El criado llegó sudoroso y asustado a la casa de su señor, quien alarmado por su aspecto le preguntó por las razones del mismo. “He visto a la Muerte en el mercado y me ha sonreído; por favor, dejadme el caballo más rápido de vuestra cuadra para llegar a Ispahán antes del anochecer”. El señor no lo dudó un instante y entregó a su fiel sirviente la bestia más veloz de palacio para que emprendiera su huida. Más tarde, de paseo por la plaza, se encontró a su vez con la Muerte, a quien preguntó por qué motivo había sonreído a su criado. “No era una sonrisa, era cara de extrañeza porque lo he visto aquí, en Bagdad, y debo llevármelo esta noche en Ispahán”.
Este antiguo relato, modificado libremente por tantos escritores contemporáneos, es un ejemplo de cómo las primeras sensaciones no son siempre las más acertadas. El FC Barcelona está sufriendo esta certeza porque sus dirigentes pueden ser hábiles en la gestión de la abundancia en una empresa pero ineptos para hacer lo mismo en un club. Pensaron que los triunfos no caducan.
El tiempo es lo único que está por encima de las cláusulas de rescisión, las renovaciones de contrato o las directivas perezosas. Este implacable verdugo ha fulminado equipos de época y está haciéndolo con el gran Barcelona. Sus directivos y ejecutivos, iluminados por la exuberancia, no fueron capaces de renovar la plantilla, quizás convencidos de que voltear el organigrama y presentar un proyecto de nuevo estadio eran los cambios que reclamaban los socios porque lo deportivo ya estaba resuelto para siempre.
Josep Maria Bartomeu | Getty Images
Pero la realidad es otra: poco a poco, grano a grano, se van cayendo las estrellas, como si se tratara de la vendimia manual del legendario Château d’Yquem, vino favorito del segundo zar Nicolás. Contrariamente a lo que sucede con ese néctar, a la larga el tiempo no realza a los jugadores sino que los difumina. Este inexorable enunciado se pudo comprobar durante gran parte de la temporada pasada y se ha empezado a padecer de forma traumática para el barcelonismo en la recién iniciada, al ser vapuleado en el marcador del Camp Nou por un Real Madrid repleto de chispa.
Aun así, a estos dirigentes les acompaña una cuadrilla de especialistas en el apartado técnico que incluyen al ex entrenador. Nadie fue lo suficientemente hábil como para percibir que músculos y pulmones pierden vigor con el paso de los años. La técnica es algo permanente y sin duda podríamos disfrutar dentro de veinte años de Messi o Iniesta dando quince mil toques a un balón en La Rambla sin que este tocara el suelo, pero el fútbol de alta competición y exigencia requiere un paquete completo de prestaciones. En este aspecto flojea el colectivo azulgrana y los recambios contratados no han cumplido con su papel.
Arda Turan | Getty Images
Como en las comedias de enredo, la siguiente escena empeora a la anterior y el verano ha supuesto la despedida de Neymar, perfil idóneo para encabezar cualquier revolución. Ha dado tantas vueltas el asunto que uno no sabe ya si culpar o no a la directiva, pero por ser benévolos mejor declarar a su favor y cargar con toda la deslealtad al futbolista. Aun con eso, los ajenos al Barça bromean sobre su catálogo de sustitutos y los propios temen o rabian por el mismo motivo. Que el primer partido de la campaña vaya rodeado de mal ambiente entre el palco, la grada, los dispositivos móviles y el vestuario es un indicador de que mucho deben cambiar las cosas para que la temporada no sea negativa.
Entre mensajes cargados de rencor ha empezado el Barcelona, con protagonistas que siguen sin ver más allá del presente. Pintan bastos aunque siempre hay un resquicio para la esperanza de sus seguidores porque, aunque mermados, en el equipo siguen estando futbolistas descomunales. En todo caso, de no ser así y extenderse el dominio madridista y el sometimiento azulgrana, no habrá caballos lo suficientemente rápidos para llevar a orillas protegidas a los responsables del estancamiento.
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