Casino: dícese de establecimiento en el que se practican juegos de azar apostando dinero y donde en ocasiones, se ofrecen espectáculos u otras diversiones.
Con la definición usada a modo de introducción de este artículo, es el turno de hablar de la universidad de Nevada Las Vegas (UNLV). Trasladándonos en esta ocasión, a los años 1990 y 1991.
Y queremos incidir en el término casino -cuya meca reside en la misma Nevada-, ya que durante este bienio, tal centro universitario firmó un par de resultados en dos encuentros contra el mismo rival, del todo imprevisibles, que desarmaron todas las apuestas realizadas sobre éstos, y que nunca pasarán al olvido, debido a la repercusión que produjeron.
Desbaratando todo tipo de ecuaciones trabajadas por estudiosos de rachas y probabilidades, los apodados como Running Rebels, hicieron honor a su lugar de procedencia, en lo que al término impredecible se refiere.
Antes de llegar a los citados años 1990 y 1991, dichos Running Rebels llevaban ya años coqueteando con la gloria: En la temporada del 87, llegaron hasta su segunda Final Four de la historia. Allí cayeron en semifinales por 97 a 93 ante Indiana, que a la postre, fue la vencedora del torneo final.
En aquella época, sus aficionados gozaban de jugadores como Armon Guilliam, Freddie Banks o Mark Wade.
Al año siguiente, se vieron sorprendidos por Iowa tras un nefasto encuentro de segunda ronda, pero en 1989, llegaron hasta la final de su región. Allí, Seton Hall les privó de volver a pisar una Final Four, en otro choque horrible, digno de guardar en el hoyo más profundo que exista, y enterrarlo bajo tierra por lo siglos de los siglos.
En esta última temporada comentada, pese a tal derrota, ya se estaban cimentado las bases de lo que después se tornaría en un equipo histórico, instalado en la aristocracia de la NCAA. Y es que ese varapalo ante los Pirates, ya lo sufrieron entre otros, unos tales Stacey Augmon y Greg Anthony.
Con tal desilusión grabada a fuego, los Rebels iniciaban una nueva era con la experiencia aprendida y queriendo demostrar cuales eran todas sus capacidades.
Aunque el factor que cambió para siempre el devenir de este equipo, fue la adquisición de Larry Johnson. Que junto a los ya mencionados Augmon y Anthony, más el certero Anderson Hunt y el interior David Butler, formaban un quinteto infranqueable.
El timonel y encargado de gobernar esta bomba de relojería elitista, era Jerry Tarkanian, una vaca sagrada de los banquillos universitarios. Él fue uno de los pioneros en utilizar presiones defensivas, consiguiendo asfixiar a sus rivales, y alimentando sus veloces transiciones ofensivas.
Poco le costó a Johnson demostrar todo lo que era capaz de hacer en una cancha de baloncesto, y junto a sus escuderos de lujo, se adjudicaron la regular y el torneo de su conferencia, la Big West.
Ya, en el March Madness, fueron avanzando ronda tras ronda, ofreciendo recitales ofensivos en la mayoría de ellas. Únicamente Ball State puso a los de Las Vegas en un brete, pero finalmente, nada pudieron hacer frente a este bloque que imprimía un ritmo de juego endemoniado.
En semifinales se deshicieron -tras remontada- de la Georgia Tech de Dennis Scott, Brian Oliver y Kenny Anderson, por 90 a 81. De esta manera, firmaban su primer paso en toda su trayectoria, a la final nacional.
Allí les esperaban unos Blue Devils de Duke, liderados por Christian Laettner, Alaa Abdelnaby, Bobby Hurley y Phil Henderson.
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Algunos de los componentes de aquella plantilla de Duke, habían disputado la anterior Final Four, dotando de esta manera, de una experiencia y mayor favoritismo a los chicos entrenados por Mike Krzyzewski, frente a los de Tarkanian.
Pese a esto, durante el inicio del encuentro, los Blue Devils se mostraron más nerviosos que los Running Rebels, sin embargo supieron evitar que los segundos cogieran ventajas significativas, pese a ir siempre por detrás en el electrónico.
Así las cosas, se llegaba al minuto nueve con un 21-15 a favor de los de Las Vegas.
Y a partir de ese momento, todo cambió por completo. Durante tres minutos, Duke no paró de cometer errores consecutivamente, que se tornaron en diabólicos contraataques por parte de UNLV.
Stacey Augmon y Anderson Hunt campaban a sus anchas destrozando la defensa rival.
Evidentemente, los pupilos del coach K no dieron su brazo a torcer pese a dicha desconexión en ese breve plazo de tiempo, pero cada vez se barruntaba más complicado que pudieran detener el vendaval ofensivo que estaban practicando los de Nevada.
Con todos sus jugadores aportando, se situaban 30 a 17 en el luminoso, restando ocho minutos para llegar al descanso.
