Podemos concluir, tras un verano de fútbol apasionante, que Alemania es la gran vencedora a nivel de selecciones de esta época estival. Joachim Low eligió una nómina de 23 jugadores para la Copa Confederaciones que sorprendió a todos por la ausencia de sus jugadores capitales y le dio más peso a la segunda línea, esa de chicos jóvenes que lideró un excepcional Julian Draxler. De manera paralela, la Sub21 que dirige Stefan Kuntz dio un auténtico recital en la Eurocopa de la categoría, desarbolando por completo en la final a una España repleta de talento que se presentaba como máxima favorita. No tan bien le fue a las categorías aún más inferiores, donde el dominio principalmente de Inglaterra se hizo patente tanto en la Sub 20 como en la Sub17, así como en Toulon. Pero sin duda, en una Alemania campeona del mundo que vive una de sus mejores eras en cuanto a éxito futbolístico, hay que echar la mirada atrás y echar de menos la figura de Marko Marin, aquel llamado a liderarlo todo.
De la misma quinta que Marco Reus y un año menor que Mesut Özil, Marko Marin (13 de marzo de 1989, Yugoslavia) despuntó pronto en el fútbol teutón. Nacido en la antigua Yugoslavia, donde vivió dos años (justo al inicio de la guerra) en lo que hoy sería Bosnia, su infancia la pasó en Frankfurt y su primer gran equipo fue el Eintracht, en cuya cantera se educó futbolísticamente hasta que a los 16 años el Borussia Mönchengladbach se hizo con sus servicios para jugar en su filial. Debutó como profesional 15 días después de cumplir la mayoría de edad ante su ex equipo, el Eintracht, y su actuación, asistencia incluida, fue crucial para rascar puntos.
A esas alturas, con solo 18 años, Marko Marin era la gran esperanza alemana, el menudo mediapunta de banda llamado a romper moldes. Ostentaba en su poder la Medalla de Oro Fritz Walter Sub18 (2007) y la Medalla de Plata Fritz Walter Sub17 (2006) que se entrega en Alemania a los tres mejores jugadores de cada generación cada año. Algo similar a lo que en España son los premios de fútbol Draft.
Y es que Alemania, que había empezado a reciclar su fútbol cogiendo lo mejor de cada una de las selecciones (el juego de los pequeños de España, la defensa de Italia, etc) para ejecutar su fútbol total, necesitaba precisamente mediapuntas desequilibrantes y Marko Marin parecía ser el mejor de todos ellos, de una camada en la que estaban Özil y Reus, y por donde, por detrás, venían Götze, Schürrle, Draxler y compañía. Marin cuajó dos años excepcionales con el primer equipo del Gladbach y justo al término del segundo, en 2009, formó parte de la Alemania Sub21 que se llevó la Eurocopa de la categoría y que es la base de lo que hoy es Alemania. A aquella cita acudieron Neuer, Özil, Schmelzer, Khedira, Boateng, Höwedes o Hummels, entre otros. Marin, por cierto, hacía un año que había debutado con la absoluta, con 19 años recién cumplidos, y seguía siendo el favorito de todos pese a ser de los más jóvenes.
Su buen hacer le llevó a un Werder Bremen que venía de dos subcampeonatos en tres años, que pagó algo más de ocho millones de euros por sus servicios. Parte de ese dinero lo utilizó el Gladbach en contratar a un Marco Reus que apenas había despuntado en la Bundesliga 2. En la ciudad que hicieron famosa los Hermanos Grimm gracias a sus animales músicos, Marin tuvo altos y bajos. Su primer año fue colosal. Los goles los ponía Claudio Pizarro, Özil dibujaba, Hunt daba el toque de velocidad y Frings la contención, mientras que Marin caracoleaba sin cesar en el sistema de fútbol de total ataque que proponía Schaaf. El Werder Bremen fue tercero, pero quedó más cerca del título en términos de puntos que en años anteriores, cuando finalizó subcampeón.
Su buen hacer le llevó a Sudáfrica, al Mundial que coronó a España como campeona y en el que Alemania se tuvo que conformar con la medalla de bronce. Marin fue un actor secundario, tanto que solo tuvo minutos en fase de grupos. Müller, Özil y Podolski tenían más peso que él, que actuó como desatascador en varios partidos.
Bien distinto fue el siguiente curso para un Werder que en solo dos años había perdido a Özil y Diego Ribas. Arnautovic llegó como futura promesa a un equipo jovencísimo pero resultó más de lo mismo y Schaaf, necesitado de un jugador capacitado para dominar el tempo del partido, buscó sin éxito reconvertir a Marin en algo que no era y quemó su fútbol. Tanto que empezó a perder la confianza del seleccionador, que empezó a dar paso a aquellos que venían por detrás y que si bien nunca habían prometido tanto como Marin, estaban adelantando al chico que con 22 años se había quedado algo oxidado.
Los de Bremen encadenaron dos temporadas en la parte baja de la tabla y el Chelsea, creedor de que siendo tan joven era imposible que Marko Marin se hubiera quedado estancado, se lanzó a por su fichaje, dispuesto a sacarle de esa espiral de malos resultados que encadena el Werder hasta hoy. El gran problema fue que a Marko Marin lo fichó Roberto Di Matteo y que con él solo coincidió dos meses en el equipo. Con Hazard, Oscar, Mata y Bertrand como rivales por un puesto, Rafa Benítez le desterró casi desde el primer día y Marko Marin pasó sin pena ni gloria en su primer año en Londres, pese a que conquistó la Europa League.
Luego llegó el carrusel de cesiones, que le hicieron más mal que bien. Sevilla, donde recuperó parte de su nivel, siendo un jugador importante en la Europa League que acabaron conquistando los de Emery; Fiorentina, donde ni siquiera llegó a debutar; Anderletch, donde pasó con más pena que gloria y Trabzonspor, donde se volvió a sentir futbolista. Las lesiones le mermaron desde su año en España y la falta de autoconfianza en su juego y la ausencia de regularidad, por nivel y por problemas físicos, derivaron en un círculo vicioso del que logró salir en el fútbol turco, tras más de tres años desaparecido.
Con la carta de libertad bajo el brazo, tras acabar su largo contrato con el Chelsea, Marko Marin firmó con Olympiacos, donde ha jugado en la última temporada. Está el equipo del Pireo acostumbrado a resucitar a promesas rotas como Galletti, Chori Domínguez, Mitroglou, Affellay o Mirallas. Y el alemán, que empezó la temporada a bajo nivel y con nuevos problemas físicos, ha terminado recuperando una gran versión de lo que un día fue. Porque hoy Marko Marin tiene 28 y hace siete que no se pone la camiseta de la Mannschaft, que vive la mejor etapa de la era contemporánea. Pero hubo un día, cuando la Alemania que conocemos hoy se estaba gestando, en el que la mejor semilla de aquella generación jugaba por la banda izquierda, tenía un regate endemoniado, una velocidad demoledora y respondía al nombre de Marko Marin.
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