El célebre Alfredo Di Stéfano solía decir que “un partido sin goles es como un domingo sin sol”.
El 28 de junio de 1994 fue un martes, pero el sol y los goles hicieron acto de presencia en el Stanford Stadium de California. Aquel día, los 75.000 aficionados que llenaron el campo vieron sorprendidos como un encuentro de la fase de grupos del Mundial de Estados Unidos entre Rusia y Camerún entraba por la puerta grande en el libro de oro la historia de la competición.
En el torneo norteamericano se jugaron algunos partidos que, más de veinte años después, aún persisten en la memoria de los aficionados al fútbol. Es el caso de los encuentros de cuartos de final entre los Países Bajos y Brasil y entre España e Italia, el partido del codazo de Mauro Tassotti a Luis Enrique. Unos días más tarde, la canarinha y la azzurra se enfrentaron en la final, la primera de la historia del torneo que se decidió en la tanda de penaltis. Tras el recordado fallo de Roberto Baggio desde los once metros, el brasileño Dunga alzó el cuarto título mundial para su país. El campeonato de Estados Unidos también tuvo sus dosis de sorpresas: la Rumanía de Gheorghe Hagi eliminó a Argentina en octavos y la Bulgaria de Hristo Stoitchkov a Alemania en cuartos.
Aunque pueda parecer inconcebible, entre estos partidos que siguen grabados en las retinas de los más futboleros también destaca el mencionado encuentro entre rusos y cameruneses.
Las dos selecciones no tuvieron suerte en el sorteo y quedaron encuadradas en un grupo difícil junto a Brasil y Suecia, que superó a Bulgaria en el partido por el tercer puesto tras caer eliminada por la canarinha en semifinales. Frente a estos dos complicados rivales, ni rusos ni cameruneses pudieron ganar en las dos primeras jornadas del Mundial. Así pues, los dos equipos llegaron al encuentro entre ellos con muy pocas opciones de clasificarse para la siguiente ronda.
Tanto Rusia como Camerún tenían que ganar el partido por goleada para aspirar a ser uno de los cuatro mejores terceros de grupo y poder pasar a octavos. En 2006, en una entrevista con El País, el delantero ruso Oleg Salenko explicaba que “nuestro seleccionador, Pavel Sadyrin, sólo nos recordaba que teníamos que ganar por al menos cuatro goles. ¡Por cojones!”.
Pero si el encuentro podía parecer casi intrascendente, ¿qué es lo que lo convirtió en histórico? Uno de los culpables de ello fue el propio Salenko. El delantero ruso abrió el marcador en el minuto 15 y a partir de ese momento no paró de marcar. Cuando el árbitro señaló el descanso ya había completado un hat-trick. Cuando se cumplió el minuto 75 de partido ya había anotado un repóquer de goles. Increíble, había conseguido cinco tantos en una hora.
El futbolista, que en aquel momento tenía 24 años, había logrado una gesta insólita en la historia de los mundiales: anotar cinco goles en un solo partido. Salenko incluso tuvo la oportunidad de hacer un sexto tanto, pero asistió a Dimitri Radchenko para que éste marcara el 6 a 1.
Con su gran actuación, el ruso se convirtió en el jugador capaz de marcar más goles en un encuentro de una Copa del Mundo. En Estados Unidos, Salenko superó a los seis futbolistas que hasta 1994 compartían el récord con cuatro dianas: el polaco Ernst Wilimowski, el brasileño Ademir, el húngaro Sandor Kocsis, el francés Just Fontaine, el portugués Eusebio y el español Emilio Butrageño, que anotó cuatro tantos a Dinamarca en el Mundial de México de 1986.
Los cinco goles a Camerún no fueron los únicos que Salenko celebró en Estados Unidos. En el partido que Rusia perdió ante Suecia, el delantero abrió el marcador transformando un penalti. Así pues, Salenko marcó un total de seis tantos en los tres partidos que jugó. Pese a ello, el equipo ruso quedó eliminado en la primera fase debido a los resultados de los otros grupos.
