Felipe ROMERO.– Estados Unidos se llevó su quinto Campeonato del Mundo tras arrasar a Serbia en la final. Kyrie Irving, MVP del mundial, tuvo una noche antológica y lideró un triunfo que deja patente la brecha entre el baloncesto norteamericano y el europeo.
Cuatro minutos. Ese breve espacio de tiempo es lo que duró la final del Campeonato del Mundo. Cuatro minutos en los que Serbia “fue” campeona del planeta basket… Hasta que llego el ciclón. Un ciclón llamado Estados Unidos que volvió a dar una lección al mundo y demostraron una vez mas porque han sido, son y serán los mejores de esto a lo que llamamos baloncesto. Y es que el combinado norteamericano jugó como los ángeles para destrozar a los balcánicos por 129-92 y revalidar así su título por 37 puntos de diferencia. Pero “solo” fueron 37 porque no necesitaban más. Si las estrellas de la NBA hubieran necesitado ganar de 70, lo hubieran hecho.
Y eso que el duelo comenzó vislumbrando un hilo de esperanza, ya que los hombres de Djordjevic comenzaron el partido con el cuchillo entre los dientes. Con Teodosic entrando en la zona estadounidense como un cuchillo caliente en mantequilla, los balcánicos arremetían una y otra vez contra la floja defensa de su rival y aprovechaban para ponerse 7-15 arriba. Además, los americanos se cargaban de faltas, con Anthony Davis cometiendo su segunda personal.
Este inicio provocó la reacción de Coach K, que metió a Cousins en pista. Coincidiendo con la entrada del pívot de los Sacramente Kings, la defensa del combinado de las barras y estrellas elevó su nivel varios puntos y con sus hombres de perímetro enchufados en ataque de una manera bestial mataron el partido.
Aniquilaron el choque en solo medio cuarto. Desde más allá de la línea de 6,75, Harden, Thompson y un divino Kyrie Irving bombardeaban a unos serbios sobrepasados, que veían como los americanos remontaban ese -8 inicial para marcharse al final del primer cuarto con una ventaja de 35-21. Estados Unidos veía el aro como una piscina y los balcánicos estaban cortocircuitados en ataque ante la intimidación de Cousins.
La bestia había tardado medio cuarto en despertar, pero una vez lo hizo, dejó todo finiquitado. Al comienzo del segundo cuarto la única incógnita por resolver era ver hasta donde querían llegar. En el segundo periodo, los hombres de Krzyzewski dieron una clase magistral de baloncesto constante. Mostraron todas las lecciones: defensa, robo, contraataque, ataque en estático, lanzamiento desde el perímetro… Era un recital continuo, con Irving y Harden dirigiendo una orquesta que no desafinaba lo más mínimo y que no daba la más diminuta opción al rival (67-41 al descanso).
El tercer cuarto fue más de lo mismo, con diez minutos de pura exhibición en los que los estadounidenses anotaron la friolera de 38 puntos. Una auténtica barbaridad. Djordjevic, ante este panorama y sabiendo que la remontada era una quimera, dio entrada a la gente menos habitual para que “disfrutara” de la final. Este hecho no encogió el brazo a los americanos, sobre todo a Irving. El base de los Cavs estaba de dulce, demostrando las razones por las que muy probablemente será de aquí a poco tiempo el mejor base de la NBA. Firmó un 6/6 en tiros de tres para un total de 26 puntos. Cuando cogía el balón el tiempo se paraba. Parecía flotar cuando preparaba el lanzamiento. Una sensación más propia de un programa de Iker Jiménez que de un partido de baloncesto. Una sensación que bien mereció un MVP que finalmente le otorgaron.
Con 105 puntos en tres cuartos, solo quedaban diez minutos para certificar la crónica de un oro anunciado. Diez minutos de relax, con los menos habituales en pista, jugando a 5 marchas menos. Serbia lo aprovechó y se llevo el “honor” de ganar el último cuarto por 24-25 para el 129-92 final. No importaba. El trabajo estaba hecho. Habían vuelto a deslumbrar al mundo. Un mundo del que son dueños simple y llanamente porque, como ya he dicho antes, han sido, son y serán los mejores.
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