Verano de 2013. La gran perla del momento hace las maletas. 25 millones de euros y un partido amistoso son suficientes. Dos años antes, el F. C. Barcelona había fijado en 90 millones la cláusula de rescisión del centrocampista con mayor proyección mundial. Pero dicha cifra quedaría reducida a 18 millones si el futbolista no alcanza un determinado número de partidos jugados, como así sucede. Llegado el periodo estival, se convierte en una ganga. Sin embargo, por respeto al club, se niega a ejecutar el requisito. El Manchester United es el primer grande en mostrar su interés e incluso insta a su círculo a dar el paso. Solo que el chico, firme en su idea y quizás esperando un gesto de última hora, remite al club inglés a negociar con su escuadra. Era un sí pero no. Como cuando no queremos aceptar algo que sabemos inevitable.
Y es que, aunque formar parte de la primera plantilla sea la aspiración máxima de cualquier canterano, el fútbol no termina en el Barça.
Thiago Alcántara finalmente se reúne con el Bayern Múnich de su por entonces ex-entrenador, Pep Guardiola. El traspaso se fija en los términos mencionados al principio de este texto y el heredero de Xavi deja el club en el que llevaba desde cadete. Un chollo. Pero es que en el Camp Nou tenían las de perder; de haber forzado el importe podría haber menguado. “El fútbol no termina en el Barça”. La frase es suya. Incontestable, aunque su fútbol comience en el Barça y ese ADN culé le acompañe hasta el fin de sus días como deportista. Incontestable, porque hoy es reconocido como uno de los mejores en su puesto. E incontestable porque, seamos justos, los aficionados blaugranas lo recordamos con nostalgia cuando vemos al eterno rival jugando a aquello que nos llevó a hacer historia. Hoy son los Isco, Modric, Kroos, Asensio y compañía los que miman la pelota, los que marcan la diferencia desde el buen gusto. Thiago era continuidad del virtuosismo, la joya de la corona, el jugador que llegaba para que todo siguiera igual. El muchacho que recogería el testigo de un Xavi que ya no está y un Iniesta que por mucha renovación vitalicia que firme, difícilmente va a alcanzar aquel nivel que nos maravilló poco tiempo atrás. Tendremos momentos, porque el talento es perenne, claro. Pero no podemos esperar que un jugador a punto de alcanzar los 34 reverdezca laureles si ya lleva casi dos de intermitencia. La cuestión con el hijo de Mazihno, es que quienes dirigen los designios del Barça tuvieron prisa. Priorizaron en un presente que resultó efímero, descuidando un futuro que nos ha alcanzado más rápido de lo que habían imaginado. Thiago tiene 26 años y parece que lo mejor está por llegar. Su caso es un ejemplo de gestión. Seguramente el mayor exponente de la misma.
Estamos a punto de entrar en 2018 y se cumplirá una década desde que Pep Guardiola tomara las riendas del F. C. Barcelona. Parece tan lejos… En verano de 2008 se inició el mayor romance sobre el verde que yo haya presenciado. La Edad de Oro Blaugrana. Se venía de un periodo exitoso, pero que se consumió muy rápido. El auge y caída de Ronaldinho, principio de todo, aunque para él llegase el final antes de lo esperado. Se venía del astro carioca, pero se llegó más lejos sin él. El buen gusto por el trato al esférico trajo a su vez multitud de trofeos. Jamás antes once tipos habían parecido tan superiores técnica y a la vez tácticamente. En los años de Luis Enrique se ganó por inercia (bastante, es cierto, incluyendo un 2015 abrumador), pero mientras tanto la identidad iba desapareciendo. El talento del mejor tridente mundial tapó carencias mientras el resto no fue capaz de crecer, o evolucionar. Hoy el Real Madrid ha ganado tres de las últimas cuatro Champions League. Y el mejor jugador de todos los tiempos está viendo pasar sus mejores años ensombrecido por el eterno rival. Inadmisible. Pensar demasiado en grande ha traído consigo descuidos en partes fundamentales del organigrama del club. Y La Masía, esa fábrica inagotable de jugadores de élite ha visto sesgada su aportación a primer nivel.
