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Alavés

Alavés, gracias por recordarme lo que es el fútbol

El fútbol ha cambiado mucho en los últimos años: se ha vuelto un negocio que abandona cada vez más a las aficiones en beneficio del dinero y el poder. Y reconozco que todo eso había hecho que perdiese, al menos para mi, la magia que lo caracterizaba cuando apenas era una niña. Llorar por el fútbol se volvió, en mi caso, un ridículo al pensar «a ellos no les importa mi sufrimiento, ¿por qué tengo que sentirme así?».

Dice mi padre, la persona que me enseñó a amar el fútbol, que rectificar es de sabios, y yo no puedo hacer otra cosa más que admitir mi error al calificar el fútbol como dinero sin más. Porque se me había olvidado la ilusión, las mariposas en el estómago antes del partido, el temblor de piernas cada vez que el balón ronda una portería; la alegría, tan inexplicable como explosiva, de un gol en el tiempo de descuento. Caí en la trampa de aquellos que quieren hacer de este bendito sentimiento, un maldito negocio.

Pero entonces llegó la final de la Copa del Rey. El Barcelona, después de una temporada más mala que buena, era el favorito para llevarse el trofeo que, efectivamente, volvió a regalarle a su afición. Y no le quito el mérito que merece.

Sin embargo, a pesar de que el marcador dice lo contrario, el ganador fue, para mí y para muchos, el equipo que tenían enfrente, el Deportivo Alavés. Porque lo tenía todo en contra y sólo una cosa a favor: la ilusión. Entrenaron duro, con la vista puesta en esa final que con tanto esfuerzo lograron jugar, la esperanza y la certeza de que la victoria sería suya, porque era justo después de todo el trabajo. Y efectivamente, el mayor premio que se jugaba en la despedida del Vicente Calderón se lo llevaron de vuelta a Vitoria. Fueron el orgullo de todos aquellos futboleros que, como yo, a pesar de no ser del Alavés, lloraron como niños al ver desolados a aficionados y jugadores por no conseguir el objetivo, por ver como uno de sus mayores amores caía, pero con la cabeza más alta que nunca.

Porque sí, el fútbol es el mayor de los sentimientos que puedes tener en la vida, aunque algunos lo tomen como una locura. Y Manu García, el capitán, lo demostró dentro y fuera del campo. Él sabe lo que es sufrir por este tan bendito como injusto deporte, pero también conoce lo que pocos tienen el privilegio: el amor irrefrenable por tus colores. Aunque no lleves toda la vida vistiéndolos, los haces tuyos, te conviertes en un aficionado más. Eso es lo único que el fútbol te puede dar, más allá del dinero, del reconocimiento social o de cualquier otra cosa material que te aporte. El sentimiento, para ellos, era lo más importante que había en ese estadio. Y no, eso no se consigue con millones.

Por eso, desde aquí, quiero dar las gracias una y mil veces al Deportivo Alavés y a su afición. Porque se me estaba olvidando lo que significaba el fútbol, y con las palabras «nosotros estamos orgullosos de ser el Alavés», tan simples como concisas, me recordaron que el dinero jamás podrá suplir el amor eterno por el club de tus amores.

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