Nuestra historia comienza un 10 de septiembre en A Coruña. Ese día nace en la ciudad herculina Lucas Pérez Martínez, un jugador que será historia en un Deportivo que en aquel momento deambulaba por Segunda División. A medida que el pequeño Lucas da sus primeros pasos en la vida, el Dépor da los suyos hacia una gloria que alcanzaría en los siguientes años. Un ascenso a Primera División y una Liga frustrada en el último minuto, que sería subsanada primero arrebatando la Copa al villano de esa noche y más tarde con una Liga para la historia.
Mientras el Dépor vive su época de mayor esplendor, Lucas desarrolla su carrera futbolística en clubes de la zona, soñando algún día vestir la misma camiseta que Makaay, Djalminha, Fran o Valerón, que maravillaban en aquellos momentos a la parroquia local. A aquel Dépor le quedaba alguna gesta más, como un Centenariazo en el Bernabéu o una de las remontadas más épicas de la historia de la Champions League.
A medida que el sueño blanquiazul se iba apagando, también se apagaba el de Lucas de vestir la elástica del equipo de su corazón. Lucas, como tantos otros gallegos, tuvo que emigrar para poder cumplir sus sueños. Primero, a la capital de España para, más tarde, curtirse por Europa. Allí pasó de la gélida Ucrania al infierno griego, antes de volver, como si de un héroe de una novela de aventuras se tratase, a la ciudad que lo vio crecer, al equipo de su corazón, a su Dépor.
Las lesiones le mantuvieron alejado al principio y alguna duda recayó sobre él, hasta que hizo su esplendoroso debut frente al Valencia, donde anotó un gol que le permitió besar al fin al escudo de sus amores. Aquel día se produjo la explosión del mejor jugador que vería Riazor desde su época dorada. Una gran temporada donde Lucas marcó 17 goles, hizo que el de Monelos fuera una de las sensaciones del fútbol europeo, todos lo querían. Aunque Lucas amaba al Dépor, aquella era una gran oportunidad para ambos, al club no lo venía mal el dinero y Lucas podía dar un salto estratosférico en su carrera.
Su destino fue Londres, pero la cosa no funcionó muy bien. A pesar de la lluvia inglesa que recuerda tanto a Galicia, como decía Siniestro Total «Miña terra galega, es duro estar lejos de ti» y vaya si lo fue para Lucas que sufrió esa morriña tan propia de nuestro pueblo. Este verano, Lucas pudo irse a donde quisiera, grandes clubes europeos se pelearon por él, clubes que disputarían competiciones europeas y con grandes aspiraciones, pero Lucas solo quería volver a casa.
En este fútbol moderno donde prima el amor por el dinero antes que el amor por unos colores, muchos se preguntarán como Lucas tomó esa decisión. La respuesta es simple. Lucas se crió entre Monelos y el Barrio de las Flores e iba a Riazor con la camiseta de su equipo, soñando con pisar algún día ese césped. Lucas, como el resto de coruñeses, salió por el Orzán, fue de compras por la Calle Real, se bañó en Riazor, paseó por los Jardines de Mendez Nuñez, se tomó una tapa en La Bombilla, visitó la Domus y el Acuario, subió a la Torre de Hércules y saltó alguna hoguera en San Juán.
Porque cuando Lucas se enfunda esa camiseta está jugando por su familia, por sus amigos y por su gente. Porque Lucas al fin y al cabo es un chico de A Coruña, un chico de Monelos y eso siempre estará por encima del dinero.
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