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Para Guardiola, La Masía fue su prioridad. Vimos cómo subió al primer equipo a jugadores como Busquets o Pedro, importantes en los éxitos durante su estancia. El esqueleto lo formaban futbolistas con sentimiento blaugrana (Valdés – Puyol – Piqué – Xavi – Iniesta – Messi), y los que venían de fuera aportaban lo necesario para sumar en donde asomaba alguna grieta. Nada de lo que llegaba era un lujo, sino una necesidad. Incluso se llegó a recuperar (para mí innecesariamente teniendo al mencionado Thiago) a Cesc Fàbregas, amigo íntimo de algunos pesos pesados del vestuario, para aumentar la presencia de jugadores que mamaron desde pequeños un estilo. Y llegó el día en el que los once que saltaron al campo eran producto de La Masía (vs. Levante, 2012). La química y fidelidad, no solo a unos colores, sino a unas maneras, hicieron que el fútbol del Barça no fuera solo atractivo y exitoso, sino diferente a todo lo previo. Hijo de la filosofía Cruyff, máximo exponente del fútbol total, Guardiola había dado otra vuelta de tuerca a la táctica. En Europa hablaban de ‘Reinado del Terror’, de la tiranía del Barça. Durante un periodo de seis años (2009-2015) hubo de hacer espacio en las vitrinas a dos Champions, cuatro Ligas, dos Copas del Rey, cuatro Supercopas de España, dos de Europa y dos Mundiales de Clubes. Y para siempre quedará el hasta entonces un inédito sextuplete (o sextete, como fue bautizado).
Regresamos a 2017. En dos de los tres últimos veranos, el F.C. Barcelona se ha gastado más de 100 millones. Y, pese a que es cierto que ningún gran equipo puede aspirar a ganar sin gastar dinero, es hasta normal ante fichajes como el de Paulinho (quien, dicho sea de paso, es el menos culpable de todo y está ofreciendo un nivel superior al esperado por una mayoría en la que me incluyo) los seguidores blaugranas se echen las manos a la cabeza pensando si realmente el brasileño puede llegar a ser una prioridad y si no hay nada mejor en el equipo B. No sé dónde empieza la espiral. Si es que se ficha porque en La Masía no hay, o si es que no salen nuevos proyectos de La Masía porque se ficha sin ojear lo que ya se tiene. Entiendo que los jóvenes vean frenado su progreso, duden de su futuro y opten por la salida, esperando que esta sea temporal, ya sea en forma de cesión o traspaso con opción de recompra por parte de su club de formación. En mayor o menor medida, las dudas con respecto a esta directiva están latentes. Aunque los buenos resultados mitiguen el daño y reduzcan las protestas. En el Barça y en cualquier club. Tapar los agujeros con flashes cegadores. Una exhibición de Messi como escudo perfecto para la cúpula. Pero lo cierto es que recientemente han llegado a Barcelona jugadores como Andre Gomes, Paco Alcácer, Lucas Digne, Arda Turan, Gerard Deulofeu o Denis Suárez. Los dos últimos a partir de las comentadas opciones de recompra. Cada cual tendrá su opinión al respecto sobre la gestión de la directiva. Yo, para explicar la mía, podría remitiros a este texto: El día que destruímos el paraíso
Habrá quien defienda, con razón, que La Masía no va a garantizar éxitos. Eso es cierto. Ya he dicho anteriormente que ningún gran club puede ganar sin gastar. Sin embargo, invertir en juventud, en formación, puede dar como fruto tener ese comodín que en igualdad de condiciones va a tapar mejor un agujero que alguien de fuera. Invertir en juventud, en formación, puede traerte un Xavi, un Puyol, un Iniesta, un Busquets (no digo un Messi porque él es un caso único). Invertir en juventud, en formación, es apostar sobre seguro, porque es invertir en identidad, y esto crea piezas de recambio que, si no tan buenas, pueden encajar en el engranaje culé, disminuyendo déficits ocasionales. Invertir para ser reconocibles. Que luego hay quien interpreta que Paulihno llega para reemplazar a Iniesta. Con el error que supone. Paulihno viene a dar eso que no se tiene. Luego podremos valorar todo lo demás.
Dice el dicho que los problemas son problemas porque tienen solución. En este caso, también. El problema de una academia de primera línea un tanto oscurecida últimamente. La Masía forma jugadores, pero a su vez crea vínculos de unión entre los mismos. Crecer con un propósito da puntos extras. Los cachorros de Lezama son el ejemplo. Siempre en la élite. El talento local potenciado. La percepción en el Barça queda un tanto distorsionada porque siempre se espera un nuevo crack. Las últimas décadas así lo sugieren. El entorno ha dejado de ser el idóneo. Por ahí se podría empezar. Crear de nuevo un hábitat saludable para esos nuevos valores que asoman. No cerrarles el paso jugando a otra cosa, dándole la espalda a una filosofía. La responsabilidad de volver a recuperar el trono mundial no será de ellos, pero sí que ellos pueden ser básicos en la travesía.
Tenerife. Estudié sociología aunque siempre he estado vinculado al mundo de la comunicación, sobre todo haciendo radio. Deporte en general y baloncesto más a fondo.
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