Getty)
No empezó, por cierto, por la suavidad de lo melódico. Lo que sonaba en aquella habitación era el grupo metalero Soulfly, integrado nada menos por un ex de Sepultura o incluso un bajista procedente de Megadeth. Era la era de los discos, donde el ‘Master of puppets’ de Metallica, Guns and Roses o System of a Down poblaban sus adolescentes estanterías.
Sin embargo, su primer recuerdo propio se asocia al ‘Self steem’ de The Offspring, uno de los muchos temas que veía en bucle en aquella desaparecida MTV que únicamente rotaba vídeos de su Top20 casi como programación única. De allí llegarían a sus oídos a través de sus ojos tres de sus grupos favoritos: Slayer, Led Zeppelin y Slipknot.
Todos ellos suenan en la playlist que su teléfono reproduce antes de cada entrenamiento. Al menos, hasta llegar al vestuario. Porque en Galicia todavía dispone de algún permiso para hacer sonar sus canciones de vez en cuando, pero como él mismo dice ‘hay que ser tolerante con los demás’. Por lo visto, sus gustos no se comparten, por ejemplo, en las convocatorias internacionales de su combinado nacional.
Ello no es óbice para que tome clases en el Conservatorio una vez a la semana. Para que ensaye siempre que tiene tiempo con la batería eléctrica cuyas patas se asientan en su casa. Y para que siempre, como un ritual, escuche tres temas concretos de manera previa a acceder a cualquiera de los estadios donde desplegará su capacidad de organización y su llegada desde segunda línea.
Este sábado, cuando se enfrente a España, sonará en sus cascos Strung Out. Pero, sobre todo, su canción fetiche. No hay día de partido que no escuche el ‘Explosia’ de Gojira. Que se imagine en un escenario con gente saltando a su alrededor. Que sueñe con que sus grupos favoritos duren el tiempo suficiente para poder ir a verlos cuando se retire y tenga tiempo para viajar de concierto en concierto. Y mientras, abstraído por la música en su cabeza, seguirá jugando al fútbol en estadios llenos de miles de personas. Que, quizá en alguna vida posterior, sea capaz de abarrotar también formando parte de un grupo de música. Quizá. ¿Por qué no?
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