20 de mayo del año 2002. Florentino Pérez aparece sonriente custodiando la Novena. Raúl y Zidane se habían encargado, con dos goles muy suyos, de traer a Madrid la orejona, ondeando de esta forma la bandera que con tanto mimo se había encargado de tejer el presidente: los grandes jugadores traen consigo los títulos. Esa noche de mayo, cuando Fernando Hierro levantó la copa frente a los súbditos de William Wallace, Florentino sonrió al comprobar cómo su magnánima obra relucía delante de toda Europa. A los ya mencionados Hierro, Raúl y Zidane, Florentino añadiría a leyendas como Figo, Ronaldo, Beckham, Owen o Robinho, que se unirían a otros ilustres como Casillas o Roberto Carlos. Era el triunfo de una idea, su idea.
27 de febrero del año 2006. Florentino comparece ante los medios visiblemente cansado, con la decisión tomada y un comunicado bajo el brazo. Frente a la lluvia de flashes anuncia que dimite, poniendo así fin a seis años de presidencia. Por su mente circulan los mismos nombres que lo hacían en Glasgow, cuando toda Europa se rendía a sus pies. Pero han pasado cuatro años y el Real Madrid dista mucho de ser el equipo aplastante que imaginó. Ya no hay hueco para seres superiores. Sabe que no se trata de falta de calidad, pues aquellos nombres, esos que habían hecho soñar a todo el madridismo, eran poco menos que magos. Pero como dice el poeta: ellos, los de entonces, ya no eran los mismos. La falta de hambre ha destruido los cimientos de su obra. El propio Florentino sentenciaría en rueda de prensa: “he maleducado a los jugadores”.
24 de mayo del año 2014: el presidente vuelve a sonreír, esta vez acompañado de un italiano de porte elegante y exquisitos modales llamado Carlo Ancelotti. Acaba de conseguir, doce años después, la décima Copa de Europa (déjenme utilizar este término arcaizante) frente al que siempre consideró el eterno rival. Con ese aire de Gatsby de los jesuitas, el señor Pérez se abraza uno a uno a todos los componentes de la plantilla.
Sin embargo, detrás de esta sonrisa de gerifalte de guardia, se esconde la inquietud que no tuvo años atrás. No es la primera vez que ve ciertas muecas en los jugadores. Y es que, efectivamente, aunque todos lo miran como a un ser superior de acento manchego, admirándolo y respetándolo, todos saben también que este nuevo triunfo debe proporcionarles un contrato que les permita refugiarse en algún yate de lujo de la costa griega.
Pero Florentino no va a permitir que su plantilla pierda el hambre: de un plumazo se limpiará a dos bastiones de la plantilla, Di María y Xabi, y firmará a en su lugar a James y a Kroos. Esto es un mensaje: quiero que tengáis la misma voracidad que yo tengo. Lo mismo había ocurrido ya en temporadas anteriores con nombres como Ozil o Higuaín. Las vacas sagradas dan paso a los Bale, Isco y compañía que parecen dispuestos a comerse el mundo.
25 de octubre de 2014: Florentino Pérez sonríe, ahora sí, adelantando por la derecha al equipo que más le ha hecho sufrir estos últimos años. Más precavido que nunca, más hermético que nunca, se limita a llegar al estadio en autobús propio o ajeno y disfrutar de su equipo. Ya no mima a nadie. Ya no trata a sus jugadores como a sus hijos. Pero estos se ven obligados a pelear cada día como a su admirado don Alfredo le habría gustado. Y es que, al igual que en la célebre trilogía literaria, sabe que en esta lucha a muerte solo puede quedar uno. Y en estos juegos, como en aquellos, el hambre lo es todo.
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