Al killer ruso, estos seis goles le permitieron ganar la Bota de Oro del Mundial. Compartió el premio con Hristo Stoitchkov, que marcó los mismos tantos pese a jugar cuatro partidos más. Au así, en 2006, el mismo Salenko admitía que “antes que ser pichichi, hubiera preferido que mi equipo jugase las semifinales”, como hizo la selección búlgara. Pero el galardón fue, indudablemente, un gran motivo de orgullo para el ruso, que poco después de conseguirlo reconoció que “fue fantástico poder compartir la Bota de Oro con un jugador de su categoría”. Años más tarde, Salenko recordaba con gracia la siguiente anécdota en la página web de la FIFA sobre su relación con Stoichkov:
“Él jugaba en el Barcelona y yo en el Valencia, así que coincidimos varias veces después del Mundial y siempre bromeábamos sobre el tema. Él me decía “deberías darme las gracias por no haber marcado un gol más”, y yo le respondía “deberías dármelas tu a mí por no haber marcado un gol más contra Camerún”.”
Sí, Salenko jugó en el Valencia. Antes de hacerlo, también estuvo en Primera división con el Logroñés. Procedente del Dinamo de Kiev, el ruso llegó al equipo de La Rioja a mitad del curso 1992-1993. Con 23 goles en 47 partidos de liga, el delantero contribuyó a que el Logroñés evitara el descenso durante las dos temporadas que jugó en el Estadio de Las Gaunas. Sus buenas actuaciones despertaron la atención del Valencia, que lo fichó poco antes de empezar el Mundial de 1994. En el año que formó parte del equipo ché, Salenko anotó diez goles en 31 partidos de liga.
Después de pasar por el Glasgow Rangers y el Istanbulspor turco y de sufrir varias graves lesiones de rodilla, en 1999 el delantero volvió a España para jugar en Segunda con el Córdoba. El ruso solo defendió la camiseta blanquiverde en tres partidos y, finalmente, colgó las botas en 2001.
Aunque las lesiones lastraron su trayectoria, Salenko fue un buen delantero. Lo demostró en la Copa del Mundo de Estados Unidos y también antes, en la Mundial sub-20 de Arabia Saudita de 1989. Salenko, que formaba parte del equipo de la URSS que fue eliminado en cuartos de final por Nigeria, fue el máximo goleador de un torneo en el que también destacaron jugadores como Diego Simeone, Sonny Anderson y los españoles Santiago Cañizares y Ismael Urzaiz.
Pese a la magnitud de su proeza, Oleg Salenko no fue el único protagonista del partido del Stanford Stadium. El 29 de junio, el día después del partido entre las selecciones de Rusia y Camerún, el delantero de San Petersburgo tuvo que compartir portadas con un jugador camerunés: Roger Milla.
Nacido en Yaundé en 1952, Milla acudió al Mundial de Estados Unidos con 42 años y como un icono del fútbol africano. El camerunés había sido elegido Futbolista Africano del Año en 1976 y en 1990 y había ganado en dos ocasiones la Copa Africana de Naciones, en 1984 y en 1988.
La de 1994 fue la tercera participación en una Copa del Mundo para Camerún y Roger Milla. Antes de Estados Unidos, los leones indomables ya habían competido en España (1982) y en Italia (1990).
Con 38 años, el camerunés estuvo a punto de no ser convocado para el torneo de Italia. De hecho, lo más normal hubiera sido que no participara en la competición, ya que Milla jugaba entonces en un equipo de la pequeña Isla de Reunión, situada en el sureste de África, y el seleccionador camerunés no tenía intención alguna de convocarle. Sin embargo, tal y como relató Santiago Segurola desde las páginas de El País, en este punto de la historia aparecieron el presidente de Camerún, Paul Biya, que “intercedió para que [Milla] jugara el Mundial”, y el ministro de Deportes del país, Joseph Joffe, “que ordenó la inclusión del delantero en el equipo “para salvaguardar los intereses de la nación””.
