Nacho GONZÁLEZ – Hubo un tiempo, nada lejano, en el que pronunciar el nombre de Jorge Lorenzo creaba en sus rivales, como mínimo, una mueca de incomodidad. Dani Pedrosa, Casey Stoner y, sí, también Valentino Rossi, se estremecían con la regularidad del balear, el piloto más consistente durante las últimas temporadas de MotoGP.
Tuvo gran parte de culpa en el calvario ducatista de Rossi, impidió que Casey Stoner marcase una era, imposibilitó por dos veces el título de Dani Pedrosa y evitó que la primera temporada de Marc Márquez en la máxima categoría se convirtiera en un paseo militar.
Poco más de un año ha pasado desde que se presentó en la carrera de Assen con una placa aún fresca incrustada en la clavícula. Menos aún desde que su perseverancia le llevó a ser el primer piloto de la historia que se quedaba sin el título pese a ganar las tres últimas carreras.
En un suspiro, todo cambió. Bajo el estrellado manto de la noche de Losail, un enrabietado Lorenzo comenzó la temporada al frente del pelotón. Dispuesto a silenciar todas esas voces que pronosticaban un dominio aplastante de Márquez con una victoria en el trazado asiático, del que se había hecho dueño y señor las dos temporadas anteriores.
Rossi, Pedrosa y Márquez. En alguna ocasión, los tres se vieron en el podio de 2013 por debajo de Jorge, que saltó ocho veces sobre el escalón más alto. A sus triunfos en solitario añadía otros épicos, como el de Silverstone.
Por quinta temporada consecutiva, finalizaba el año entre los dos primeros de la general. Era su tercer subcampeonato. Los dos anteriores acabarían convirtiéndose en los prolegómenos de un título. Conocida su capacidad de reacción, todos le situaban como el gran rival del 93.
La cuesta abajo
Aquella caída lo cambió todo. Le puso en bandeja la victoria a Márquez, haciéndole iniciar el año con un hándicap de 25 puntos. Nada podía ir peor. ¿O sí?
Pues sí. En Austin cruzó la meta en décima posición, a 49 segundos del ganador, de nuevo Márquez. Aunque sumó sus seis primeros puntos, la sensación era mucho peor que en el Gran Premio anterior. De caerse yendo primero por arriesgar demasiado, a verse sumergido en el pelotón, superado incluso por la Open de Aleix Espargaró.
Fue la época de deambular entre excusas y lamentaciones. Logró su primer podio en Argentina, pero sólo lograría uno más en las cinco siguientes carreras. Fue en su querido Mugello, donde fue segundo, por detrás de… Sí, Marc Márquez.
Dos podios en ocho carreras, tocando fondo con la 13ª plaza de Assen; donde un año antes había culminado la heroicidad de su clavícula en quinta posición. Márquez le metió más de un minuto; y se vio superado por alguna de las motos más débiles de la parrilla, como la de Broc Parkes.
El diagnóstico era inequívoco: Márquez le había destrozado psicológicamente. Con la temporada perdida, se abría ante sí un nuevo objetivo: ganar. Como fuese. Reencontrarse con la victoria. Volver a saltar.
Medio año después, Lorenzo daba por fin muestras de recuperación. Tercero en Sachsenring y segundo en Indianápolis. Había necesitado diez carreras para encadenar dos podios. Su nuevo gran rival había ganado las diez.
Todos menos él
Aunque pueda parecer lo contrario, lo peor estaba por llegar. Entre República Checa, Gran Bretaña y San Marino, sumó 60 puntos más, tres nuevos segundos puestos. Tres nuevas derrotas que, en cierta forma, fueron más dolorosas. Por tres motivos:
El primero es sencillo: en esas tres carreras, se pudo ver al mejor Lorenzo, o al menos una versión muy cercana. Nada que ver con el desquiciado Jorge de la primera mitad de campaña, donde parecía una sombra de sí mismo. No. Estaba motivado, cómodo en la moto y creyente en sus opciones. Aun así, la victoria no llegó.
En segundo lugar, porque se produjeron ante tres ganadores distintos. Márquez falló en Brno por primera vez, y Jorge no pudo aprovecharlo. Tuvo que conformarse con perseguir la rueda trasera de Dani Pedrosa. En Silverstone, escenario de su más bonita batalla un año atrás, repitió duelo y, esta vez, perdió. Otra vez Marc. Para colmo de males, en Misano llegó la primera victoria de Yamaha en la categoría, y fue para Valentino Rossi. Marc volvió a fallar y él sucumbió ante una moto igual. En el circuito en el que llevaba cuatro años sin perder.
Por último, la sensación de futuro. La ineludible percepción de haber dejado pasar, no una, sino tres oportunidades únicas. Dos fallos de Marc y una batalla con él. A la dolorosa impresión de no verse capaz de ganar al campeón, se une la desgarradora idea de tampoco verse apto sin el de Cervera por delante. Dani lo había conseguido. Vale lo había conseguido. Él no.
Para alguien con un ego proclive al infinito, semejante recopilación de derrotas puede convertirse en un lastre de un tonelaje incalculable. Irónicamente, ese mismo ego es al que debe aferrarse para invertir la tendencia. El que le ayudará a seguir creyendo en sí mismo, pero que de poco sirve de cara al imaginario colectivo.
Nadie le ha perdido el respeto, ni se han olvidado sus logros. Tampoco nadie cree que Lorenzo no vaya a volver a ganar. No es eso. Simplemente se ha puesto de manifiesto el otro lado. Sus debilidades. Sus demonios internos han aflorado de golpe, y la consecuencia es inapelable: el nombre de Jorge Lorenzo ya no da miedo.
Burgos, 1987. Madrileño de adopción. Periodista deportivo 3.0. Motociclismo, por encima de cualquier piloto; y deporte, por encima de cualquier deportista o club. Licenciado en periodismo, aprendí en Eurosport. Ahora soy editor en motorpasionmoto.com y colaboro en Sphera Sports, Motorbike Magazine y Sport Motor motociclismo.
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