Tiene nombre de superhéroe manga pero es un haiku hecho futbolista: sencillo, equilibrado, primoroso. Zen. Radja Nainggolan es la verdad elemental y vertebradora de la Roma desde su llegada a la Città Eterna el pasado enero. Un todoterreno con el motor más m-otriz y fiable posible, fabricado para todas las superficies y situaciones y con el depósito siempre lleno. Inagotable. Marc Wilmots lo dejó inexplicablemente fuera del pasado Mundial de Brasil y la punzada tocó directamente en su orgullo, dándole todavía más vuelo y renovadas ganas de demostrar cuán equivocado estaba el seleccionador, para quien el romanista parece ahora indiscutible. Al menos en las convocatorias.
Nainggolan es un tipo hecho a sí mismo. Su padre, de origen indonesio y a quien solo debe su apellido y su genética multicultural, abandonó a la familia cuando Radja tenía seis años. Su madre, a quien debe su nacionalidad, su coraje y absolutamente todo lo demás, murió en 2010 tras una larga enfermedad. El centrocampista belga se ha forjado, formado y madurado bajo la rígida horma de un Calcio al que está plenamente adaptado tras haber llegado a Piacenza desde Antwerpen con tan solo 17 años. Un fútbol italiano que comparte con su hermana gemela Rania -atacante de la Res Roma en la Serie A femenina- y con el que se ha mimetizado hasta interiorizarlo, entenderlo, asimilarlo y expresarlo a la perfección en cada encuentro que disputa. A sus 26 años, Nainggolan es todo un veterano de guerra que afronta, en el cénit de su carrera y de sus aptitudes, su décima temporada en Italia.
No levanta traseros de butacas ni ovaciones boquiabiertas por parte de las tribunas pero su brega es poética. Es un luchador vigoroso, ducho e incansable que, además, no está exento de calidad y toque distribuidor. Recupera, apelmaza, protege, mueve y se mueve de área a área, por el perfil izquierdo del campo, en la infinita e incansable movilidad que plantea Rudi García. Sin dar nunca más de dos toques. Sin darse nunca el gusto de conducir el balón. La ejecución de su rol es brillante, incólume e impoluta hasta el punto de que, a día de hoy, es uno de los mediocentros más completos de todo el continente, poseedor de una de las mejores mezclas físico-táctico-técnicas que se pueden encontrar en el mercado futbolístico a escala internacional.
Quizá la figura más crucial dentro de las características del estilo romanista. Nainggolan es capaz tanto de dar una asistencia de gol en área contraria como de parapetarse al lado del pivote para replegar y tapar espacios. Es el jugador que más tackles gana para su equipo, el segundo en número de disparos a puerta y el tercero de toda la Serie A que más pases realiza por partido, con más de 83 por choque y un acierto del 88%.
Su fútbol es la razón que sostiene y posibilita la alta y asidua presión de la Roma en campo rival. Él es quien realiza el mayor esfuerzo en la susodicha tarea, el que suma más cifras en el cuentakilómetros de sus incansables piernas. Es la placa base del sistema de Rudi García, el liberalizador de gran parte de la carga de esfuerzos que de otro modo tendrían que recaer en la creatividad de Totti y la de un Pjanic que está bajando a la posición de cinco para limpiar, depurar y cuidar la salida de pelota desde atrás. Todo ello gracias a la intensidad responsable de un Nainggolan que es, habitualmente, el jugador más adelantado sobre el campo cuando la Roma no tiene la posesión. Un hecho que está potenciando su llegada a área tras la recuperación del equipo, consecuencia directa del atrevido y adelantado achique de espacios del que el belga es el eslabón más esforzado.
No encontrarás en su cara un atisbo de queja, una mueca de disgusto, un gesto de cansancio. No le verás cometer faltas alevosas ni reiteradas, ni tampoco perder pelotas fruto de la desconcentración o un mal posicionamiento. El ninja Nainggolan siempre mantiene la tensión competitiva al máximo. Simplemente hace su tenaz trabajo y su trabajo es hacer de todo y hacerlo bien. Sin excepción ni error. Aportar recorrido, ajustar marcas, presionar arriba, repartir juego, garantizar músculo, tapar agujeros, calibrar al equipo. Ser un iniciador, un stopper, un llegador. Un 4×4. Pura energía e hiperactivo dinamismo en pro del conjunto, al que no evade nunca de su mente.
Excéntrico fuera del campo, dentro del rectángulo de juego es sobrio esfuerzo continuado que siempre tiene un sentido y una razón. Nadie abarca más metros y aptitudes al unísono, dando asimismo ventajas en la entrega a sus compañeros tras atraer marcas. Esté donde esté el balón, Nainggolan siempre le andará cerca. Sus pantalones caídos aparecen en la inmensa mayoría de los planos generales de televisión a poco que uno afine la vista. Quiere acaparar no los focos, sino los metros de un césped que acostumbra a defender en zona, taponando posibles líneas de pase rivales. Capítulo del que es un lector experto y un gran especialista por inteligencia y colocación. Por pura y dura sapiencia táctica.
Nainggolan es un talento esforzado, un seguro de vida, una bombona de oxígeno. Un jugador terrenal, escultor a cincel de un fútbol sobrenatural, cuya fortaleza física no parece provenir de su envoltorio -mide 1’74 y pesa 65 kilos- sino de un interior meditativo y concienzudo que supone un tercer pulmón para el organismo vivo que es cualquier equipo. Muy vivo -y molto vivace- en el caso del equipo de Rudi García.
Sin hacer ruido y con los pasos sigilosos pero siempre firmes, el marcial Nainggolan ha adquirido visibilidad tras dejar Cagliari y ahora es imposible imaginar a la Loba sin su reveladora figura y su fosforita cresta sobre el centro del campo giallorosso. No lleva ni un año en Roma y ya no se entiende una Roma sin él. Así es Nainggolan. Un futbolista que se hace querer. Hasta ser indispensable.
Sevilla. Periodista | #FVCG | Calcio en @SpheraSports | @ug_football | De portero melenudo, defensa leñero, trequartista de clase y delantero canchero
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