Con todo, Milla les dio la razón a Biya y a Joffe. Y es que el camerunés comandó a los leones indomables hasta los cuartos de final, donde fueron eliminados por Inglaterra en el tiempo extra. Antes, Milla había marcado dos goles contra Rumanía en la fase de grupos y dos más contra Colombia en la prórroga de los octavos de final. Estos cuatro tantos le sirvieron al camerunés para ganar la Bota de Bronce de la Copa del Mundo y para ser incluido en el All-Star Team del torneo.
Después de revolucionar el Mundial de 1990 a sus 38 años, “absolutamente nadie esperaba que el legendario delantero volvería a ponerse la camiseta de los leones indomables” cuatro años más tarde, explicaba Santiago Segurola. Pero si alguien podía hacerlo era Milla. Y lo hizo.
En la primera jornada de la Copa del Mundo de Estados Unidos, el camerunés no participó en el partido contra Suecia. En cambio, sí que jugó ante Brasil y Rusia. En el encuentro contra la selección rusa, Milla saltó al campo justo después del descanso. Nada más reanudarse el encuentro, el delantero recortó la ventaja que Rusia había conseguido con los tres primeros goles de Oleg Salenko.
Al participar en aquel partido, Milla se convirtió en el jugador de más edad en disputar en un Mundial. Con sus 42 años, el camerunés superó al norirlandés Pat Jennings, al inglés Peter Shilton y al italiano Dino Zoff, que levantó la Copa del Mundo de 1982 como capitán de la azzurra. El récord del león indomable se mantuvo inalcanzable durante 20 años, hasta el Mundial de 2014. Lo superó el portero colombiano Faryd Mondragón, de 43 años.
Aun así, Milla sigue siendo el jugador de campo de más edad en participar en un Mundial. De hecho, es el único de los cinco futbolistas más veteranos que no es portero. Más de 20 años después, el delantero también continúa siendo el jugador de más edad en marcar un gol en una Copa del Mundo. Como decía Santiago Bernabéu: “No hay jugadores jóvenes y viejos. Hay buenos y malos”.
Al camerunés, todas estas hazañas y sus grandes actuaciones le sirvieron para que, en 2008, la Confederación Africana de Fútbol le citara como uno de los diez mejores jugadores del continente de los últimos 50 años junto a otras figuras como George Weah, Samuel Eto’o o Didier Drogba.
Pero Milla no solo es recordado por ser un gran delantero. Nada más lejos de la realidad. Cuando cualquier aficionado del fútbol escucha su nombre, también se acuerda de él como aquel futbolista que celebraba los goles bailando en el córner, que jugaba sonriendo. En una entrevista de 2012 con El País, el león indomable reconoció que “a los africanos lo que nos gusta en el campo es divertirnos” y señaló que “la sonrisa refleja alegría de vivir”. Así era Roger Milla, un tipo diferente
Esta es la historia del partido del Stanford Stadium del 28 de junio de 1994, el partido de los récords. En el que fue el último encuentro de Salenko y Milla con sus selecciones nacionales, ambos futbolistas se ganaron un lugar privilegiado en la historia de la Copa del Mundo. El destino hizo que sus caminos se cruzaran en un partido entre Rusia y Camerún que terminó siendo histórico y que dejó dos récords que aún perduran en la memoria de sus protagonistas. En 2012, Roger Milla reconocía en El País que se sentía “muy orgulloso de este récord”. Seis años antes, en el mismo periódico, Oleg Salenko proclamaba orgullosamente lo siguiente: “soy inmortal, he pasado a la historia del fútbol”. En aquella entrevista, el delantero ruso relató una anécdota que es, sin duda, la mejor manera de cerrar el presente artículo:
“Roger y yo charlamos después del partido. Él había marcado ¡con 42 años! y yo había logrado cinco [goles]. Fue una cosa… Sigo sin entender cómo jugó un Mundial con esos años. Roger me decía: ‘¿De qué te sorprendes? Anda que lo tuyo de hoy…’”.
Nací en 1994. Pocos años después, el deporte empezó a ser una de mis mayores aficiones. Hoy, soy un periodista deportivo que colabora en Radio Marca Barcelona y en Sphera Sports. Podéis encontrarme en Twitter en @arnau_1994 y en @SpheraGirona.
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