Hasta el momento, Christian Laettner había estado desconocido, pero un par de buenas acciones suyas, ayudó a que la distancia no se disparara más, llegando al tiempo de asueto con 47-35 a favor de Larry Johnson, con problemas de faltas, y compañía.
Al arrancar el segundo acto, el mismo Laettner también se metió en problemas de personales, contrarrestando un buen inicio de sus compañeros, en el plano ofensivo.
Duke no cesaba en sus esfuerzos de acortar la desventaja, pero chocaba de bruces ante un Johnson imperial que daba rienda suelta a todo su repertorio y calidad.
Era un tira y afloja que estaba desgastando la moral de los Blue Devils, minuto tras minuto.
Hunt se volvía a sumar a la fiesta y fue el principal artífice que destruyó el partido definitivamente. Quedaban trece minutos de final y los Running Rebels mandaban por 75 a 47. A partir de ahí, poca historia más que contar.
Jerry Tarkanian y sus chicos conseguían el cetro más codiciado por todo universitario que se preste, firmando además, la mayor diferencia en una final, jamás vista (103-73).
En efecto, ¡treinta puntos de diferencia al finalizar el encuentro!
Un resultado que nadie se aventuró a vaticinar debido a la igualdad que existía entre ambos equipos.
Parapetados por el título nacional conseguido la temporada anterior, UNLV fue un rodillo imparable, durante la siguiente campaña, presentándose de nuevo en la Final Four, sin haber perdido ni un solo encuentro.
En esta ocasión sí que eran los grandes favoritos y nadie osaba a pronosticar cual sería la universidad que les pudiera llegar a hacer sombra.
Ya en el torneo de su conferencia y posteriormente, en las rondas del March Madnes, los paladines del tiburón Tarkanian fueron superando a sus rivales de una manera incontestable. Había momentos, en que sus contrincantes estaban desaparecidos en la cancha. Sólo se veía una marea rojiblanca que no paraba de robar balones y conseguir canastas al contragolpe.
Con el turbo puesto, y siendo los máximos aspirantes en todo el país para conquistar el título, los Running Rebels se volvían a ver las caras con los Blue Devils de Duke, en las semifinales de la Final Four.
Viejos conocidos que se enfrentaban de nuevo, en un cara o cruz. Esta vez, con la particularidad de añadir un nuevo invitado por parte de Duke: el “freshman” Grant Hill.
Pese a este factor diferencial, el escenario no variaba demasiado y el mundo del baloncesto seguía rendido a los pies de UNLV.
Pues bien… bueno, ahora veremos qué sucedió.
Durante el inicio del encuentro, Duke estuvo coqueteando con la perfección. Laettner y Hill cimentaron una ventaja que llegó hasta los nueve puntos, siendo los protagonistas de los primeros 15 tantos anotados por los Blue Devils.
Pero a medida que fue avanzando el duelo, los Running Rebels recortaron la diferencia haciéndose fuertes en ambas pinturas. Como no, Larry Johnson lideraba tal reacción, y ya para el minuto 10, ponía a los suyos en franquicia.
Entonces parecía que los de Tarkanian empezaban a implantar su ritmo de crucero y que ya no mirarían hacia atrás. No obstante, los Blue Devils no se dejaron asediar, evitando que el electrónico se disparara. Por suerte para ellos, la falta de acierto en el tiro de UNLV, sumado al tesón ofrecido por Duke, fue capital para que Las Vegas no rompiera el duelo.
Se llegó a la media parte, y las escuadras sellaron un 43-41 para nuestros protagonistas.
Sorprendente fue ver, como Bobby Hurley anduvo desaparecido durante casi todo el primer acto.
Arrancada la segunda parte, una gran defensa de Laettner sobre Johnson, favoreció que se redujeran las acometidas de los Rebels. Además, el pívot se mostró imparable fustigando el aro de los de Nevada, acompañado magistralmente, otra vez, por un Grant Hill que se presentaba con honores, en el universo del baloncesto.
Se llegaron a los últimos cinco minutos con las espadas en todo lo alto y los Rebels liderando por un punto el marcador. Y tras dos jugadas espectaculares -una por bando-, se incurrieron varios errores, en ambas escuadras, fruto de los nervios surgidos dada la importancia del enfrentamiento.
Y fue en ese momento de desconcierto general, cuando un invitado inesperado decantó la balanza a favor de los Blue Devils, y fulminó el sueño de revalidar el título para UNLV.
Dicho convidado fue Brian Davis, que contribuyó a consumar una de las mayores sorpresas en la historia de las Finals Four, en el marco de un partido inolvidable.
Davis contribuyó directamente para derrotar a un equipo que les había vencido por treinta puntos en la final del año anterior y que durante toda la temporada de 1991, aún no había hincado la rodilla en ninguna ocasión.
De nuevo, nuestros protagonistas resultaron ser un cúmulo de infortunios para los apostantes del baloncesto académico.
Existe el dicho “la banca siempre gana”, y durante aquellos dos años, los jugadores de la universidad situada en el olimpo de los casinos, propiciaron que tal dicho se certificara de tal manera.
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